Madre que llega en camión de Texas encuentra refugio en Los Ángeles para ella y sus hijas

Narra en entrevista con La Opinión qué la obligó a salir de Honduras y todo lo que vivió hasta llegar a esta ciudad

Mariana Soledad busca un futuro sin violencia para ella y sus hijas. (Araceli Martínez/La Opinión)

Mariana Soledad busca un futuro sin violencia para ella y sus hijas. (Araceli Martínez/La Opinión) Crédito: Araceli Martínez Ortega | Impremedia

Cuando el pasado 26 de julio a Mariana Soledad la pusieron junto a sus dos pequeñas hijas de tres y dos años en un camión en Brownsville, Texas con rumbo a Los Ángeles, todo tipo de pensamientos cruzó por su mente.

Desde junio y hasta el 25 de septiembre han arribado a Los Ángeles desde Texas, 16 camiones con solicitantes de asilo de Centro y Sudamérica principalmente. En uno de esos camiones, el 27 de julio llegó Mariana Soledad y sus dos niñas. Desde entonces ha encontrado refugio temporal en una iglesia de Los Ángeles.

“Le pedí a Dios que fuera mi guía. No sabía qué esperar. No tengo familia, amigos, ni nadie en Estados Unidos. Subirme a ese camión, era como caminar como una persona ciega, sin saber con qué me iba a tropezar o a golpear. Solo le pedía a Dios que si me caía, me levantara”, dice Mariana Soledad, una madre de 29 años, a quien le tomó diez meses llegar a este país, desde Honduras, en busca de un sitio seguro.

Mariana Soledad y sus hijas encuentra refugio temporal en una iglesia de Los Ángeles. (Araceli Martínez/La Opinión)

En su cabeza barajaba dos posibilidades: la mejor, llegar a un albergue y dormir rodeada de gente; y la peor, dormir en la calle con sus hijas.

“Yo venía llorando y bien deprimida en el bus, con los ánimos y mi moral por los suelos, solo agradecida a Dios por nunca dejarme de la mano”. 

Mariana Soledad es una indígena de la etnia de los misquitos de Honduras. Es madre de cuatro hijas. En Honduras dejó al cuidado de su hermana mayor, a sus hijas de 12 y 10 años.

“Salí de Honduras entre el 5 y 6 de septiembre del 2022”, recuerda.

Fue el maltrato y la violencia doméstica que sufría por parte del padre de sus dos hijas menores lo que la empujó a salir.

“Me había separado de él en abril, y lo mandé preso por golpes y maltratos no solo de él sino también de su familia. Mi hermana que es policía me empujó a poner la denuncia y una orden de alejamiento. A mis hermanos, mi expareja les mandaba audios, amenazándolos de muerte”.

Mariana Soledad puso un puesto de comida en la calle en Honduras, pero cuando el padre de sus hijas menores se dio cuenta, empezó a exigir dinero de sus ventas y a abusar de ella sexualmente.  

“Yo era como un juguete que tiraba y recogía cuando le daba la gana. La situación se volvió tan fea cuando le dio por amenazarme de muerte y decirme que nunca sería de nadie, más que de él. Fue entonces que decidí salirme. Me traje a mis dos hijas más chicas porque quería quitármelas”.

Reconoce que tuvo bastante miedo de dejar su país.

“Mi sueño no era Estados Unidos sino agarrar clientela y abrir un restaurante en Honduras”.

Mariana Soledad en la lucha por darle una vida mejor a sus hijas. (Araceli Martínez/La Opinión)

Con su hija más pequeña cargando sobre una bolsa que se amarraba al frente, y a la grande sobre el cuello, cruzó de Guatemala a México.

“En Tapachula, mientras esperaba mi permiso para poder transitar por México, trabajé en un mini abarrotes y como mesera en un bar. Una señora me ayudó bastante”.

De Tapachula se fue a Guanajuato donde trabajó de febrero a abril de este año en una fábrica de tubos pesados.

“Mi plan era juntar dinero para el pasaje del autobús hasta Matamoros, pero solo me alcanzó para llegar a Monterrey, donde me fue muy mal porque una paisana que me iba a recibir en su casa, me dejó colgada en la estación de autobuses”.

Finalmente con la ayuda de un amigo que conoció en línea, logró llegar con sus hijas a Matamoros, después de pasar dos semanas llenas de angustia en Monterrey.

