De la huasteca hidalguense a Stanford y Yale, el triunfo de un cantante náhuatl

Crispín Martínez, un indígena parlante de lengua náhuatl es requerido frecuentemente para cantar en su idioma materno por universidades como Yale y Standford

De la huasteca hidalguense a Stanford y Yale, el triunfo de un cantante nahuátl

Crispín Martínez, cantante de náhuatl. Crédito: Crispín Martínez | Cortesía

MEXICO.- Cuando se mira a Crispín Martínez pasear por las calles del pueblo de Cardonal, el lugar donde vive, es difícil imaginar que la música y las letras que escribe desde este municipio de Hidalgo podría impactar en dos de las más famosas universidades del mundo: Yale y Standford.  

Pero se ha vuelto muy popular. 

Este indígena parlante de lengua náhuatl es requerido frecuentemente para que acuda a cantar en su idioma materno. “Me escuchan con mucha atención”, comenta.

De la huasteca hidalguense a Stanford y Yale, el triunfo de un cantante nahuátl
Crispín Martínez durante una de las presentaciones. Foto: cortesía Crispín Martínez. Crédito: Crispín Martínez | Cortesía

Crispín Martínez nació en Cardonal hace 42 años. Es un poblado muy pequeño. El censo oficial de 2020 indicó que su población no pasa de las 800 personas y la mayoría de ellas se dedican al cultivo del frijol y de maguey pulquero o a la ganadería de vacas y puercos. Por lo general es un sitio tranquilo donde se habla nahuátl y español.

Así que la música de Crispin creció desde la infancia con naturalidad entre dos idiomas, con las canciones de moda que pasaban por su cabeza saltando en dos versiones, entre guitarras con las que empezó a hacer versos y contar historias originales. 

Al principio, el cantautor redactaba sus letras en castellano y medía la música el ritmo de esta lengua. Pero poco a poco fue haciéndose consciente de la gramática y eso lo llevo a pensar en explorar la rima en nahuátl, la lengua que con la palabra xócocatl, chocolate, dio al mundo uno de los vocablos más queridos. 

Me he enfocado más en escribir canciones en náhuatl. Antes recurría mucho al español, tanto que tengo más de 100 canciones en mi primera etapa. Luego cambié mi trabajo de composición y me enfoqué nada más a escribir canciones en náhuatl, como una forma de reactivar mi cultura”, expresa Crispín. 

Las palabras escogidas por este cantautor, poeta y  novelista tienen mucho peso, porque asume que su labor contribuye al fomento de la lengua y cultura nahuas, para que no desaparezca poco a poco como ha ocurrido a otras. 

Esto lo ha llevado hasta  las fronteras históricas de este sistema comunicativo: durante muchos años los nahuátl parlantes fueron perseguidos. Ahora, la obra de Crispín se contextualiza en un momento bastante curioso, particularmente para las lenguas autóctonas, y el náhuatl en concreto: ya no hay persecución pero sigue en desventaja respecto al español.

De la huasteca hidalguense a Stanford y Yale, el triunfo de un cantante nahuátl
Crispín Martínez en Utah. Foto: cortesía Crispín Martínez. Crédito: Crispín Martínez | Cortesía

Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en México hay poco más de 7.3 millones de  personas de tres años y más de edad que hablan alguna lengua indígena. Esto  representa el 6 % de la población total. Las más habladas son: náhuatl, maya y tzeltal. Dentro de este conjunto, el náhuatl es la más recurrida con un total de 1.6 millones de hablantes 

Según un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con base en el censo de 2010, el 95% de los hablantes de lenguas autóctonos son bilingües. Sin embargo, es posible que una buena parte de ellos dejen de hablar su lengua original, para poder integrarse al entorno hispanoparlante. 

A esa tendencia se agrega la convicción de algunos parlantes de no enseñar la lengua a sus descendientes.Desde 1930, ha habido un descenso progresivo de los hablantes de esta y otras lenguas originarias, por esto último es que se han llevado a cabo esfuerzos para mantenerlas vivas. 

Un intento de política pública en esta dirección se dio en 2020, cuando se aprobó un dictamen en la Cámara de diputados con el cual se pretendía designar el español y las 69 lenguas originarias como idiomas cooficiales. Si bien esto se aprobó en comisiones, a la fecha sigue sin ser votado como ley. 

