Un padre busca recuperar el tiempo perdido injustamente

Luego de estar encarcelado por 16 años por un delito que no cometió, Luis Ernesto Vargas trata de disfrutar cada momento con su familia

Luis Ernesto Vargas disfruta en su hogar con su familia.

Luis Ernesto Vargas disfruta en su hogar con su familia. Crédito: Familia Vargas | Cortesía

Desdeel 26 de mayo de 2016, Daniel puede disfrutar de un verdadero Día del Padre, con su progenitor Luis Ernesto Vargas, ahora ministro evangélico, quien fue liberado de prisión. 

Ayer, Vargas recibió la sorpresa de ser festejado por su hijo Daniel, quien lo llevó a disfrutar de un suculento desayuno en el restaurante “The Boys”, en Santa María, California.

Vargas, a quien las autoridades judiciales apodaron “El Violador de la Lágrima”, pasó 16 años de su vida encarcelado por delitos que nunca cometió.

A Vargas  lo acusaban de ser el autor de tres agresiones sexuales ocurridas entre febrero y junio de 1998. Cumplía una sentencia de 55 años en la prisión estatal Ironwood, en Blythe, California, hasta que fue exonerado por el juez William Ryan, el 23 de noviembre de 2015.  

Luis Ernesto Vargas con su esposa Florentina disfrutan con algunos miembros de la familia.  Crédito: Familia Vargas | Cortesía

“Al verdadero culpable nunca lo atraparon”, cuenta Vargas a La Opinión, previo a la celebración del Día del Padre, desde su hogar de Santa María, California.  

Los delitos por los que Vargas era acusado eran tan similares que la policía y los fiscales acordaron durante el juicio que tenían que haber sido cometidos por la misma persona. Lo curioso, es que ese tipo de crimen siguió ocurriendo hasta el 2012, mientras que Vargas cumplía su condena.

Aquel “violador de la lágrima” había sido vinculado previamente a 11 delitos a través del ADN y era sospechoso de aproximadamente 35 ataques en total en el área de Los Ángeles, de 1996 al 2012. Incluso, un retrato hablado aparecía en la lista de los más buscados del FBI. 

El violador en serie preguntaba a sus víctimas por alguna dirección; las amenazaba con una pistola y luego las violaba en algún callejón de la ciudad. 

Luis Ernesto Vargas con su hijo Daniel. Crédito: Familia Vargas | Cortesía

“Cuando me tenían encerrado ocurrieron otras 11 violaciones similares”, narra Vargas.

Irónicamente, Vargas, nacido en Tijuana, Baja California, le dijo a su abogado que el autor de las agresiones era él. Obviamente, eso era imposible porque esos delitos sucedieron, mientras el inmigrante se encontraba tras las rejas. 

“Burlándome, le dije que me daban permiso en la cárcel para saltarme la reja eléctrica y que los guardias me abrían la puerta de la cárcel para poder regresar luego a mi celda, después de haber agredido a mujeres”. 

Las tres víctimas, identificadas como Karen P., Edith G. y Teresa R. testificaron y aseguraron que Luis Ernesto Vargas era su atacante.

Su agresor tenía tatuadas dos lágrimas debajo del ojo izquierdo y no tenía bigote; mientras que Vargas presentaba solamente una lágrima tatuada en su ojo y usaba bigote.

Vargas donó un riñón para que su esposa Florentina pudiera recibir la donación de un órgano y salvar su vida.  Crédito: Familia Vargas | Cortesía

Las inconsistencias en la descripción del atacante se derrumbaron cuando el California Innocence Project de la California Western School of Law de San Diego y su abogado, Justin Books, requirieron nuevos exámenes de DNA para el ahora ministro de la iglesia apostólica “Fe Viva”. 

Los resultados mostraron que los crímenes por los cuales Vargas fue condenado fueron cometidos por el notorio “Violador de la lágrima”, pero no él. 

La fiscal Nicole Flood revisó el caso y solicitó el habeas corpus para Luis Ernesto Vargas, una acción legal que busca alivio para una persona que ha sido encarcelada de forma injusta. 

Evita la deportación

A pesar de su exoneración, 16 años después de su encarcelamiento, Luis Ernesto Vargas fue entregado a las autoridades de inmigración y pasó otros seis meses encarcelado en Santa Ana.  

A consecuencia de los cargos y acusaciones erróneas, Vargas había perdido su estatus migratorio como residente permanente, lo que significaba que al salir de la cárcel podría ser deportado.

Pero esto no ocurrió y ahora, Vargas tiene pendiente un caso civil contra el estado de California y las autoridades involucradas en el encarcelamiento injusto que le privó de ver crecer a sus hijos desde pequeños. 

“Justamente, el 26 de mayo [de 2016], que era el cumpleaños de mi hija Lizbet, ¡fue cuando por fin me dejaron libre!”, recuerda Vargas.

