La implacable lucha de un hombre durante 35 años para que se hiciera justicia por el asesinato de su hermano por ser gay
A Steve Johnson le dijeron en la policía que su hermano Scott se había suicidado, pero él nunca creyó en esa posibilidad.
Steve Johnson puso play en la contestadora y escuchó un mensaje de su cuñado, Michael, pidiendo que le devolviera el llamado.
Sonaba a malas noticias.
Era 1988 y el hermano de Steve, Scott, se había ido a vivir a Australia con su novio.
Marcó el número de la casa de Michael y contestó el suegro de su hermano.
“Scott. Está muerto. Michael está en la morgue identificando su cuerpo. No sabemos qué pasó”, escuchó del otro lado de línea telefónica.
Más tarde lo llamó su cuñado. Scott, que tenía 27 años, había aparecido desnudo y sin vida al pie de un acantilado de 60 metros de altura en la zona de Manly, Sídney.
Steve, que era un estudiante de 29 años en Boston sin demasiado dinero, compró como pudo un billete de avión y voló al otro lado del mundo para averiguar qué había pasado con su hermano.
El policía con el que le permitieron hablar era un hombre muy amable que expresó mucha empatía. Pero luego comenzó a impacientarse con las preguntas que le hacía Steve.
¿Por qué estaba desnudo? ¿Habría estado teniendo un encuentro sexual con otro hombre allí?
Su billetera no había sido encontrada, y eso le parecía muy sospechoso.
El agente se acercó a Steve para decirle algo por lo bajo.
“Este es un lugar común para el suicidio, especialmente entre los homosexuales. ¿Sabía que su hermano era homosexual?”.
A Steve no le cerraba. Con Scott eran muy unidos, sabía perfectamente de su orientación sexual y nunca habían existido indicios de que pudiera quitarse la vida. Él era optimista, con proyectos, e incluso horas antes de su muerte había hallado la respuesta que le faltaba para su tesis de doctorado en Matemáticas.
Sin más respuestas que la versión oficial de suicidio, Steve regresó a Estados Unidos.
“Durante bastantes años después de la muerte de Scott, solo había misterio. No creíamos en la evaluación de suicidio del investigador del caso y de la policía, pero no sabíamos qué creer”, relató a la BBC.
Steve debió seguir con su vida, aunque le costaba mucho. Sentía que su mundo había quedado paralizado.
En lo laboral le fue muy bien.
Había estudiado en el Instituto Tecnológico de California y a comienzos de la década de 1990 un profesor universitario le contó que George Lucas -el creador de “La guerra de las galaxias”- había estado en el campus y les había dicho que todos deberían estar pensando en la compresión de imágenes digitales, porque esa sería la forma en que se transmitirían las películas en el futuro.
Steve tomó nota y con un socio desarrolló un algoritmo para comprimir fotos que permitía enviarlas por internet de forma muy rápida.
Ese formato para reducir el tamaño de las imágenes digitales fue tan bueno que el por entonces gigante de internet en Estados Unidos, America Online, el Google de los 90, les compró la empresa.
America Online necesitaba reducir significativamente el peso de las fotos para publicar en sus páginas en los albores de una internet con velocidades de conexión hiperbajas a través de las líneas telefónicas.
Para hacerse del exitoso algoritmo desembolsó US$100 millones.
Steve pasó de pagar a duras penas la cuota del auto a ser multimillonario y tener más dinero del que podría gastar en toda su vida.
La carta de Michael
En 2005, Steve recibió una carta de Michael con un contenido clave para entender lo que había pasado con su hermano.
La carta tenía dos o tres artículos de noticias, y los artículos me decían que había habido una investigación en otro lugar de Sídney, Bondi Beach, que también está rodeado por acantilados.
Se había llevado a cabo una investigación sobre la muerte de tres hombres gays.
El investigador había determinado que dos de ellos eran definitivamente ataques de odio hacia gays y el otro probablemente lo era.
Leo estas historias y de repente mi mundo se escribe solo.
Había estado patas para arriba. Había sido un mundo sin saber nada sobre lo que le pasó a mi hermano.
Me fijé en la descripción de una de estas muertes: lo encontraron completamente vestido al pie de este espectacular acantilado en Bondi y el investigador del caso dijo que estaba en un lugar donde hombres gays iban a encontrarse a tener relaciones sexuales con extraños un poco fuera de la vista, en la cima de estos acantilados.
Estos lugares atraían a pandillas de adolescentes que odiaban a los gays para golpearlos y, en estos casos, empujarlos al vacío.
Estos artículos me dijeron lo que le pasó a Scott. Scott debe haber estado en un área frecuentada por gays para tener encuentros sexuales. Él debió haber sido atacado y deben haberlo matado.
