Desamparo golpea a refugiados y solicitantes de asilo en Los Ángeles

Cada vez más familias con hijos y mujeres se suman al número de personas sin hogar en el condado.

La familia Méndez prefirió no revelar su identidad en las fotos. (Aurelia Ventura)

La familia Méndez prefirió no revelar su identidad en las fotos. (Aurelia Ventura) Crédito: Aurelia Ventura | Impremedia/La Opinión

Para Jessica Méndez, una madre solicitante de asilo político, ha sido un respiro encontrar refugio en un albergue de la organización Union Rescue Mission,  aún cuando se encuentra ubicado en el Skid Row, un deprimente submundo en pleno centro de Los Ángeles donde viven miles de personas sin hogar en las aceras.

El Skid Row de Los Ángeles tiene la población más grande de personas sin hogar en los Estados Unidos.

Si no me hubieran recibido aquí, mis hijos y yo estaríamos viviendo en la calle. No sé qué hubiera hecho”, dice la inmigrante de El Salvador.

“Supe de este lugar por medio de una amiga, pero cuando vine me sentí decepcionada al ver a todas las personas que viven en la calle alrededor del albergue. ¿A esto traje a mis hijos? Tenía miedo de salir al principio. Pero otra amiga que vive aquí, me empezó a sacar a la calle. Después vi las cosas diferentes. Mis hijos están viendo lo bueno y lo malo de este país”, dice.

Y reconoce que estaba muy nerviosa. “No es fácil adaptarse. Pero me ha sorprendido encontrar  instituciones en este país que le dan la mano a los desconocidos cuando uno no tiene amigos ni familia”, expresa.

La vida en el albergue en Skid Row es una experiencia que nunca van a olvidar.

“Allá afuera ofrecen drogas. Hemos escuchado experiencias de que por las adicciones, muchas personas lo han perdido todo, su familia, sus casas”, indica.

Ella por su parte no termina de dar gracias a Dios por tener un techo y comida para ella y sus hijos.

“Vamos a salir de esto. Es temporal y  le vamos a echar ganas”, asegura.

Jessica Méndez con sus hijos Enmanuel de 14 años, Lluvia de 9 años, y Samara de cuatro meses de nacida. (Aurelia Ventura/La Opinión)

Por una vida mejor

Jessica entró a los Estados Unidos el 1 de enero de este año.

“Solicitamos asilo político y nos detuvieron cuatro días, pero no nos separaron como familia”, cuenta.

Vino con sus tres hijos Paola, Lluvia y Enmanuel, pero en su vientre de embarazo de seis meses, venía otro bebé, Samara, quien nació el 25 de marzo en Los Ángeles.

Los primeros días que llegaron a Los Ángeles se quedaron con una amiga. Como no pudo hospedarlas por mucho tiempo, las llevó al albergue de Union Rescue Mission.

“El 10 de enero llegamos a esta misión. Aquí hemos vivido desde entonces. Aquí nació mi hija”, explica la madre.

En El Salvador, Jessica tenía un pequeño negocio donde vendía pupusas. “Mis hijos son de padres diferentes. Uno de ellos está en la cárcel por abusar de una niña. Fue condenado a ocho años, ya lleva cinco años en detención. De ahí me llamaba por teléfono para que le llevara a mi hija”, narra.

Sin embargo, tuvo miedo porque el hombre anduvo en la guerrilla. “Una señora me dijo que no podía llevar a la niña al penal. Él siempre llamaba y decía cosas. No sabía que yo, ya tenía otra relación y estaba embarazada”, explica.

Jessica dice que el padre de su bebé recién nacida, emigró a los Estados Unidos antes que ella, y eso la animó también a emigrar.

“Él ha sido detenido en migración en Miami desde hace varios meses. No ha tenido suerte. Metió la aplicación para apelar su deportación que le salió en mayo”, cuenta.

A pesar de todo, su esperanza es reunirse con su nueva pareja en Los Ángeles y vivir todos en familia. “Si lo deportan, ya le dije que me voy a quedar a pelear mi asilo. Tal vez yo pueda ayudarle después”.

Samara nació en Los Ángeles y tiene cuatro meses de vida. (Aurelia Ventura/La Opinión)

Pero no ha sido fácil para esta madre encontrar asistencia legal para su caso de asilo.

“No tenemos abogado.Fuimos a una organización no lucrativa. Ellos me dijeron que no estaban tomando casos de asilo. Y no tener un permiso para trabajar, me hace las cosas difíciles”, se lamenta.

