Purépechas: el imperio en México que los poderosos aztecas no pudieron doblegar
Entre los siglos XIV y XVI, los purépechas contaban una población estimada de más de un millón de habitantes y les impedían a los aztecas extenderse hacia el norte y el oeste de México.
“Este es el legado de nuestro pueblo”, dijo mi tío mientras contemplábamos las pirámides. No estábamos en Egipto, sino en la ciudad de Tzintzuntzan, en el estado de Michoacán, al suroeste de México.
Las pirámides -o yácatas- que se alzaban frente a nosotros eran singularmente redondas y estaban hechas de piedra volcánica; quizá sean las reliquias más intactas de los purépechas, un grupo indígena prehispánico que reinó aquí, pero del que la mayoría de la gente nunca ha oído hablar.
De hecho, yo tampoco había oído hablar de ellos hasta hace unos meses, cuando descubrí que era una descendiente directa de ellos.
Nacida y criada en California, crecí sin conocer esta parte de mi herencia, ya que se perdió en mi familia tras el fallecimiento de mi abuelo en 1978. Mi abuela se quedó con cinco hijos y sin ingresos, pero tras ahorrar, trajo a mi padre y a sus hermanos a Estados Unidos en 1983.
Bajo la presión de la asimilación, mi padre se desconectó de nuestra cultura purépecha, y sólo recientemente, cuando empecé a sentir curiosidad por mi identidad, comencé a interrogarle sobre nuestro pasado. Así que en 2021, a la edad de 31 años, me trajo a Michoacán por primera vez.
Fue entonces cuando conocí a mi tío Israel, y me reveló que no sólo éramos purépecha, sino que mi bisabuela, Juana, seguía viva y vivía en el pequeño pueblo de Urén.
Cuando la gente piensa en el México anterior a Hernán Cortéz, piensa automáticamente en los aztecas. Pero lo que no saben es que los purépechas existieron al mismo tiempo, y eran un reino tan poderoso que fueron uno de los únicos grupos indígenas de México que los aztecas no lograron conquistar.
De hecho, eso es lo que la gente en México más conoce de ellos, dijo Fernando Pérez Montesinos, profesor asistente de Historia Ambiental Indígena en la Universidad de California, Los Ángeles.
“Esa es una (forma) muy habitual de referirse a los purépechas y a su historia, pero eso es porque sabemos que los purépechas eran tan poderosos como los aztecas”, añadió, explicando que los aztecas intentaron derrotar a los purépechas en el campo de batalla, pero no lo lograron.
“Llévala a Pátzcuaro”
Parada alta y fuerte en su metro cuarenta, mi bisabuela purépecha es una anciana de la comunidad y vive en un edificio desgastado hecho de paredes de cemento y humildes productos básicos.
Sabe hablar una lengua que está en peligro de extinción. De la población mexicana, estimada en 128,9 millones, sólo 175.000 hablan purépecha, y todos ellos viven en el estado de Michoacán.
Charlando en la cocina de Juana, capté todo lo que pude: cómo cocina sin electricidad ni estufa; sus hileras de platos hechos de arcilla roja de terracota; y el profundo pozo de piedra en el centro de la habitación donde estaba preparando una enorme olla de nixtamal, granos de maíz procesados de manera especializada para hacer tortillas de maíz.
Entusiasmada por el nuevo conocimiento de mi ascendencia, le pregunté dónde podía ir a aprender más sobre mi herencia purépecha. Revolvió la comida y le dio a mi tío una mirada de autoridad mientras le decía en español: “Llévala a Pátzcuaro”.
Un día más tarde, estábamos en la cuenca del lago de Pátzcuaro, con mi tío, mis tías y mis primos, contemplando con asombro estos monumentos que nuestros antepasados habían construido para honrar a deidades como su dios del sol, Curicaueri.
Entre los siglos XIV y XVI, los purépechas dominaban el oeste de México con una población estimada de más de un millón de habitantes; Tzintzuntzan era su capital, donde vivía el irecha o gobernante. Los aztecas, por su parte, gobernaban en el centro de México, y el imperio purépecha les impedía extenderse hacia el norte y el oeste.
Según Jahzeel Aguilera Lara, geógrafo e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, “las yácatas de Tzintzuntzan -el ‘lugar de los colibríes’- son las estructuras piramidales mejor conservadas de la región.
Además de conocer la arquitectura pública purépecha, (los visitantes) también se acercan a la forma en que los purépecha entendían el mundo y la importancia que el lago de Pátzcuaro tenía para ellos”.
Puerta
El imperio eligió esta zona por una razón: la cuenca alberga un lago colosal con varias islas habitables, abundantes peces y un paisaje circundante exuberante con montañas cubiertas de pinos. La zona es tan espectacular que los purhépechas creían que el lago era una puerta al cielo.
“Esta es una región muy importante para el surgimiento de los purépecha en el estado prehispánico de nuestra historia”, dijo Sandra Gutiérrez De Jesús, indígena purépecha y profesora de Estudios Latinoamericanos y Estudios Chicanos en la Universidad Estatal de California en Los Ángeles.
