COVID en el mundo: la mayoría de los países recomiendan al menos un tratamiento que no funciona
Un análisis revela que las directrices nacionales para el tratamiento de la COVID-19 varían ampliamente, con la mayoría recomendando tratamientos ineficaces y divergiendo de las pautas de la OMS
Un exhaustivo análisis comparativo publicado en la prestigiosa revista de acceso abierto BMJ Global Health ha revelado que las directrices clínicas nacionales para el tratamiento de la COVID-19 muestran una variabilidad significativa en todo el mundo, destacando una tendencia preocupante en los países de bajos recursos para apartarse de las recomendaciones estándar, tal como lo establece la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Este estudio, que arroja luz sobre la disparidad en las estrategias de tratamiento adoptadas a nivel nacional, subraya que casi todas las directrices examinadas recomiendan al menos un tratamiento que carece de eficacia comprobada contra la COVID-19, según los criterios establecidos por la OMS.
Desde el inicio de la pandemia, se ha observado una notoria variación en las recomendaciones nacionales para el tratamiento de la COVID-19, sin embargo, este análisis representa el primer intento formal de cuantificar y profundizar en estas discrepancias, según señalan los investigadores.
Aunque el impacto mortal del COVID-19 ha disminuido en comparación con los momentos más álgidos de la pandemia, es importante recordar que el virus sigue evolucionando y sigue siendo una amenaza global, como subraya la OMS, que no retiró el estatus de emergencia de salud pública hasta abril de 2023.
Para evaluar la adherencia de las prácticas clínicas nacionales a las recomendaciones de la OMS, los investigadores analizaron las directrices más recientes de los 194 estados miembros de la OMS hacia finales de 2022. Cada conjunto de directrices fue evaluado en función de su alineación con las recomendaciones de la OMS, considerada como el estándar de oro en este ámbito.
Los resultados revelaron que la mayoría de las directrices nacionales no definían la gravedad de la enfermedad de manera uniforme, lo que dificulta la comparación de enfoques de tratamiento entre diferentes países. Además, un número significativo de directrices carecían de evaluaciones sobre la solidez de la evidencia respaldando sus recomendaciones terapéuticas.
La diversidad en las recomendaciones terapéuticas fue asombrosa, con algunos países recomendando hasta 22 tratamientos diferentes, mientras que las directrices de la OMS destacan diez tratamientos específicos.
Una tendencia preocupante fue la persistencia en la recomendación de tratamientos desaconsejados por la OMS, como la cloroquina, lopinavir, ritonavir, azitromicina, vitaminas y/o zinc, incluso hacia finales de 2022.
La disparidad también se observó en la recomendación de fármacos como los corticosteroides y remdesivir, con algunas directrices desviándose de las pautas de la OMS, a pesar de la evidencia sólida que respalda su eficacia en el tratamiento de la COVID-19.
Un hallazgo notable fue que las directrices emitidas por países más ricos tendían a recomendar anticuerpos monoclonales, mientras que dos de estos (bamlanivimab más etesivamab y regdanivimab) se incluyeron con frecuencia en las guías clínicas, a pesar de no ser recomendados por la OMS.
Los investigadores también destacaron que las directrices de los países con recursos limitados fueron las que más se desviaron de las recomendaciones de la OMS, lo que sugiere que las desigualdades globales en salud pueden estar influyendo en la recomendación de tratamientos ineficaces o inasequibles.
Si bien este análisis proporciona una visión integral de las divergencias en las directrices nacionales para el tratamiento de la COVID-19, los investigadores reconocen algunas limitaciones, como la falta de validación de la puntuación utilizada para evaluar las directrices y la imposibilidad de evaluar todas las directrices nacionales.
En última instancia, los investigadores enfatizan la necesidad de formalizar y estructurar los procesos de desarrollo de directrices nacionales para garantizar que estén basadas en la mejor evidencia disponible. Un enfoque sistemático y estructurado no solo mejoraría la credibilidad de estas directrices, sino que también podría mejorar su eficacia en la orientación de las intervenciones de salud pública, especialmente en el contexto de una pandemia global.
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