Steve asumió que bastaría con comunicarse con la policía y el investigador del caso para que vieran que tal vez se habían equivocado y que volvieran a hacer la pesquisa.
Llamó a la periodista que había escrito los artículos que le había enviado Michael y ella le dio algunos consejos.
Pero las ruedas de la justicia, recuerda, estaban obstinadamente oxidadas.
No obtuve ninguna respuesta del investigador. No obtuve ninguna respuesta de la policía.
Finalmente volé en 2006 a Sídney con mi hija Emma, que tenía 17 años, en parte de vacaciones porque era su último año en la escuela secundaria y en parte para conocer al tipo que investigó los casos de Bondi, Steve Page.
“Niditos de amor”
Page ya no trabajaba en el cuerpo de seguridad pública, pero los acompañó a la estación de policía de Manly.
“Mi amigo perdió a su hermano en esos acantilados en 1988. Se determinó que fue un suicidio, pero tal vez fue como esas muertes de Bondi”, dijo Page.
“Lo investigaremos y nos pondremos en contacto con usted”, respondió el funcionario policial.
No hubo ninguna acción en absoluto, dice Steve.
Así que decidió contratar a John McNamara, un exdetective de la policía que Page le había recomendado, y a un periodista de investigación estadounidense llamado Daniel Glick, que voló a Sídney en 2007.
En su primera mañana allí, Glick fue hasta la zona del acantilado donde Scott había muerto y muy cerca encontró una planta de aguas residuales.
Vio a un empleado y se acercó a hablarle. Trabajaba allí desde mediados de los 80.
“¿Aquí venían hombres homosexuales en la década de 1980?”, preguntó Glick y señaló el punto desde donde cayó Scott.
“Oh, todo el tiempo. Aquí hacían niditos de amor”, fue la respuestas.
De esta forma, Glick confirmó apenas llegó a Australia que ese se trataba de un sitio de encuentros gay.
Todos en la zona lo sabían.
Glick corrió a la redacción del periódico local Manly Daily y habló con un periodista allí para que lo orientara a conseguir más fuentes de información.
El periodista se interesó por la historia y dos días después la primera plana mostraba una foto de los dos hermanos con el título “¿Fue asesinato?”.
McNamara, por su lado, dio con un hombre apodado Sadie que había tenido relaciones sexuales en la misma roca donde cayó Scott dos años antes de la muerte del hermano de Steve.
“Cuando me estaba poniendo las botas, el tipo me apuñaló por la espalda con un cuchillo”, les relató.
Sadie caminó por un sendero, bajó de aquel acantilado y llegó tambaleándose al hospital de Manly con el cuchillo en la espalda.
“Dan buscó esa historia y resultó que estaba en todas las noticias. La policía de Manly había detenido al autor, que fue declarado culpable. Y todo eso apareció en las noticias un año antes de la muerte de Scott”, dice Steve.
Eso no es todo. Otro hombre le contó a Glick que había una especie de trampa amorosa. Invitaban a hombres gays a la cima del acantilado y luego las pandillas saltaban encima de ellos y les robaban.
Debido al estigma, estos crímenes a menudo no se denunciaban.
Con toda esta información y evidencias, volvieron a la policía para que reabriera el caso. ¿Crees que esta vez sí funcionó? Pues no.
Un nuevo revés
Durante años, Steve y el grupo de investigación que conformó -al que denominaron Equipo Scott- fueron implacables al tratar de encontrar respuestas.
Sumaron más expertos que convalidaran que la hipótesis planteada por Steve era verosímil y finalmente en 2012 lograron que la causa fuera reabierta.
Entonces, Steve fue junto a su esposa y Glick a la oficina del inspector jefe de homicidios sin resolver.
Estábamos muy emocionados porque finalmente se iba a iniciar una investigación. Pero él nos dijo: “Lo siento mucho, hay 400 o 500 casos por delante del de ustedes. Pueden pasar cuatro o cinco años antes de que lleguemos a ello”.
Nos quedamos estupefactos.
“Bueno, le entregaré esto a mi comité de admisión y veré qué se nos ocurre”, afirmó.
Unos meses más tarde, nos volvió a llamar, volvimos a Australia y nos reunimos cara a cara con él.
“Mi comité de admisión decidió que esto obtuvo un 0 en el índice de solubilidad. No tomaremos ninguna otra medida. Además, hablé con el investigador que estuvo en el caso en 1988 y dijo que esto no era un sitio de encuentros gay. Esto no fue un crimen. No hubo violencia y fue un suicidio”.
Eso no era lo que queríamos oír.
Otro revés, pero a pesar de la falta de investigación policial, el caso llegó a los titulares de los grandes medios nacionales en un momento de cambio cultural en Australia.
