Cómo es vivir con misofonía, la condición que te hacer odiar algunos sonidos
No hay tratamiento para lo que le ocurre a esta británica, pero ha encontrado cómo sobrellevarlo: la música
Alguien le da un mordisco a una manzana.
El crujido que se produce cuando los dientes rompen la piel de la fruta resulta insoportable para esta británica de 28 años.
“O me voy o tengo que taparme los oídos. Simplemente no puedo escucharlo”, asegura.
“Me deja realmente angustiada. Mi cuerpo siente que hay un peligro y tengo que irme o protegerme”.
Margot tiene misofonía, una disfunción cerebral que hace que los sonidos comunes produzcan una respuesta emocional intensa, como pueden ser la ira, el pánico, el miedo o la angustia.
En las personas con esta afección, la parte del cerebro que une los sentidos con las emociones, la corteza insular anterior, se encuentra muy activa y está conectada a otras partes del cerebro de una manera diferente a la de personas sin esta condición.
Los sonidos relacionados con la comida (masticar, sorber, tragar) son los más molestos.
También para Noel, que no soporta el ruido de alguien masticando papas fritas, un susurro, el clic de un bolígrafo o cuando teclean en una computadora.
“Mi reacción es muy física en estos casos. Me hacen hasta saltar de la silla y tengo que hacer algo para pararlo. No me ocurre lo mismo con otros sonidos”.
“No es simplemente un sonido que no te gusta, es mucho más que eso. Es una sensación en mi estómago, como una ansiedad extrema. A veces también puedo sentirme bloqueada de repente y no puedo pensar”.
“Si alguien tuviera un arma y me apuntara con ella, sentiría exactamente la misma angustia”.
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Falta de empatía
De acuerdo con el sitio web de la Asociación Británica de Tinnitus, los sonidos que activan la misofonía suelen ser “los ruidos generados por el ser humano y que están bajo control voluntario”, como olfatear o masticar, por ejemplo.
Una de las cosas que primero le hizo darse cuenta de que había ciertos sonidos que le molestaban era escuchar a su hermano chascando la lengua.
“Él lo sabía, así que si lo molestaba o no hacía lo que él quería empezaba a chascar la lengua”.
Sus padres no entendían cómo ese ruido la podía afectar tanto y le pedían que “madurara”.
Ahora que ambos son adultos, asegura que su hermano es mucho más comprensivo, pero sigue intentando no quejarse si hace algún ruido que la molesta.
“La gente siente que es un ataque o una crítica cuando no lo es. El problema soy yo, pero es muy difícil pedirle a la gente que haga menos ruido porque siempre terminan sintiendo que no pueden ser ellos mismos”.
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A pesar de que cree que ha padecido misofonía toda su vida, fue solo hace tres años cuando se dio cuenta de que lo que le pasaba tenía un nombre.
“Un día estaba enfadada, llorando porque estaba en un teatro viendo una obra maravillosa y solo podía escuchar que alguien respiraba como si se fuese a morir. Me fui a casa y rebusqué por internet hasta que encontré lo que me pasaba. Simplemente entenderlo fue maravilloso”.
Fue también a través de Google como descubrió que la Universidad de Newcastle, en el norte de Inglaterra, estaba llevando a cabo un estudio sobre la misofonía.
Escribió al doctor que lo conducía y este la invitó a formar parte de un experimento.
¿Qué es la misofonía?
También conocida como sensibilidad selectiva del sonido, la misofonía es una respuesta emocional muy fuerte a un sonido.
Hay tres respuestas tipo: disgusto, ansiedad e ira, aunque la última es la más predominante.
La reacción más frecuente suele ser una liberación de adrenalina muy alta, se acelera el ritmo cardiaco y las respiraciones se vuelven muy frecuentes y poco profundas. Se puede incluso llegar a sentir temblores, sudoración y picazón.
Entornos de trabajo como las oficinas de espacios abiertos suelen ser un campo minado de desencadenantes para las personas con misofonía.
Esta condición puede resultar en problemas en la pareja o en relaciones íntimas, haciendo difícil una vida en común.
Fuente: Asociación Británica de Tinnitus.
Un “escudo”
Cuando se unió al experimento del doctor de Newcastle, Noel lo pasó realmente mal.
Tuvo que escuchar algunos de los sonidos que más malestar le producen. Incluso con los ojos cerrados.
“Me pusieron cables por todas partes y estudiaron mi reacción ante ciertos sonidos. No pude soportarlo”.
Tuvo que abandonar cuando llevaba apenas dos de las seis pruebas que debía hacer. Su angustia era tal que los resultados obtenidos eran demasiado confusos.
El experimento fue especialmente angustioso porque no pudo echar mano de ninguno de los mecanismos que normalmente le ayudan a bloquear los sonidos que desencadenan una crisis.
Uno de ellos es la música.
“No puedo vivir sin música”, dice ella. “Llevo puestos los auriculares todo el tiempo, incluso si no tengo la música puesta, simplemente para estar lista si hay algún ruido que me moleste. Para mí es como una protección“.
Artistas como Moby, David Bowie, Air, Diana Ross, Oasis y Daft Punk se han convertido en la banda sonora de su vida, dice ella.
Pero hay sonidos que le siguen resultando imposibles de soportar, incluso viendo una película.
“Odio, por ejemplo, el sonido de la gente al besarse, me parece asqueroso”.
“Una de cada dos películas tiene a dos personas besándose apasionadamente. A veces no hacen ruido pero otras sí y tengo que taparme los oídos hasta que acaban”.
En sus relaciones personales la misofonía no le ha causado demasiados problemas, asegura.
“Trato de rodearme de personas comprensivas“, dice. “Y trato de lidiar con lo que me molesta yo misma, sin pedirles que cambien su comportamiento”.
Actualmente está saliendo con alguien y dice tener una vida social bastante activa, pero también reconoce que vivir con misofonía puede dejarte muy aislado.
Vive sola y trabaja como freelance para una agencia de publicidad.
“Paso bastante tiempo en solitario, escribo mucho y trabajo yo sola en mi oficina”.
No suele decir a la gente que tiene misofonía porque no todo el mundo se muestra muy empático, confiesa. Espera que la medicina avance lo suficiente como para encontrar tratamiento, pero lo que realmente le gustaría es que la gente supiera más de esta condición y se mostrara más comprensiva.
“Si simplemente pudiera pedirle a alguien que esté sentado a mi lado en el teatro: ‘disculpa, ¿te importaría tratar de no hacer ese ruido? Tengo una misofonía”, y que me digan: ‘claro, lo siento mucho’. Eso es lo que espero, más allá de un tratamiento, solo poder tener esa discusión con alguien sin que me hagan sentir como si fuera un bicho raro”.
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