“En Matamoros estuve de abril a junio. Ahí llegué a un lugar donde estaban los migrantes en carpas cerca del puente. Miré que había muchos paisanos, incluso de mi grupo indígena”. 

En la frontera mexicana, Mariana Soledad tenía que solicitar a diario una cita en la aplicación móvil CBP One que permite a las personas sin documentos ingresar a Estados Unidos en la frontera sur.

“Estuve pidiendo cita desde abril hasta julio, y te avisan por medio de un correo cuando te la dan. La tienes que imprimir y presentar a los agentes de migración”.

Pero mientras esperaba por la cita, vivió meses muy difíciles porque muchas veces no tenía modo de solicitarla por falta de acceso a Internet.

“Vivíamos de la comida que nos regalaban. A veces nos llevaban comida hecha”. 

Mariana Soledad con sus dos hijas. (Araceli Martínez/La Opinión)

Cuenta limpiándose los ojos de lágrimas, que se sentía triste y decepcionada.

“No era fácil estar lejos de casa. Nunca me había alejado tanto de mi familia. Mi mami, años atrás me había preparado para mandarme a España a trabajar, pero el papá de mis hijas pequeñas pidió mi mano para casarnos, y me quise dar una oportunidad de darles una familia y permanecer en mi mundo, pero todo fue un fracaso”.

Por eso no duda en culpar al padre de sus hijas de abandonar su país y a su familia.

“Tenía mucho apoyo de mis hermanos y hermanas, y de mis sobrinas. Nunca me negaron la comida ni ayuda con los pañales cuando yo pasaba por un momento difícil”.

Esos recuerdos la atormentaban por las noches cuando se metía en su casita de campaña en Matamoros y se ponía a llorar.

“Me caía el sudor por todo el cuerpo; y le preguntaba a Dios, cuándo iba a terminar todo. Cuando el sol estaba muy fuerte, y los señores pasaban vendiendo helados, las niñas me decían, mamá cómprame un helado, pero yo no podía comprárselo. Todo eso me ponía mal”.

Dice que si bien en su país eran pobres, nunca pasó hambre ni tanta necesidad como en la frontera.

“Por momentos, me desesperaba, y decía mejor me voy a regresar, por qué ando sufriendo, pasando hambre. En el fondo, sabía que me esperaba un infierno en Honduras, porque el papá de mis hijas había prometido vengarse por mandarlo preso”.

A veces, su hermana le mandaba unos 300 pesos mexicanos.

“Yo buscaba la manera de no molestar a mi familia porque sé que ellos tienen sus gastos y necesidades”.

En la cita con migración el 7 de julio, recuerda que le tomaron fotos en dos ocasiones, huellas dactilares, el ADN y le dieron fecha para una cita con el juez para el 2024.

“Me dejaron salir luego, y Rosa Maldonado de una organización sin fines de lucro de Los Ángeles, me puso en contacto con la organización Good Neighbor que te regala el transporte para traerte a Los Ángeles siempre y cuando tengas una familia que te reciba, pero como yo no contaba con nadie, no me quisieron subir al autobús ni dar ninguna ayuda”.

Mariana Soledad dice que esas semanas, ya en suelo estadounidense, fueron las más duras de todo su viaje porque no encontraba un techo y prácticamente se quedó en situación de calle con sus dos pequeñas hijas.

“Estaba desesperada y le hablé a Rosa Maldonado, y fue ella quien me dijo que diera su domicilio en Los Ángeles para que la pudieran subir al autobús y traer a Los Ángeles”.

Así fue como el 26 de julio como a las 9 de la mañana salió de Brownsville; y el 27 de julio, como a las 8 de la mañana, amaneció en Los Ángeles.

“Ese mismo día me trajeron a esta iglesia donde me han dado albergue hasta por 12 semanas. Me estoy recuperando emocionalmente, tratando de sanar mis heridas. Estoy agradecida con las personas que me han echado la mano y me han reanimado. 

“Todo lo que nos vestimos, es ropa que nos regalan. Solo me hace falta un trabajo para poder pagar un espacio para mí y mis hijas”. 

El sueño de Mariana Soledad es trabajar ya sea como ayudante en la construcción, la pintura o en el cuidado de ancianos.