El sentirse segura en este país es algo que la motiva. Además está convencida de que aquí hay más oportunidades para sus hijos quienes ya asisten a la escuela. Su hija mayor, de 19 años, estudia en la Escuela para Adultos. “Yo salí de El Salvador porque quiero darles una mejor vida  y protegerlos de la violencia de mi país. Para ellos ha sido muy difícil. Tuvimos que dejarlo todo”.

Pero su mayor deseo es arreglar su situación migratoria. Jessica tiene una deportación previa. “En 2014 intenté entrar al país, pero los agentes de migración, me agarraron y me deportaron”, comenta.

Mientras se define su situación legal, está agradecida por tener un techo, comida y escuela para sus hijos.

Este albergue ha sido mi tabla de salvación. Todos lo que trabajan aquí son muy buenas personas”, dice.

Lluvia de 9 años realiza muchas actividades en el albergue de Union Rescue Mission donde su familia encontró refugio. (Aurelia Ventura/La Opinión)

Albergue Santuario

Alexandra Monsibaez, vocera de Union Rescue Mission dice que esta madre refugiada no es el primer caso de un solicitante de asilo o refugiado a quien le dan albergue.

Somos un shelter Santuario. El director ejecutivo, Andy Bales ha dicho que si Migración llegara aquí, se pararía en la puerta y no dejaría entrar a nadie”, comenta.

“Aquí no importa lo que el gobierno decida en Washington. No se echará a nadie a las calles. Los refugiados vinieron a este país porque en el suyo estaba bien difícil y buscaban un lugar mejor para sus hijos”, observa.

En el albergue junto con Jessica, había cuatro madres solicitantes de asilo de Honduras, México y El Salvador.

Union Rescue Mission es una organización privada que vive solo de donativos particulares, y no acepta ayuda del gobierno.

En la actualidad tienen más de 70 familias sin hogar con más de 150 niños que son sus hijos. “El 20% de las familias son latinas”, dice Alexandra.

Enmanuel y Lluvian juegan con su hermanita Samara de cuatro meses de nacida. (Aurelia Ventura/La Opinión)

Familias y mujeres

En el último año, en Union Rescue Mission han notado un aumento de los desamparados entre familias y mujeres. “Las rentas de las viviendas están muy caras; y las familias ya no pueden tender la mano a sus familiares como antes porque hay reglas muy claras por parte de los arrendatarios que solo se permiten cierto número de personas. Las familias no quieren perder sus departamentos por ayudar a otros parientes”, comenta.

El Conteo de Indigentes de Los Ángeles de 2019 de la Autoridad para Desamparados de Los Ángeles (LAHSA), reveló que en el condado hay 8,799 familias sin un techo. De esas, 7,111 viven en albergues y 1,688 en la calle o sus autos.

“Era tanta la demanda de un techo para las familias, que el año pasado llenamos el gimnasio con camas de aire. Tenemos capacidad para 1,200 camas, pero hemos llegado a tener hasta 1,500 personas”, señala. Y precisa que Union Rescue Mission es la única organización para personas desamparadas que acepta familias.

Estas pueden durar años en el albergue o seis meses, tres meses. “El tiempo de estancia en el albergue depende de cada familia. Cada caso es diferente. El problema de las personas sin hogar no se puede resolver con una solución general”, considera.

En dicho albergue las personas sin hogar reciben servicios médicos, de salud mental, dentales y legales. Pero además les dan cursos y los ayudan a encontrar un trabajo y un techo.

Samara de cuatro meses duerme tranquila en los brazos de su madre Jessica sin imaginar todos los desafíos por los que pasa su familia en busca de asilo en los Estados Unidos. (Aurelia Ventura/La Opinión)

Todos podemos ayudar

Alexandra piensa que no se hace lo suficiente para ayudar a las personas sin hogar. “En el condado de Los Ángeles no tenemos albergues ni camas para que los desamparados tengan donde ir. El 75% viven en la calle comparado con Nueva York donde solo el 4% pasa la noche en la vía pública”, agrega.

Y subraya que el gobierno puso mucho énfasis en ayudar a los veteranos sin hogar cuando se debía ayudar a hombres, mujeres con hijos y a todas las personas sin hogar no solo a un grupo.

Alexandra hace un llamado a los angelinos porque estima que todos podemos ayudar para resolver la crisis de los sin techo. “Estamos viendo los campamentos de desamparados a lo largo de la ciudad. Así que necesitamos hacer algo en lo individual. Si no podemos donar un dólar, todos tenemos algo que podemos donar como ropa que usamos. Ocupamos donaciones. No tenemos ayuda del gobierno”, concluye.

El domingo busque la cuarta  de cinco partes de la serie sobre indigencia: Adultos mayores dejan la calle por un techo seguro

Segunda de cinco partes: La nueva cara del desamparo, profesionales que viven en sus autos

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