Lizbet dice a La Opinión que ella tendría unos 11 años cuando visitó a su padre en la prisión estatal de Calipatria [en el Condado Imperial de California], después que su madre, Florentina, supo que su esposo estaba encarcelado. 

“La verdad es que mi papá perdió mucho tiempo de su vida sin nosotros y nosotros sin él”, cuenta Lizbet. “Yo crecí con el pensamiento de que no me haría mucho efecto su ausencia”. 

Pero ahora, como una mujer adulta y con tres hijos: Gael, Leo y Alina, expresa que le duele en el alma ver cómo su padre juega con ellos, cómo los cuida, los protege, y comparte tiempo con ellos. 

“Mi papá le da el amor a sus nietos como no pudo dárnoslo a mí y a mis hermanos”,  indica. “Yo no pude celebrar su cumpleaños ni el Día del Padre por mucho tiempo, pero ahora estamos recuperando lo que perdimos por lo que pasó”. 

Lizbet describe a su padre como “un papá ejemplar, un esposo bueno que cuida a mi mamá y un abuelo cariñoso”. 

“El mejor regalo para él y para nosotros es que estemos juntos y podemos celebrar”, afirma. “Sé que el tiempo no puede volver, pero como familia nos recordamos siempre cuanto nos apreciamos y estamos agradecidos que mi padre este de nuevo en nuestras vidas”. 

La sorpresa de un hijo agradecido 

Para el día del padre, Daniel Vargas, de 30 años e hijo de Luis Ernesto Vargas, había planeado una carne asada para festejar a su progenitor, aunque al final decidió llevarlo a almorzar, junto con sus dos hijos, Aitan, de 15 años y Marcos, de 7, además de su abuelita Blanca Alatorre. 

“Yo era un niño cuando mi papá estaba encarcelado, pero cuando me enteré de la razón me sentía más triste; no tenía enojo, pero lo único que entendí fue que no tuve a mi papá por mucho tiempo”, dijo Daniel.

“Le he dicho a mi padre cuanto lo quiero y cuanto le agradezco ser mi ejemplo de vida”.

Daniel, un repartidor de paquetes de Fedex, rememora que al principio no le impactó no sentir un abrazo o un beso de su padre, sino hasta que tuvo 15 años, cuando necesitaba a la figura paterna que lo guiara y lo alentara, sobre todo cuando jugaba futbol americano. 

“Mi mamá hizo lo mejor que pudo para educarnos a mí y a mis hermanas mayores; ella fue padre y madre que tuvo que trabajar mucho a causa de la injusticia con mi papá”, subraya Daniel. 

“Ahora, como soy padre soltero, mi papá me ha apoyado llevando y trayendo a mi hijo Marquitos de la escuela; él hace mucho esfuerzo y siento que en mis hijos el vuelca el amor que yo no tuve en mi niñez, y desde que salió [de la prisión] él ha querido redimirse en lo que no hizo conmigo, y lo veo por la forma en que ama a mis hijos, como los trata y los apoya… Es un padre y abuelo ejemplar”. 

Dona un riñón y salva la vida de su esposa 

A pesar de las dificultades por algunos años en su relación de pareja, Florentina Vargas siempre perdonó a su esposo y esperó casi tres décadas para estar de nuevo juntos. 

Después que contrajeron matrimonio y rehicieron su vida como familia, ella se agravó en su salud. Tenía 20 años que le detectaron diabetes y tuvo que ser sometida a procesos de diálisis. 

“El [Vargas] ha hecho muchos méritos; me cuidó en mi enfermedad y me ayuda mucho a cuidar a mis nietos”, valora ella. “Aunque él cometió errores, para mí es un milagro que lo hayan liberado. Yo siempre creí en su inocencia”. 

Para ayudar a su esposa, Vargas se inscribió en una lista de intercambio de donadores de riñón. Era la condición para que su esposa entrara en la lista de candidatos receptores de un órgano. 

El 8 de enero de este año, Vargas donó un riñón a un hombre americano de Minnesota, Andrew Gwyn Stenson, de 58 años y vendedor de seguros. Ambos se conocieron en marzo, en un restaurante de Anaheim. 

Sin embargo, las predicciones no eran muy halagadoras para su esposa. Ella tendría que esperar un promedio de 8 a 10 años para ser elegible para una donación de riñón. El suyo funcionaba sólo al 20% y estaba en diálisis peritoneal por 14 meses. 

Sin embargo, dos meses después sucedió lo impensable. Surgió un donador para ella y fue sometida a un trasplante exitoso. 

Así, después 16 años de estar en prisión de manera injusta, Vargas salió al mundo para salvar a un extraño y al amor de su vida, ya que indirectamente su acción solidaria trabajó para ayudar a salvar la vida de su esposa.

“Todas estas experiencias me hacen sentir especial”, dijo Vargas. “Por eso, este Día del Padre y todos los días, le agradezco a Dios por el don de la vida, de mi esposa, mi madre, mis hijos y mis nietos”. 

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