Los editoriales de los periódicos hacían referencia a la tradición histórica del país de dejar de lado a los gays y a la falta de justicia para quienes habían sufrido delitos de odio homofóbicos.
Con la presión pública y un nuevo investigador, se preparó el escenario para una tercera investigación casi sin precedentes.
La millonaria recompensa
El investigador Michael Barnes decidió hacerse cargo de la investigación y su equipo ordenó a la policía que volviera a entrevistar a todas las personas de interés y, a finales de 2017, dictaminó que la muerte de Scott fue un homicidio por odio homosexual.
Estábamos sentados allí en el tribunal, creo que por octava o novena vez. Sabíamos que si no lo llamaba homicidio, estaríamos al final de nuestro camino.
No solo se lo llamó homicidio, sino que también se dijo que la policía había cometido errores y siguió cometiéndolos. También se indicó que se trataba de un sitio de encuentros gay que había sido popular durante 40 años y que todos en la ciudad lo sabían.
Luego fueron aún más lejos y aseguraron de que Scott había sido asesinado por una persona o personas porque percibían que Scott era gay. Fue un asesinato por odio a homosexuales, y eso fue mucho más allá del homicidio.
La historia no solo se había convertido en una enorme y conmovedora historia sobre un matemático estadounidense, sino que también se había transformado en una historia sobre las otras víctimas homosexuales que habían sido igualmente ignoradas. Y fueron decenas.
El público australiano tomó conciencia de esta epidemia de delitos de odio que había estado ocurriendo en los años 80 y 90 y que había sido ocultada bajo la alfombra.
Al año siguiente, las autoridades le pidieron a Steve que regresara a Australia en el 30 aniversario de la muerte de Scott para anunciar una recompensa de 1 millón de dólares australianos (unos US$750.000) ofrecida por la policía a quien brindara información que condujera a la captura y condena del asesino.
La pista que fue clave
La policía recibió una carta anónima en 2019. La carta señalaba a un hombre como posible autor del crimen, porque en dos oportunidades lo había escuchado presumir de que de joven había sido parte de “palizas a maricones”.
Incluso recordaba como en 2008, tras leer la noticia sobre Scott en el diario, le había dicho que “el único maricón bueno es el maricón muerto”, a lo que le respondió: “Entonces fuiste tú quien lo empujó del acantilado”.
“No es culpa mía que ese imbécil se cayera por el precipicio”, le contestó.
En febrero de 2020 recibí una llamada; tenían un sospechoso y necesitaban que regresara a Australia y anunciara mi propia recompensa de 1.000.000 de dólares.
Aunque no quisieron compartir conmigo de qué se trataba todo esto, sabía, leyendo entre líneas, que necesitaban un truco publicitario porque tenían un sospechoso y querían que el sospechoso hiciera algo.
Me subí a un avión hacia Australia, me presenté nuevamente ante el país con el Comisionado de la policía de Nueva Gales del Sur y anuncié mi propia recompensa de 1.000.000 de dólares.
Unas seis semanas después recibí un correo electrónico del comisionado en el que me invitaba a una reunión por Zoom, y en la videollamada dijo: “Arrestaremos al sospechoso el próximo martes”.
El martes recibí tres palabras en mi celular: delincuente bajo custodia.
Habíamos encontrado al asesino de mi hermano.
Su nombre es Scott White. Cuando cometió el crimen tenía 18 años. Su exesposa había sido la autora de la carta anónima enviada a la policía.
Tuvimos a este hombre en nuestra lista todo el tiempo. Desde que Dan se fue originalmente en 2007 y habíamos investigado tres pandillas en Manly.
En enero de 2022 estaba programada una audiencia en la que el equipo de defensa de Scott White quería cuestionar la evidencia.
Viajé de regreso a Australia, nos reunimos en la sala del tribunal, la jueza estaba leyendo de qué se lo acusaba ni siquiera había terminado de leerlo por completo cuando Scott White se levantó y dijo: ¡Soy culpable!
Lo gritó cuatro veces. “¡Soy culpable!” Y siguió interrumpiéndola. “¡Soy culpable!”
Fue un momento impresionante, impactante y asombroso porque él me lo estaba diciendo.
A mediados de junio de 2023, 35 años después de que Scott Johnson murió, Scott White fue condenado a nueve años de prisión.
Steve y su familia habían encontrado al asesino y tenían algunas respuestas.
Ahora saben quién lo hizo. Lo que aún no saben muy bien es por qué.
Se estima que unos 80 hombres fueron asesinados por pandillas homofóbicas en Sídney a finales de la década de 1980.
*Este artículo está basado en un episodio del programa radial Outlook del Servicio Mundial de la BBC. Puedes escucharlo en inglés en BBC Sounds.
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