Cinco generaciones de mujeres mexicanas indígenas en lucha por su cultura… ¡en EE.UU.!
Odilia Romero fundó la asociación civil Comunidades Indígenas en Liderazgo (CIELO), descubre cómo ha sido su aportación sobre las comunidades
MÉXICO – Las Romero son de armas tomar. Hace poco se deslizaron en la sofisticada revista Vogue —edición estadounidense— vestidas con sus trajes blancos para hacerse escuchar entre el glamour. Hoy, en entrevista con este diario, detallan de qué va la lucha de indígenas en Estados Unidos, una comunidad vulnerable entre las vulnerables.
A base de tesón, una generación de mujeres que incluye a bisabuela, abuela, madre, hija y nieta, han logrado poco a poco visibilizar la problemática de 500 años de atraso de sus pueblos y discriminación de las etnias en Oaxaca, que son una pequeña muestra del resto de pueblos en el olvido desde México y aún más invisibles en EE.UU., donde han emigrado.
En EE.UU. ni siquiera hay un cálculo oficial ni extraoficial de cuántos son.
“Lo más difícil es comunicar que existimos”, afirma Odilia Romero, activista fundadora de la asociación civil Comunidades Indígenas en Liderazgo (CIELO).
“Aquí la gente muchas veces no sabe que en México hay indígenas, cree que desaparecieron o que todos son aztecas. Are you aztec?, nos preguntan sin imaginar que en México se hablan 364 tipos de idiomas y que la barrera del idioma nos impide educarnos”.
Odilia Romero llegó a Los Angeles cuando tenía 10 años. Sus padres habían emigrado previamente de Zoogocho (en la sierra norte de Oaxaca). Sólo una de las cuatro hermanas nació en EE.UU. El resto, fue a la escuela tratando de consolidar el zapoteco, olvidar un poco el español y entender el inglés. “Me atrasé toda la vida por esto”, destaca.
“Imagínate que a los 10 años no sabes leer inglés y vas en quinto grado, pero tu nivel de comprensión en de primero y los profesores no entienden las razones de tu atraso y se desesperan y te van rezagando”.
Eso le pasó a Odilia Romero y, por eso, cuando fundó CIELO como un proyecto aparte del Frente Binacional de Organizaciones Indígenas, en el que ha militado por tantos años, consideró que los focos de la nueva asociación deberían ser: trabajo de interpretación de las lenguas indígenas y la reivindicación de su cultura con foco en la literatura sin perder de vista el tema de género.
“El tema para los indígenas en las escuelas aquí no ha mejorado, lo que yo viví hace 39 años lo sigo viendo ahora: siguen con un atraso en el desarrollo intelectual y tiene que ver con la barrera del idioma y muy pocos maestros se dan cuenta y llaman a intérpretes para que ayuden”.
CIELO cuanta ahora con 200 intérpretes en California, Nueva York, Chicago y hasta en México porque las varientes de una lengua pueden ser tan diversas que no encuentran en EE.UU. Tal es el caso del zapoteco. Odilia Romero entiende dos o tres varientes, pero hay casos penales, médicos o una declaración juradas en los cuales no podría arriesgarse a traducir con exactitud.
Orgullo indígena
Natalia Toledo y Mardonio Carballo, ¿te suenan? Son dos escritores de lenguas mexicanas, uno en zapoteco, la otra en náhuatl, y son parte de la Conferencia de Literatura Indígena que organiza CIELO anualmente en California desde 2016 como parte de sus políticas de reivindicación cultural, de su proyección ante la comunidad de la que ya son parte, como Janet Martínez, de 33 años, hija mayor de Odilia Romero.
Janet superó la historia escolar de su madre con la ayuda de ésta, quien poco a poco la involucró en el activismo indígena en Los Angeles. “A veces la sacaba de algunas clases y la llevaba a reuniones de la FIOB porque pensaba que aprendería más que en las aulas. No era algo que hacía siempre, sino cuando lo consideraba necesario”, precisa Odilia.
Y así fue. Creció a la par con la conciencia cultural y social de su etnia y el ánimo de justicia para los indígenas. “Siempre me gustó estudiar”, advierte a Impremedia.
