Discrepando en el abismo con el poeta Edmond Jabés

La ballena había ingerido vasos, botellas, bolsas y sandalias.

La ballena había ingerido vasos, botellas, bolsas y sandalias. Crédito: Reuters

Edmond Jabès (El Cairo, 1912–París, 1991) fue un escritor judío conocido por haberse convertido en una de las figuras literarias más famosas en lengua francesa después de la Segunda Guerra Mundial. Hijo de una familia judía italiana, nació en Egipto, donde recibió una educación colonial francesa clásica. Comenzó publicando en francés a una temprana edad. Cuando Egipto expulsó a su población judía, en 1956, Jabès quien tenía 44 años, voló a París, que ya había visitado por primera vez a los 18 años, en la década de 1930. Allí, retomó su vieja amistad con los surrealistas, aunque nunca fue formalmente miembro de ese grupo. Se convirtió en ciudadano francés en 1967, el mismo año en el cual se le concedió el honor de ser uno de los cuatro escritores franceses (junto con Sartre, Albert Camus y Levi-Strauss) que presentaron sus trabajos en la Exposición Mundial de Montreal. Su trabajo ha marcado indeleblemente el pensamiento de Maurice Blanchot y de Jacques Derrida.

Edmond Jabés

CANCIÓN DEL EXTRANJERO

Estoy buscando
a un hombre que no conozco,
que jamás fui tanto yo
como después de buscarlo.
¿Tiene mis ojos, mis manos
y todos esos pensamientos parecidos
a los residuos de este tiempo?
El mar deja de ser el mar
y se convierte en el agua helada de las tumbas.
Una chiquilla canta andando hacia atrás
y reina la noche sobre los árboles,
butaca en medio de los borregos.
Desgrana la sed en el grano de la sal
que ninguna bebida apaga.
Con las piedras, un mundo se carcome
por ser, como yo, de ninguna parte.

***

Maythé Ruffino

discrepando con Edmond Jabés

el mundo no se carcome por su orfandad poeta
todo lo que no es humano se pertenece
se sabe bien
se vive bella y bestialmente fuera del espejo
basta nombrar
elefante estalactita jaguar nube abeja oscuridad renacuajo rayo iguana
para escuchar el eco del mundo

lo que se carcome no es sino este mundillo de podredumbre
que arrogantes creemos hemos inventado
‒y me atrevo a discrepar contigo querido Edmond Jabés, aunque habrá muchos increpando que quién soy yo para levantar un murullo ante la voz de semejante poeta‒
pero igual te repito
el que se carcome es este mundillo

pero no para saberse y nombrarse
no
se carcome regordeándose
por lo que cree que es
por lo que se dice ser
por lo que
los que tienen el espejo sujeto por el culo
reflejando a los idiotas
‒que no miran más allá de su rostro carcomido‒
les hacen creer que son
y repiten a coro siniestro

el mar abandona la bella metáfora en transición y las ballenas mueren en silencio

el tiempo ha sido implacable Jabés
simple y llanamente implacable

‒pero quién soy yo para gritar hasta desfigurarse
en la boca renegrida de un negado profeta egipcio
¡este es el abismo!‒

el grano de la muerte alimenta nuestras vidas
hoy más que nunca
nada más nada más

te escucho
el mar no se convierte en tumba
es tumba

el doble espejo reflejante anudado en la garganta
del que alguna vez hablaste no existe más
ahora es este que te digo que unos cuantos sostienen por el culo
manchándoles las manos de un líquido viscoso y ajeno
está desquebrajado
nos corta la yugular los ojos la lengua las manos los pezones los pies el sexo
estamos tan anestesiados que ya no nos duele
nos estamos muriendo nos estamos asesinando y no nos duele
no queremos que nos duela
nos estamos extinguiendo y no nos duele
algunos ya no podemos que nos duela
y el reflejo de lo de arriba no se verá nunca más
y el reflejo de lo de abajo se ha ido para siempre

Jabés poeta
así como no llegaste a los ochenta
el riachuelo no llega más
las chiquillas y los chiquillos
ya no cantan caminando hacia atrás
sólo caminan hacias atrás
con los ojos idos y los dedos tartamudos
golpeteando los nuevos espejos negros de coltán

son billones y billones incontables los espejillos negros
los sacan de la sangre del congo
también de egipto
sí ‒de las tierras de donde te expulsaron por judío‒
las chiquillas que aún no sangran su luna
hunden sus manitas negras pequeñitas
en la tierra para escarbar el coltán

lo sacan de las minas de mozambique
los chiquillos negros que nunca podrán como tú
preguntarse y meditar frente a un hermoso espejo brillante
dónde está aquel hombre que desconocen frente al espejo
la melancolía meditativa ante la crisis existencial es un lujo que jamás los toca

porque estos chiquillos -mi querido poeta del exilio- jamás llegan a ser hombres
sus miradas negras y sangrantes son los residuos silenciosos
que nos tragamos día a día en los espejillos negros de coltán
donde creemos que amamos
que soñamos
que hacemos el amor
que nos buscamos
que nos tocamos hondo
que nos encontramos

algunos intuimos
mejor dicho sentimos
la noche reinar sobre los árboles
sentimos la noche reinar sobre las pequeñas bestias sentimos la noche reinar sobre el hielo sentimos la noche reinar sobre las bocas sedientas de los que ya no tienen saliva para gritar sentimos la noche reinar sobre los cuerpos desnudos y solos en la inmensidad de las sábanas sentimos las noches reinar sobre los cadáveres de millones de mujeres asesinadas en las calles de las ciudades de los hombres sentimos reinar la noche sobre las mujeres a las que sus verdugos les prenden fuego a la luz del día sentimos la noche reinar sobre los rostros desfigurados por el ácido corrosivo con el que los machos hunden a sus mujeres sentimos la noche reinar sobre las niñitas violadas por sus padres y sus abuelos y sus tíos y sus hermanos y sus primos y sus sacerdotes y sus maestros y son obligadas a cargar la semilla podrida por nueve meses y después escupir niñitas y niñitos tiernos como se tira un grano de arena sobre la arena infinita y seca para extraviarse en el ciclo venenoso del desierto sentimos la noche reinar sobre las rocas sentimos la noche reinar sobre los ojos de los hijos que nos atrevimos insolentes y egoístas a parir sentimos la noche reinar sobre la noche y exiliados de todo enmudecidos y huérfanos de la vida

nos
vemos
caer
en
el
abismo
-sueño incesantemente ver la noche caer sobre mi sonrisa de anciana mirando hacia atrás y escuchando a mi hijita cantar una canción de cuna que inventé para ella para cobijarla del horror que sentía al dejarse ir en lo que ella entendía como morir en la boca negra de la noche-
aunque todo termine
ella escuchará mi canto
y por ella permanezco en el abismo

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