Tras 16 años en la cárcel y probar su inocencia, joven hispano disfrutará su primera Navidad en familia

También irá afuera de la cárcel a llevar ropa y otros apoyos a quienes van saliendo en libertad y no tienen a nadie

José Armendáriz pasará su primera Navidad en familia. (Cortesía)

José Armendáriz pasará su primera Navidad en familia. (Cortesía) Crédito: Cortesía

Tras salir en libertad al probar su inocencia, José Armendáriz disfrutará su primera Navidad al lado de su familia después de 16 años de no poder estar con ellos, y se dará tiempo para ir a la cárcel del condado de Orange a auxiliar a quienes salen libres a la medianoche y no tienen nada ni a nadie que los ayude.

“Juré que nunca regresaría a la cárcel, pero estoy regresando por buenas razones”, dice José, quien recuperó su libertad hace tres meses.

Cayó en la cárcel a los 16 años, luego de un tiroteo de pandillas donde resultaron muertas dos personas.

“No fue algo planeado ni yo fui quien disparó. Pasó cuando iba caminando a comer con un amigo. Él de repente se me adelantó e hizo algo que no debía haber hecho. Desafortunadamente yo estaba ahí”.

El muchacho fue condenado prácticamente a cadena perpetua, 90 años y lo que le restará de vida.

“Yo sabía que no era un angelito, pero en mi corazón nunca he tenido el deseo de matar a nadie. Cuando me metí en las pandillas, pasaba por depresión y una etapa de rebeldía . Ahora de adulto puedo ver como eso me llevó a juntarme con personas que no eran buenas influencias”.

Dice que de adolescente se metió en las pandillas en busca de atención. “Uno está gritando por ayuda, pero no sabe cómo formular eso; y no reconoce las consecuencias de cada acción. No calculas los riesgos. Piensas que eres invencible”.

Fue cuando enfermó gravemente de Valley Fever, que lo llevaron al hospital, que tomó conciencia de que su vida debía cambiar.

“Recuerdo en el hospital decir, que si hubieran esperado unas horas más en llevarme, no habría sobrevivido. Pasé en el hospital amarrado y encadenado a la cama de un brazo durante tres meses.

“No podía ver a mi familia, porque cuando uno tiene una sentencia de por vida, ya es propiedad del estado, no le pertenece a su familia”. 

Fue en ese momento cuando recuerda que por primera vez le pidió ayuda a Dios. 

“Le dije que si me daba una segunda oportunidad de vivir, iba a dedicarme a ayudar a otros y vivir una vida de servicio”.

Al recuperarse y regresar a la prisión, decidió alejarse de todo lo que tuviera que ver con las pandillas y ponerse a estudiar por correspondencia para asistente legal .

“Mi mamá, mi hermana y mi tía Doralisa Cortez, me apoyaron y nunca me dieron la espalda. Estuvieron conmigo en las buenas y en las malas”.

José Armendáriz con el concejal de Santa Ana, Benjamín Vásquez. (Cortesía)

Desde que fue sentenciado, José inició el proceso de apelación, pero sus estudios le abrieron el camino hacia su libertad. 

“Aprendí la ley, y lo que era necesario para comprobar mi inocencia. Si uno no conoce bien la ley y el proceso que dicta que va a pasar con uno, es muy fácil que lo den por olvidado, o termine siendo víctima del sistema”. 

Hace ver que muchos de los casos que se usaron en su defensa, él mismo los descubrió.

“Empezaba el día a las 4 de la mañana. Lo primero que hacía era ordenar libros a la librería legal de la cárcel. Cada día me llegaban libros y paquetes con información. Día y noche me pasaba repasando los libros y diferentes casos, hasta que encontraba algo que me llamara la atención, y lo mandaba a mi abogado”.

Recuerda que le preguntaba a su defensor si eso se podía aplicar a su caso. “Muchas veces su reacción era de shock. Eran casos que ni él había visto antes”.

Al mismo tiempo, José le enviaba cartas a políticos como la asambleísta Sharon Silva para pedirles apoyo, y se puso en contacto con organizaciones y diferentes universidades.

Desde la cárcel también escribía artículos en los periódicos contando su caso.

En 2016 se graduó de asistente legal, y consiguió trabajar desde la cárcel con la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) en el proyecto Unlock the Vote, que buscaba educar a los detenidos en el poder del voto.