Las nuevas generaciones de parientes de Janet han sido aplicadas en el colegio. Ella fue a la Universidad de California Berkeley, donde se graduó en Estudios de Género; otros primos, han ido a la Universidad de California Los Angeles y en Riverside.
La tatarabuela que aún vive en México les echa porras a distancia y siempre con las puertas abiertas en Zoogocho. Regresar al pueblo es importante para a familia de activistas. Odilia dice que a México va a Zoogocho a descansar y, al resto el país a trabajar, a un congreso, a una antesala gubernamental, en busca de un traductor…
Janet Martínez guarda recuerdos de esas visitas divertidas y entrañables en las que la incluyó su mamá, quien fue una madre joven. A los 15 años se casó; a los 16, tuvo a Janet.
Odilia Romero contaría años después que un día llevó a su hija a Oaxaca a pasear y saldó, a la vez, algunos abusos de los que fue víctima. Fue a la casa de su tío violador y le echó en cara el daño que le hizo. El reclamo fue delante de la esposa de él y el hombre no contestó. Sólo bajó la mirada. Ella se fue al poco rato y se sintió, quizás, un poco mejor.
La historia de Janet fue más tersa. Se enamoró en el primer año de la universidad y tuvo a Amelie Velez Perez, quien ya cumplió 12 años. El embarazo la atrasó un año en la carrera. En lugar de cuatro años, la concluyó en cinco años “duros” lejos de Los Angeles.
En cuanto terminó volvió a la organización, dónde hace falta, dice. Ahí ha visto crecer a la par a su hija y su hermanastro: Odilia se divorció, se volvió a casar y tuvo a un varoncito que hoy tiene 10 años.
El COVID-19
Inmersos en los campos o entre las máquinas de costura, los indígenas residentes en California han sido golpeados por el COVID-19. Algunos por contagios debido al hacinamiento de muchas familias en medio de una pandemia que requiere aislamiento social. Tan sólo en el condado de MonterRey las autoridades reconocieron en junio a 751 casos.
Pero el golpe mayor fue el desempleo, destaca Odilia Romero. Se cerraron restaurantes y fábricas de costuras y, en la reapertura, no volvieron a contratar a todo el personal. Quienes no tienen documentos la están pasando muy mal.
CIELO organizó una colecta en los últimos meses para ayudar a esos indígenas desempleados por la pandemia. Logró recopilar $967,000 dólares para 2,500 familias. Janet se encargó de hacer los cheques de $400 dólares cada uno como una ayuda básica para que los usen en las urgencias.
“Esperamos poder recopilar más”, dice.
Los retos de estas comunidades son permanentes. Siguen llegando nueva generaciones de indígenas a California que se suman a miles que comenzaron a emigrar desde los años 90 del siglo pasado, hartos de la pobreza, de la falta de oportunidades, desplazamientos forzados, luchas de tierras, venganzas políticas…
A Janet Martínez le pesa que las nuevas generaciones no estén aprendiendo las lenguas indígenas, que se centren en el inglés y, si acaso, en el español. Dice que notó esta falta incluso en su propia familia. Mientras Odilia, su madre, es trilingüe; ella, es más bilingüe y es hasta ahora está buscando aprender más de zapoteco.
“Los padres no lo enseñan porque creen que así protegen más a sus hijos o no les quieren complicar la vida, pero es importante que lo sepan hablar para fortalecer la cultura”, detalla.
Para Odilia la prioridad es que se les reconozca como pueblos originarios, su existencia y variedad, carencias, potencial. Sobre ello han tenido grandes avances: hoy la policía de Los Angeles carga siempre con una lista de idiomas indígenas mexicanos con los que podrían toparse y necesitar traducción e incluso ya hay varios agentes de origen indígena en las fuerzas del orden local. Pero falta más.
En tanto, madre e hija disfrutan de los logros. Entre ellos, el orgullo de vestir sus huipiles y bordados. Una actitud impensable hasta hace poco. ¡Tan poco que parece que fue ayer!