“Siempre me gustó trabajar fuerte. Y ahora más que nunca quiero hacerlo para darle a mis hijas lo mejor”. 

Esta joven madre recalca que nunca estuvo en sus planes venir a Estados Unidos.

“Dios sabe por qué hace las cosas”.

El reverendo Andy Schwiebert de la Iglesia Presbiteriana en Los Ángeles. (Araceli Martínez/La Opinión)

El reverendo Andy Schwiebert de la Iglesia Presbiteriana en Los Ángeles donde se encuentra Mariana Soledad dijo que empezaron a recibir a migrantes desde mediados de julio, luego de una discusión con los líderes de la mesa directiva para responder a quienes llegaban en los autobuses de Texas.

“Estas personas están siendo utilizadas como una herramienta política. Nos parecía injusto. En el pasado hemos dado la bienvenida a quienes están luchando en la corte para establecer su residencia”.

En 2005, una familia se quedó con ellos durante tres años.

“En este momento hay otra emergencia con las personas que llegan desde la frontera buscando asilo y refugio. La Iglesia quiso apoyar. En este momento tenemos dos familias, una familia de Venezuela, papá, mamá y su bebé de 19 meses que llegaron por su propia cuenta; y la familia hondureña, una madre y sus dos hijas que vinieron en un camión desde Texas, siete días después de que llegó la familia venezolana”.

Dijo que han preparado dos habitaciones con camas, muebles y cobijas. 

“Cada familia tiene su propio cuarto; y adaptamos un baño para que lo compartan; y acondicionamos la cocina para que la puedan usar”.

Con la ayuda de la Coalición por los Derechos de los Inmigrantes (CHIRLA) y el Clero y Laicos Unidos por la Justicia Económica  (CLUE) se les ha apoyado con recursos.

“También les damos apoyo espiritual, y de vez en cuando vienen a la alabanza”.

Dijo que estas familias vienen de viajes largos y  han pasado cosas incomprensibles, cruzando América Central y México con miedo por sus vidas.

“Vienen de vivir en albergues en situaciones precarias en la frontera, esperando poder cruzar, siempre con miedo de quien estaba a su alrededor”.

Hizo ver que son familias que han pasado por mucho estrés.

“Nosotros los estamos apoyando con un techo y buscando recursos para que comiencen una vida aquí”.

El pastor Guillermo Torres de CLUE, organización afiliada a LA Welcomes Collective, que recibe a los solicitantes de asilo que llegan en los camiones, dijo que aunque sus recursos son muy limitados, los angelinos han demostrado con sus palabras y acciones que no darán la espalda a los seres humanos, a las familias, que han experimentado peligro, trauma, desplazamiento, y están sufriendo mientras buscan un lugar seguro al cual llamar hogar.

“El Colectivo ha reforzado su colaboración y coordinación con diversas organizaciones sin fines de lucro, en la ciudad de Los Ángeles y el condado de Los Ángeles, para maximizar los recursos disponibles y dar la bienvenida a los solicitantes de asilo”.

Afirmó que están preparados para brindar soporte inicial y asistencia humanitaria a personas que huyen del peligro y hacerlo de forma coordinada, humana, compasiva y digna.

Los miembros del Colectivo LA Welcomes incluyen: Arquidiócesis de Los Ángeles, Clero y Laicos Unidospor la Justicia Económica (CLUE), Centroamérica Centro de Recursos-Los Ángeles (CARECEN), Coalición de Derechos Humanos de los Inmigrantes (CHIRLA), Esperanza Proyecto de Derechos de los Inmigrantes y Defensores de Inmigrantes, Centro de Derecho (ImmDef), y la Alianza Puente Haitiana (HBA).

Algunos de los servicios que brindan a los solicitantes de asilo son:

a) admisión inicial y gestión de casos; 

b) evaluación médica general;

c) respuesta rápida con apoyo humanitario como alimentos, agua, higiene.

kits y juguetes;

d) clínicas iniciales para abogados y

consultas; 

e) consultas de seguimiento limitadas

con abogados; 

f) coordinación para pasar la noche o

alojamiento temporal o conexión con seres queridos que

vivir en la región; 

g) navegar por los arreglos de viaje

si el destino final no es Los Ángeles.

En esta nota

Honduras inmigrantes centroamericanos Violencia Doméstica
Contenido Patrocinado
Enlaces patrocinados por Outbrain