Kobe, seguimos esperando a que alguien nos despierte

No hay en la memoria reciente una tragedia más impactante en los deportes que la del astro angelino

Kobe Bryant se despide.

Kobe Bryant se despide. Crédito: Mike Brown | EFE

 “Falleció Kobe”, decía el mensaje de texto de uno de mis compañeros de nuestra sección de deportes la mañana del domingo.

¿Cuál Kobe?

Debía ser alguien más o un error en la redacción del corto mensaje, por supuesto.

Una hora y media después, ahí estaba yo. Parado en un estacionamiento junto a varios reporteros de canales locales de televisión y rodeado de cientos de silenciosos fans de los Lakers. Enfrente de todos, a cientos de metros de distancia sobre una alta colina, la escena de la tragedia que consternó al mundo entero.

Todo era absurdo y, siendo muy sincero, pensaba sí estaba soñando. Estoy seguro que en eso estaba lejos de ser el único.

Yo no fui un fan de Kobe Bryant, al contrario. Obviamente reconocía su talento e insuperable competitividad. Aunque crecí siguiendo a los Lakers de Magic Johnson y Kareem Abdul-Jabbar, perdí interés en el equipo cuando apareció Shaquille O’Neal con el uniforme lagunero.

Si no eras aficionado de los Lakers, Kobe era odiosamente bueno. Era el enemigo número uno. Pero cuando ganó sus campeonatos 4 y 5 de la NBA, ya sin Shaq, las cuales me tocó cubrir como reportero, realmente empecé a apreciarlo como un monstruo del deporte, como un angelino de excelencia deportiva. Y yo, convirtiéndome en angelino, fui valorando cada vez más el hecho de que él ganaba campeonatos en esta meca del deporte en la que los títulos deportivos profesionales no son para todos.

El Kobe retirado como jugador de baloncesto me gustaba más, mucho más. Del atleta ultra competitivo con el instinto asesino en la cancha, al hombre ejemplar, interesante y feliz que crecía como ser humano. Kobe siempre generaba confianza y esa inspiración de tratar de ser el mejor tocó a millones. Es su legado más importante.

Mi mejor anécdota de Kobe es de su partido final, y yo ni siquiera estuve en el Staples Center. Me preparaba para regresar de España, a donde fui a ver partidos de la Champions League. Pero ese 13 de abril de 2016 me subí al taxi que me llevaría al aeropuerto de Madrid. Mi gran sorpresa fue escuchar en vivo, en la radio, la narración en español de los minutos finales de Kobe en la NBA con sus 60 puntos. Icono global.

La muerte de Kobe Bryant a los 41 años con su hija Gigi, de 13, y otras siete personas no se puede creer. Nadie nos despierta de esta pesadilla…

El gran atleta estaba en su mejor momento como ser humano. Perdieron la vida viajando a un torneo de básquet infantil. Sus restos físicos quedaron sobre una colina remota por un accidente al parecer precipitado por la neblina, en una zona donde casi nunca hay tal.

Y por esas razones, la tragedia es la más impactante en décadas recientes en el mundo de los deportes.

Por si acaso todo esto no es un sueño, al menos podremos consolarnos sabiendo que Kobe, el “odioso” ganador, la persona progresista y sensible que fue, dejó muchas cosas buenas en este mundo.

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