Los latinos y las maravillas de Los Ángeles

Así se hicieron las maravillas de Los Ángeles. Sobre los hombros de las comunidades étnicas. ¿Es apropiado hablar de sus víctimas? ¿Estamos aguando la fiesta? ¿Puede uno admirar las pirámides de Egipto y al mismo tiempo pensar que en su construcción murieron seguramente centenares de miles de esclavos? A cada uno, su respuesta.

Traffic flows east on the Interstate 10 freeway down FasTrak express lanes (L) and regular lanes in Los Angeles on September 18, 2019. - President Donald Trump announced on September 18 that his administration is revoking California's authority to set its own stricter emissions standards, days before a major UN summit on averting climate change disaster. (Photo by Frederic J. BROWN / AFP) (Photo credit should read FREDERIC J. BROWN/AFP via Getty Images)

La autopista 10, que lleva al otro lado del país. Crédito: FREDERIC J. BROWN | AFP / Getty Images

Hace unos años, una organización internacional movilizó a millones de personas en internet para seleccionar, definir, promover y finalmente, elegir, las nuevas siete maravillas del mundo.

Que tanta gente haya seguido el certamen con entusiasmo es una muestra del hambre que existe para encontrar significado, para explicar la belleza humana, para percibir la trascendencia. Porque fueron entusiastas. Formaron grupos de apoyo, cada cual por su maravilla favorita, generalmente la más cercana, la de su país, o su cultura.

Y sirve, porque para comprender el presente no existe otra vía que observar el pasado.

Aunque aquí, en Los Ángeles, ese pasado sea tan reciente.

Sí, porque esta megaurbe de freeways atestados y sin centro – vale decir, como un hombre sin ombligo – surgió como un pequeño caserío en 1781, fundada (ellos aún no lo sabían) por 44 pobladores, en su mayoría negros o mestizos. Recién en 1820 se catapultó su población a 650. De ahí para ahora, la transformación ha sido históricamente instantánea e indudablemente revolucionaria. Novísima.

De hecho, hay que esforzarse mucho para encontrar en Los Ángeles algo antiguo.

Pero las maravillas las hay. El teatro Walt Disney con su envoltorio de lata de sardinas brillante, con casi medio millón de pies cuadrados, y su arquitectura que – si no le gusta – al menos llama la atención, casi como la Ópera de Sydney. El parque Griffith, un verdadero pulmón que da aire a la ciudad, coronado por el observatorio.
El cartel que decía Hollywoodland, que era un aviso comercial de un nuevo barrio a construirse en esa zona, y que perdió a las inclemencias y a cierta mente obtusa las últimas cuatro letras. No es más que eso, letras gigantescas, no hay allí arte ni logro ni grandeza, pero uno las encuentra en cualquier descripción – busque por Google – de esta ciudad. Y esto es lo que contienen: identidad.

Y sigo enumerando: la Catedral metropolitana y el museo Getty, la estación de tren Union Station, Chinatown, Disneylandia, los estudios Universal…

Y eso es solamente la parte que conoce la mayoría de los turistas. Pero hay más.

Tome, en el valle de San Fernando, la avenida Coldwater Canyon, viajando hacia al norte desde la carretera 101. Siga. De pronto se abre una especie de canal de desagüe que corre paralelo. Y en sus bordes, un mural que se alarga y crece y describe con colorido y estilo ingenuo nuestra historia.

La de los fundadores, la de los habitantes españoles y mexicanos, la de los conquistadores estadounidenses que la ocuparon en enero de 1847, la del nuevo estado, California, incorporado a la Unión en 1850. La de la miríada de olas migratorias que la transforman continuamente. Y finalmente la nuestra.

Estamos en la historia de Los Ángeles.

Ahí están, en los murales, ilustraciones de los Zoot Suits Riots, o “disturbios” de los trajes Zoots, es decir, los pogroms de 1943 contra jóvenes latinos en las inmediaciones del puerto de Los Ángeles por parte de soldados y marineros estadounidenses, por ejemplo.

Otra maravilla: el estadio de los Dodgers. En 1962 lo inauguraron con festejos de fanfarria y pompa. Pero bajo sus cimientos yace la comunidad latina de Chavez Ravine, destruida impunemente, para levantarlo, como si fuera Pompeya, por un terremoto de empresarios ambiciosos apoyados por los gobiernos locales.

Ni qué hablar de esa maravilla universal, los freeways. En el corazón de la población latina, en el Este de Los Ángeles donde viví por muchos años, se encuentra el conglomerado de supercarreteras más transitado del mundo. Aquí pasan los freeways 101, 10, 710, 5, 60 y 110.

No es casualidad. Fue aquí donde la construcción de los freeways en los años 50 y 60 del siglo pasado no se topó con problemas, porque la comunidad latina que aquí vive no estaba organizada, ni tenía representación política, ni dinero para montar una oposición. Mientras que desde 1978 el freeway 710 muere antes de entrar al barrio poderoso de South Pasadena, alargando los tiempos de traslado para millones de automovilistas, aquí sí se construyeron. Esta zona tiene la mayor proporción de enfermedades respiratorias de todo el país. El tramo del 710 hacia Long Beach se llama “área de muerte por diesel”.

Así se hicieron las maravillas de Los Ángeles. Sobre los hombros de las comunidades étnicas. ¿Es apropiado hablar de sus víctimas? ¿Estamos aguando la fiesta? ¿Puede uno admirar las pirámides de Egipto y al mismo tiempo pensar que en su construcción murieron seguramente centenares de miles de esclavos? A cada uno, su respuesta.

Las maravillas de Los Ángeles reflejan un dinámico espíritu empresarial, ansias de desarrollo comercial, o un testamento histórico. Pero también relatos de injusticias, discriminación y la lucha por conservar el poder. Algo que, con el establecimiento del poder político de la comunidad latina en esta zona, es cada vez más difícil.

Lo cual es otra maravilla.

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