Periodista narra la diferencia que ha hecho el programa de DACA en su vida

Jacqueline García explicó que la decisión de la corte recordó a los estudiantes que el programa no es una solución permanente y la importancia de seguir luchando

Jacqueline García (d) entrevista a Raquel Bensimon, ex presidenta de Dearden's. (Aurelia Ventura)

Jacqueline García (d) entrevista a Raquel Bensimon, ex presidenta de Dearden's. (Aurelia Ventura) Crédito: Aurelia Ventura | Impremedia

Por un momento sentí como una bofetada el esfuerzo del presidente Trump para poner fin al programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA). Este programa protege a cientos de miles de jóvenes sin documentos que trabajan arduamente por sobresalir en este país. Por cinco años yo fui una de ellos.

Afortunadamente sus esfuerzos fueron infructuosos, pero durante su anuncio de terminar el programa en el 2017 también terminó con el sueño de muchos jóvenes.

En aquel momento escuché como algunos ‘soñadores’ perdieron la esperanza de renovar su estatus legal en Estados Unidos y se auto deportaron. Otros dejaron de renovar sus permisos de DACA por temor a que agentes de inmigración los buscaran en su casa a ellos y a sus familias. En las redes sociales vi cómo muchos más expresaban su angustia y una sensación de derrota.

Es por eso que el fallo de la Corte Suprema a mediados de este mes, que rechaza el intento de la administración Trump de eliminar el programa, significó una gran victoria a nivel personal y para todos los beneficiarios de DACA. Desafortunadamente el Tribunal dejó abierta la posibilidad de que, la actual administración pueda prevalecer si proporciona una “explicación razonable” para desmantelar el programa.

De forma inmediata, el presidente prometió precisamente eso, frenarla. Pero de paso nos recordó que DACA nunca ha sido una solución permanente, es por eso la importancia de no quedarnos con los brazos cruzados. Lo importante es que la victoria en la corte otorga a los jóvenes más tiempo para seguir luchando por una reforma migratoria.

Yo obtuve mi residencia legal hace tres años, justo cuando Trump anunció la disolución de DACA. Si bien tenía una sensación de seguridad, no pude evitar el sentimiento de frustración porque conozco de primera mano la importancia del programa. Con DACA pude lograr muchos de mis sueños más anhelados, pero ¿cómo realizarían sus objetivos los más de 750,000 Soñadores?

Recuerdo claramente cuando el presidente Obama anunció la creación del programa, en un discurso en el Rose Garden, el 15 de junio de 2012. En casi cada palabra que pronunciaba sentía que estaba hablando de mí.

Por muchos años he prometido lealtad a la bandera estadounidense. Asistí a la secundaria y preparatoria en este país. Me gradué de la universidad, pagando mi matrícula a través de becas y donaciones privadas porque no calificaba para recibir ayuda financiera del gobierno. Obtuve una licenciatura en periodismo pero no podía ejercer por la falta de un número de seguro social válido.

Obama lo dijo claramente: yo era estadounidense “en todos los sentidos menos uno: en papel”. Él estaba listo para eliminar la sombra de la deportación y ofrecer a los jóvenes indocumentados como yo, algo de alivio y esperanza.

Su decisión llegó justo a tiempo para mí ya que apenas califiqué para DACA; el límite de edad era 30 años, y yo tenía 29. Tengo amigos que sobre pasaron la edad límite pero eso no los hace menos estadounidenses.

Después de graduarme de la preparatoria comencé a involucrarme en el activismo por una legalización y un camino hacia la ciudadanía para jóvenes indocumentados. En ese entonces comencé a darme cuenta de lo difícil que sería mi futuro sin un estatus legal. No tenía miedo de hablar de mi situación a cualquier persona que nos escuchara y nos ayudara.

De hecho, el ser indocumentada me hizo valorar más la importancia del periodismo. Comencé a contar las historias de los más necesitados. Cualquiera que sea el problema (educación, salud, medio ambiente), las desigualdades y las cargas recaen en gran medida en las minorías y, sobre todo, en las personas sin documentos.

Con DACA pude obtener un número de seguro social válido y mi licencia de conducir. Comencé a trabajar legalmente como periodista y viajé fuera del país, con un permiso especial—Advance Parole—cuyo reingreso quedaba a criterio de los agentes de inmigración.

En el 2016 visité mi ciudad natal, Teziutlán, Puebla, por primera vez en casi 20 años. Una de las primeras cosas que hice fue llevarle flores a la tumba de mi padre Juan Guzmán. Él había fallecido 10 años antes, pero por no tener documentos no pude asistir a su funeral.

Abracé a mis tías, hermanas de mi madre y de mi padre; visité y observe con melancolía mi antigua casa, hecha de cemento, ladrillos y unas laminas.

Tengo muy claro que el haber regresado al lugar donde nací y crecí los primeros años de mi vida, me ayudó a entender los sacrificios que hizo mi familia para que yo creciera en un lugar lleno de oportunidades para salir adelante, es por eso que finalmente pude entender y convencerme que mi verdadero hogar se encuentra en Estados Unidos. Así que  regresé con más energía y entusiasmo para seguir luchado y construir mi futuro.

Con DACA construí mi crédito, compré un auto nuevo en una concesionaria y, junto con mi esposo, compramos nuestra casa en Los Ángeles.

Es bien sabido que los periodistas no deben ser parciales, pero en este caso yo no siento nada más que gratitud por las oportunidades que recibí del presidente Obama a través del programa DACA.

Jacqueline García (d) y su hermana Jessica García visitan a su hermano Juan Guzmán en Tijuana. (Suministrada)

Después de obtener mi residencia legal en 2017, viajé a Tijuana para visitar a mi hermano mayor [Juan Guzmán Jr.], quien fue deportado ocho años antes. Él decidió vivir justo al otro lado de la frontera en lugar de regresar a nuestro estado natal porque quería estar cerca de lo que conocía como su hogar.

Él hubiera calificado para DACA si inmigración no lo hubiera obligado a firmar documentos de auto deportación. Los funcionarios de inmigración le llaman “deportación voluntaria”, pero no fue así en su caso ni en muchos otros.

Ahora estoy muy contenta de que la decisión de la Corte Suprema haya renovado la esperanza de mis hermanos y hermanas “DACAmentados”. Pero nuestro trabajo no ha terminado. El Congreso debe crear un camino hacia la ciudadanía para los 11 millones de inmigrantes que viven en el país sin documentos, incluyendo los padres de familia. Ellos, quienes son los verdaderos soñadores y los iniciadores de nuestro porvenir.

Recordemos que por lo general, nuestros padres llegaron a un país que no conocían, sin saber el idioma y en la mayoría de los casos sin dinero; ellos soportaron trabajos con malos salarios y, a menudo, mucha hostilidad en la sociedad, pero nunca se rindieron y aguantaron todo para asegurar que sus hijos tuvieran una vida mejor.

Estoy orgullosa de mi madre y del coraje que tuvo para traerme a mí y a mis hermanos aquí. También estoy orgullosa de ser parte de una generación que no permitió que nuestra situación de indocumentados nos impidiera luchar por lo que es correcto. No sabemos qué sucederá en el futuro, pero por ahora podemos celebrar.

Esta columna fue escrita para el USC Center for Health Journalism en colaboración con La Opinión.

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