“Empecé a crear una red de amistades, y mi activismo tras las rejas se hizo muy reconocido. Hicimos protestas para que nos regresaran la comida caliente que suspendieron durante toda la pandemia”.

José visita la tumba de su padre que falleció en 2018. (Cortesía)

El 24 de septiembre, José salió libre, luego de que el juez dictaminó que su sentencia no tuvo que haber pasado, y que su caso fue una injusticia.

“Salí sin récord criminal, como una persona libre, sin probation o parole (periodo de pruebas y libertad condicional), ni felonías (delitos graves)”.

Pero que lo dejaran salir libre no fue fácil porque según relata José, el sheriff del condado de Orange se resistía a dejarlo ir, como castigo a su activismo.

“No fue sino hasta que la comunidad empezó a mandar cartas y a presionar, que me soltaron”.

José salió con una bolsita en la que llevaba sus pocas pertenencias. “Cuando abrí la puerta para salir a la calle, y miré la luz del día, era como si estuviera flotando. No sabía a dónde iba. Lo único que quería era no voltear atrás y nunca tener que ver la cárcel otra vez”.

Un señor que vendía paletas y elotes lo volvió a la realidad. 

“Yo traía un billete de $20, le pedí un agua. Le dije que acababa de salir de la cárcel después de 16 años, y que si me podía hacer el favor de marcar a mi familia para que vinieran por mí. Se quedó en shock, me prestó su teléfono y me dijo que hablara todo lo que necesitara”. 

A los 15, 20 minutos, su familia pasó a recogerlo. José estaba feliz. Había ganado la batalla.

“Dos horas después estaba en un restaurante con diferentes miembros de organizaciones de la comunidad que me apoyaron. Lo único que quería era algo caliente porque los dos últimos años, solo había comido sandwiches podridos y congelados”.

Para José, su libertad es una bendición. “La segunda oportunidad la tuve en el momento que dejé la escena donde murieron las personas que mató mi compañero. Ellos no recibieron la segunda oportunidad que a mi si me dieron, aún en la cárcel”.

Reconoce que es difícil no sentir un cierto tipo de culpabilidad porque la persona que les quitó la vida era un amigo. “Por esa amistad, terminé en la cárcel. También conozco a muchas personas, hasta más jóvenes que yo, que todavía están tras las rejas. Para mí es un privilegio estar libre, aunque haya sido una injusticia. Yo fui una de las pocas excepciones, en las que una injusticia se pudo convertir en justicia”.

Su enfoque ahora es usar su experiencia para ayudar a los demás. 

“Estoy trabajando como director de proyectos para la organización Transforming Justice (Transformando la Justicia) Orange County, y tengo un medio tiempo como empleado en la tienda de libros del Santa Ana College”.

En ese colegio comunitario, estudia Justicia Criminal.

“Terminé mi primer semestre con perfectas A”.

Dice que lo que más desea es tener un día su propia organización enfocada en reimaginar el sistema carcelario para que sea uno que dé oportunidades, y que ayude a las personas a reintegrarse. 

“Ahorita dos veces a la semana, voy afuera de la cárcel, con otra organización Abolition Now para asistir a quienes van saliendo libres, porque muchas veces salen sin zapatos ni ropa. 

“Nosotros les damos agua, zapatos, ropa, cobijas, cubrimos sus necesidades básicas humanitarias para que puedan sobrevivir el primer día de libertad”. 

También los ayudan a pagar el transporte compartido para que lleguen a donde tengan que ir, o los ayudan a conseguir un albergue, o un sitio donde puedan dormir.

“Muchos de los albergues que reciben fondos del gobierno y que se supone funcionan 7 días a la semana, no contestan los teléfonos”.

Por eso critica que el sistema esté creado para que quienes recuperan su libertad, fracasen y vuelvan a la cárcel.

“Esa es mi meta, crear una organización que luche por un sistema equitativo que dé oportunidades a personas que van saliendo para que se reintegren a la sociedad”.

José de 32 años va a pasar su primera Navidad cenando en la casa de su hermana, pero también irá afuera de la cárcel a ayudar a los que van saliendo.

“Ver sus sonrisas y su agradecimiento es mi mayor regalo de Navidad. Me hace sentir bien”.

Así que su libertad – dice – le ha dado poder para hacer una diferencia en la comunidad que sale de las cárceles en busca de una segunda oportunidad, y no tienen a nadie.

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