“Era un escenario de encuentros e intercambios gastronómicos, culturales y lingüísticos”.
Pero cuando los españoles llegaron a la cuenca del lago de Pátzcuaro entre 1521 y 1522, capturaron al gobernante purépecha y obligaron al imperio a renunciar a su poder. Sin embargo, como explicó Pérez Montesinos, los historiadores consideran esta transición más pacífica que el asedio de los aztecas.
El pueblo purépecha recibió más autonomía que sus homólogos aztecas, y las élites purépecha siguieron teniendo influencia y autoridad sobre la región.
“No se podía hacer nada sin el permiso o la autorización de las élites purépecha”, señaló Pérez Montesinos, y añadió:
“La forma tradicional de ver las cosas es que los españoles llegaban y hacían lo que querían, pero lo que sabemos ahora es que los españoles siempre tuvieron que pedir y negociar con las élites purépecha para mantenerse en la cima”.
Un ejemplo que cita es la Basílica de Nuestra Señora de la Salud, construida en Pátzcuaro alrededor de 1540. “El conocimiento convencional es que (el obispo) Vasco De Quiroga construyó esa catedral, pero fue construida por manos purépechas”, dijo Pérez Montesinos.
Explicó que los españoles no tuvieron que utilizar mano de obra forzada para construir la catedral, pues la comunidad purépecha aceptó colaborar y prestar su trabajo físico.
“Existe esta narrativa muy dominante de tratar de minimizar los logros de la gente purépecha de todos los días, resaltando que fueron los frailes españoles quienes les enseñaron a hacer estas obras artesanales, pero ante retos abrumadores, los purépecha incorporaron cosas nuevas a su vida para hacer algo original”, dijo.
Mientras viajábamos por el estado, empecé a ver toques purépechas en la arquitectura. Dado que en Michoacán abundan los robles y los pinos, el Imperio Purépecha se hizo famoso por su pericia en las construcciones de madera; sus edificios más notables eran las casas tradicionales de madera llamadas trojes.
Tras la colonización, los purépechas incorporaron su artesanía a la infraestructura colonial española que hoy se mantiene en todo Michoacán.
Al mantener tanta autonomía, los tres centros administrativos de su poder -Tzintzuntzan, Pátzcuaro e Ihuatzio- siguieron siendo centros económicos durante la época de la colonización.
“Yo viví en Pátzcuaro durante mi infancia y es el lugar más hermoso para visitar la historia purépecha, no hay otro lugar como éste”, me dijo mi tío.
Los Viejitos
Cuando llegamos a la Plaza Grande del pueblo, una celebración de la cultura purépecha estaba en pleno apogeo, como es costumbre cada fin de semana en Pátzcuaro.
Unos adolescentes interpretaron una danza tradicional llamada Danza de los Viejitos. Iban vestidos de blanco, con coloridos serapes hechos a mano y sombreros de paja que se cubrían con vibrantes cintas de arco iris.
Se entretenían con bastones y se ponían extrañas máscaras de ancianos antes de romper con un estilo de claqué mexicano llamado zapateado.
Esta danza prehispánica era interpretada originalmente por los ancianos como parte de un ritual para los antiguos dioses, pero tras la colonización de los purépecha se utilizó para burlarse de los españoles, razón por la cual los bailarines se visten con máscaras cómicas durante su exagerada imitación de los ancianos.
Aunque el imperio adquirió un enorme poder y dejó este increíble legado, el Imperio Purépecha ha quedado en gran medida fuera del discurso mexicano, eclipsado por los aztecas. “Eso tiene que ver más con la forma en que surgió el nacionalismo mexicano en los siglos XIX y XX: todo se basa en la Ciudad de México, y la narrativa de la identidad mexicana se construyó sobre todo en torno al legado de los aztecas”, dijo Pérez Montesinos.
“Además, como hay más narraciones de batallas, guerras y resistencia contra los españoles, hay mucho más material para una historia épica, mientras que con los purépechas no tienes el mismo tipo de drama”.
Cuando volví a casa de Michoacán, era una persona cambiada, orgullosa de este nuevo conocimiento sobre mi herencia, cultura y tradiciones. Estaba tan entusiasmado que volví a México seis meses después con mi padre y me senté con mi bisabuela para retomar el tema donde lo habíamos dejado.
“¿Puedes enseñarme el purépecha?” pregunté. Juana señaló a mi lado y dijo: “Puede enseñarte”. Me di la vuelta y me di cuenta de que estaba señalando a mi padre.
“¿Qué? ¿Sabe hablar purépecha?” pregunté incrédula.
Él se rió y dijo: “Eso fue hace mucho tiempo, antes sabía, ya no”.
Pero Juana lo rebatió: “Puedes enseñarle”, dijo. “Uno nunca olvida, esta es nuestra cultura”.
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