Sue Kasún, académica de la Universidad de Georgia, sugiere que este panorama ha llamado la atención en el gobierno y en distintas academias:

“Yo veo que apenas están arrancando proyectos para mantener y robustecer el uso de estas lenguas. En lo personal, estoy muy a favor de que haya más difusión y programas, como  los de Crispín, para que la gente sea más consciente; porque estamos confrontando la extinción de una lengua”, advierte.

“Por esto, yo me considero parte de este proyecto, que busca criticar un racismo que viene desde hace mucho tiempo”. 

La especialista en culturas, lenguas y educación va más allá y remarca que una lengua no puede salvarse si no se fomenta también la manifestaciones culturales dadas a su alrededor: “También hay reflexionar bastante y dar espacio a la música que acompaña esta literatura” 

Estados Unidos ha sido un terreno fértil para las lenguas indígenas. El estudio Trabajadores Agrícolas Indígenas de California aprecia con base en la Encuesta a Comunidades Indígenas en California que tan solo en las comunidades agrícolas del estado, viven cerca de 165,000 mexicanos hablantes de alguna lengua nativa, principalmente náhuatl. 

Estos números también le sugieren algo a la académica: 

“En México el tema tiene menos impulso, en parte porque no se quiere reflexionar de la cultura que vivió aquí. En Estados Unidos es un poco más fácil porque hay una identidad multicultural; hay muchas personas que piensan que como mexicanos e inmigrantes deben aprender español, inglés y náhuatl.” 

Por esto, los números de los parlantes indígenas aunque son pequeños en EEUU, tienden a ser relativamente estables. 

Con ese telón de fondo, Crispín Martínez llegó por primeta vez a Yale, a dar un recital en nahuátl después de que alguien de la universidad lo escuchó en redes sociales. 

Iba muy nervioso por estar en otro país; además no hablo inglés. Pero fue algo nuevo y estaba con todo el nerviosismo del mundo, pero resuelto a enfrentar esa parte y mis miedos, y sobre todo muy contento porque iba a mostrar mi cultura”, exclama aún con emoción en la voz. 

Las historias que presentó tenían de todo: amor, el respeto al pasado, el duelo, y otros elementos desconocidos en la poesía nahuátl prehispánica. 

Ahí, en el escenario, bajo las luces, los temores desaparecieron, porque no sólo estaba cumpliendo con su vocación de músico y literato; además estaba enseñando sus tradiciones: un sueño en uno: se cumplía a sí mismo y a la comunidad. 

Crispín siente que con su trabajo artístico hay una revaloración del náhuatl como lengua, tanto a nivel nacional como internacional. No obstante, este es un proceso con muchos altibajos, como ocurrió desde el momento de la caída de Tenochtitlán en manos de los españoles. 

David Bowles, escritor y traductor en la Universidad de Texas Valle del Río Grande, sostiene que durante una parte del Virreinato, el náhuatl fue una herramienta para los conquistadores:

“Al ver lo útil que resultaba en la Ciudad de México, Felipe II emitió una cédula real o decreto en 1570: el náhuatl se convertiría en un idioma oficial de la Nueva España, facilitando la comunicación con los pueblos originarios. Con el rey de su lado, los misioneros franciscanos comenzaron a enseñar náhuatl hasta en El Salvador.”

El académico mexicoamericano ejemplifica el prestigio que tuvo el náhuatl para las autoridades virreinales con el caso de Andrés de Olmos, quien en 1547 hizo la primera gramática, ¡tres años antes que la del francés! Lo que ponía a la lengua a la par de los idiomas europeos. 

El académico recalca que esta lengua tuvo tal difusión que durante los siglos XVI y XVII se convirtió en una lengua literaria alterna al español, sobre todo para las clases populares. Incluso sor Juana llegó a escribir algunos poemas con esta habla.  

Posteriormente, con la llegada de los Borbón al trono de España que se restringió el uso de “dialectos regionales”; como el catalán y el gallego en España o el quichua en Perú, el nahuátl tuvo también un revés.

