La lucha contra el racismo hermana a las minorías
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America's Voice y David Torres es asesor de medios en español de America's Voice
Al conmemorarse el Mes de la Historia Afroamericana para resaltar los logros, las contribuciones y los retos que enfrenta esta comunidad —que encabezó fehacientemente la lucha por los derechos civiles en esta nación— es inevitable pensar en lo que otros grupos minoritarios compartimos con ellos en momentos en que los sectores no anglosajones están en permanente ataque por diversos flancos.
En efecto, parecía que la andanada de insultos llenos de odio y de discriminación tenderían a disminuir tras la derrota del expresidente Donald Trump, cuyas políticas contra las minorías hicieron retroceder la historia de Estados Unidos hasta niveles humanamente inaceptables; pero el resurgimiento de esa vomitiva retórica de odio que se perfila para ser utlizada electoralemente otra vez hace pensar en el largo camino que queda por recorrer en el ámbito de los derechos humanos aquí.
Aunque nuestras historias como minorías son diversas y diferentes, y de que los afroamericanos tienen la triste particularidad de que sus antepasados fueron traídos como esclavos a este país, también es cierto que nos unen las luchas contra el racismo, la xenofobia, la inequidad y los actuales intentos republicanos de reprimir el voto de minorías.
Esa situación tan negativa que nos afecta como grupos minoritarios se está convirtiendo en el hilo conductor de esta nueva etapa en la defensa del derecho a existir e interactuar en un ambiente donde las libertades no tengan que regatearse, ni mucho menos claudicar a ejercerlas.
Además, tampoco hay que olvidar que algunas minorías, como el caso de los latinos, también tienen herencia africana, esa tercera raíz que durante mucho tiempo fue invisibilizada, pero que ahora mismo hay que reivindicar como profundamente nuestra para fortalecer aún más nuestros indestructibles lazos culturales e históricos.
Pero entre la comunidad de inmigrantes indocumentados con herencia africana, son los haitianos el grupo quizá más olvidado e ignorado, a pesar de la rica historia de Haití y de su huella en esta nación desde hace siglos, mucho antes de que en las décadas de los 60 y los 70 miles de haitianos se establecieran aquí, particularmente en el Sur de Florida y en ciudades del Noreste de Estados Unidos.
Y casi siempre que se habla de las independencias regionales se tiende a olvidar que Haití fue la primera nación en abolir la esclavitud y declarar su independencia, mediante una revuelta épica (1791-1804) que llena de gloria la historia de esta nación caribeña.
Pero como suele ocurrir a través de la historia con el desarrollo de las naciones y sus desajustes por corrupción, violencia, pobreza y falta de apoyo, las oleadas de migrantes van y vienen creando un círculo vicioso que, hasta nuestros días, no cesa. Y los haitianos en años recientes, como en oportunidades previas, han estado inmersos de crisis en crisis, ya sea política o porque la furia de la naturaleza, a través de terremotos y huracanes, los ha llevado a salir de su nación buscando un mejor porvenir.
Por otro lado, la política migratoria de Estados Unidos hacia los haitianos ha sido caótica y prejuiciosa. Cómo olvidar las desgarradoras imágenes de haitianos hacinados en la frontera entre Estados Unidos y México en condiciones infrahumanas siendo perseguidos por agentes fronterizos, incluso a caballo, cual si fueran presas de caza.
Ya el grupo Haitian Bridge Alliance había detectado y dado a conocer en diciembre de 2021 una serie de anomalías que enfrenta la comunidad haitiana migrante en la zona fronteriza México-Estados Unidos, sobre todo en Texas. Menciona, entre otras, la “denegación de acceso a abogados e intérpretes disponibles; atención médica inadecuada; ausencia de exámenes de detección basados en el miedo; bloqueo del acceso a los medios de comunicación; alimentos y agua inadecuados; intimidación física por parte de agentes de CBP; y declaraciones engañosas por parte del Departamento de Seguridad Nacional (DHS)”.
Ahora mismo hay miles de refugiados haitianos varados en México porque Estados Unidos, durante la presidencia del demócrata Joe Biden, sigue aplicando el Título 42 del gobierno de Trump, argumentando que por las restricciones de la pandemia del Covid estos solicitantes de asilo tienen que hacerlo desde México, donde son víctimas de crimen, violencia y racismo.
Desde marzo de 2020, por ejemplo, miles de migrantes con casos sólidos de asilo han sido expulsados a México o incluso a sus países de origen. Se calcula, por ejemplo, que desde septiembre de 2021 el gobierno de Biden ha deportado a más de 14,000 haitianos a una nación rota que no puede absorberlos ni atender sus necesidades más básicas. De hecho, considerada la economía más pobre de la región latinoamericana y del Caribe, difícilmente Haití repuntará en el corto plazo, tomando en cuenta los más recientes datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en los que indica que dicha región “desacelerará su ritmo de crecimiento en 2022 a 2.1%, luego de crecer 6.2% promedio el año pasado”.
A eso se suma, según el reporte, “persistencia e incertidumbre sobre la evolución de la pandemia, fuerte desaceleración del crecimiento, se mantienen la baja inversión, productividad y lenta recuperación del empleo, persistencia de los efectos sociales provocados por la crisis, menor espacio fiscal, aumentos en las presiones inflacionarias y desequilibrios financieros”.
En el caso específico de Haití, dice por su parte el Banco Mundial “el 60% de la población haitiana, o 6.3 millones de personas, sigue siendo pobre, y el 24%, o 2.5 millones, se encuentra en situación de pobreza extrema”.
Así, aunque esa nefasta política pública de deportaciones implementada por el gobierno estadounidense afecta a migrantes de todas partes, el caso haitiano, por su crudeza y porque plantea abiertamente prejuicios raciales, es por demás ofensivo. Solamente pensemos si esos migrantes, haitianos y no haitianos, fueran rubios de tez blanca y ojos claros, ¿se les trataría igual?
Por eso todos debemos conmemorar la historia afroamericana porque de una forma u otra estamos interconectados. No debemos olvidar lo que tenemos en común: un pasado y un presente de lucha contra el racismo y el prejuicio que siguen asomando sus horribles rostros en pleno Siglo 21.