Durante la primera etapa de México como república independiente las tendencias prohibitivas se exacerbaron con políticas más agresivas, como no dejar que los indígenas, sin importar su origen étnico, pudieran usar sus lenguas maternas. Así comenzaron las virulentas campañas de instrucción pública en español. 

Este recorrido cronológico concuerda, hoy en día, con lo que señala la catedrática Sue Kasún: 

“Todo el problema emerge de un sistema que oprime y que desprecia aquello que está en otra lengua que no sea la hegemónica. Entonces, si oímos una canción en náhuatl y nos causa rechazo deberíamos reflexionar por qué; no simplemente aceptar los prejuicios formados durante años o siglos”

La académica continúa y admite que en el fondo yace la incapacidad de darle su lugar a una cultura que simultáneamente es ajena y propia: 

“Si desagrada es porque no quiero reconocer los conocimientos del otro, porque predomina la idea de que el pensamiento y expresiones indígenas no son ciencia o arte, respectivamente”. 

Hoy, no obstante, la lengua vive un proceso de revitalización, asociado ya no a invasiones, sino a un deseo de adentrarse a conocer un mundo que genera una cosmovisión diferente a la de las lenguas indoeuropeas. 

En Estados Unidos, el indigenismo en la lengua se percibe como una herramienta para fortalecer la identidad cultural en las comunidades; como buscan hacerlo con las tradiciones asiáticas o afroamericanas. 

A este esfuerzo se han sumado instituciones como la UNAM, la Universidad Autónoma del Estado de México, la Veracruzana. En el caso de Unión Americana, participan las Universidades de Arizona, California, de Los Ángeles y, por su puesto, Yale. 

La sorpresa que se llevó Crispín Martínez en aquel primer encuentro con los jóvenes de Yale fue la atención que los estudiantes prestaban en el auditorio. 

“Los estudiantes, todos son muy receptivos. De hecho,  me gusta ir a Estados Unidos porque los alumnos se quedaron callados a escuchar la propuesta que llevaba; una reacción muy diferente a lo que pasa que en México, cuando han ido a las universidades, los alumnos están ahí platicando, jugando y no te ponen atención. Pero bueno, es sólo música, ¿no?” 

Cuando acabó el recital los jóvenes de Yale hicieron muchas preguntas que fue resolviendo, intérprete de por medio. Sintió, entonces, que volvía a sus raíces, a las tradiciones con siglos de antigüedad, en un país ajeno no sólo a la lengua, sino a la historia de esta cultura. 

El gozo para él es que las invitaciones no se detuvieron ahí, ¡sino que llegaron aún más! Ahora, cada cierto tiempo el poeta va a las universidades a mostrar su trabajo, como a la de Utah, reiterando que no es una creación individual, aislada sino que tiene raíces en el fondo de mundo diferente. 

Andrés Tapia, divulgador musical, enfatiza que el trabajo de Crispín es admirable, en buena medida, porque ha logrado adaptar a la musicalidad occidental una lengua por su prosodia se resiste a las armonías arregladas para el español, inglés o francés: 

“Es una lengua que tiene muchas consonantes juntas, y que tiene sonidos que no tan fácilmente se pueden estructurar con una melodía como de la ópera italiana o francesa”. 

Sin embargo, al mismo tiempo es una lengua que puede condensar en pocas letras muchos significados, como en el caso de cuícatl, que generalmente es traducido como “canto” pero que también puede significar poesía o baile; asociando este término con la idea de alegría. 

También es muy famosa la asociación que traza Nezahualcóyotl entre esta expresión y Xóchitl, flor, vínculo que sirve para hablar de la poesía, de la trascendencia y de la vida que no se detendrá. 

Hoy, la lengua nahuátl sigue en riesgo, pero esfuerzos como el de Crispín ayudan a mantenerlas, no sólo como una herramienta de conquista o un vestigio cultural, sino como una cosmovisión distinta a un mundo que empuja a globalizarse.

Así, el náhuatl, silenciosamente se han infiltrado en comunidades estadounidenses, no sólo como cultura sino también como palabras más allá de “chocolate”; en palabras del argot que los mexicanos enseñan a los locales en Yale, en Stanford, en Utah y los que vienen porque a los jóvenes les gusta el nahuátl. Y la juventud es la esperanza.

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