‘Llego la hora de regresar’: indocumentado retorna a México por voluntad propia

'Quiero vivir plenamente los años que me queden de vida', dice

Pedro Rodríguez con su perrito Taladro regresa a México.

Pedro Rodríguez con su perrito Taladro regresa a México. Crédito: Araceli Martínez Ortega | Impremedia

Después de vivir tres décadas en Los Ángeles como indocumentado, Pedro Rodríguez regresó a México, cansado de esperar una reforma migratoria que nunca llegó.

“Esto no tiene nada que ver con Trump. Es una decisión que tomé hace como unos dos años, y de la que me convencí cuando me reencontré con una amiga del pasado, nos enamoramos y nos casamos hace un año”.

Su relación con una compatriota mexicana lo apuró a tomar la decisión que ya venía fraguando; y porque además – dice – no quería una vida de pareja en las sombras.

“Ella vive en México, y no quería traerla para acá, a pasar lo mismo que yo”.

Entrevistado en su pequeño departamento de la ciudad de Hawthorne en el condado de Los Ángeles, a pocas horas de regresar a México, Pedro relata que llegó a Los Ángeles cuando tenía 30 años. Ahora ronda los 59 años.

“Me trajo a este país el deseo de una vida diferente en cuanto a mi situación laboral. En Hermosillo, trabajaba como gestor de cobranza de tarjetas de crédito. Me iba bien”.

Pero en un momento de crisis, que empezó a irles mal a todos por la falta de circulante, apuntó hacia el norte en busca de hacerse de un capital.

“Mi primer trabajo en Los Ángeles fue en un Burger King en el área de la cocina, y en McDonald’s, trabajé en mantenimiento”.

Sentado entre cajas, maletas, ropa regada y algunas posesiones que le faltan por regalar antes de emprender el viaje sin retorno a Estados Unidos, Pedro dice que lo más difícil cuando emigró, fue adaptarse al sistema y a la diferencia de idiomas.

“En México, las relaciones familiares y entre vecinos son muy diferentes. Allá estaba acostumbrado a salir a dar el abrazo a los vecinos el Día de las Madres o en Navidad. Acá me llevé unos ‘estrellones’. Todo se maneja de una manera más fría”.

Pedro Rodríguez regresa por voluntad propia a México.
Crédito: Araceli Martínez Ortega | Impremedia


Un trato desigual

Nunca se le olvidará que el trato para un inmigrante sin papeles es muy desigual porque simplemente trabajan sin prestación alguna.

“Uno de los momentos más felices de mi vida indocumentada, lo viví cuando me dieron el derecho a una licencia de conducir. Siempre le voy a agradecer a la persona que pasó esa ley que autorizó la licencia para los indocumentados. Ese es uno de los pocos orgullos que me dio Estados Unidos. Con la licencia de manejar, ya no tenía temor a que me fueran a quitar el carro. Dos veces me tocó perder carros, con lo que se le dificulta a uno completar para comprarse uno”.

Pedro dice que no tener la licencia lo hacía sentir discriminado.

“La licencia dio un giro a mi vida de 180 grados”.

Eso sí – dice feliz – que en los casi 30 años que vivió en Estados Unidos nunca se topó con la Migra.

“Nunca conocí un carro de la Migra, ni sus uniformes, nunca me tocó verlos”.

Las pocas ayudas

En los años que vivió en Los Ángeles, solo recibió dos ayudas, y eso ocurrió durante la pandemia de covid-19.

“Los $500 que me dio CHIRLA; y otro apoyo monetario que me proporcionó el Consulado de México. A esos dos, son los únicos a los que tengo que agradecerle”.

Dice que en esa época, los medios hablaban de cientos de programas de ayuda para los indocumentados durante la pandemia, y en México pensaban que aquí había mucha asistencia.

“A mi se me quedó la oreja roja tras días de llamar, para que nos dijeran que no calificábamos por ser indocumentados. Había una gran diferencia entre lo que decían las noticias y la realidad”.

Cuando el programa de seguro médico estatal MediCal se amplió con cobertura amplia para los inmigrantes indocumentados, Pedro dice que dejó de sentirse discriminado.

“Me sirvió para alimentar un poco mi ego, pero me desilusioné muy pronto cuando no sentí mejoría, siendo que tenemos una tecnología médica tan avanzada”.

Pedro cree que esto se debe a que el MediCal es un servicio médico gratuito, y por lo mismo no ofrece la misma calidad en la atención que se da a quienes pagan su seguro de salud.

Algo que hace sentir muy bien a Pedro es que religiosamente pagó impuestos desde el primer año de trabajo.

“No me quise regresar a México sin hacer mi declaración de impuestos. Me voy tranquilo. No le debo nada al Tío Sam. Y no van a creer, pero por el hecho de ser indocumentado, muchas veces me tocó pagar impuestos”.

Por qué regresar

Fue hace dos años que tomó la decisión de regresar a México. Pedro nació en Quetchehueca, un ejido muy cerca de Ciudad Obregón al sur de Sonora.

Para lo que me pueda quedar la vida, no tiene caso que me espere a una reforma migratoria. Ya es demasiada espera. Mucha gente de mi edad ya se está muriendo. Si me quedan cinco, seis años de vida, quiero disfrutarlos en mi país”, dice.

Algo que lo impulso aún más a retornar, es que se reencontró con una amiga con la que había tenido cierta química en el pasado, y al volverse a ver, la conexión revivió.

“Hace un año nos casamos por el civil en Estados Unidos. El 21 de febrero nos casaremos por la iglesia en Ciudad Obregón”, dice Pedro, soltando un suspiro.

“El plan de regresar ya estaba. Mi esposa y yo tocamos el punto sobre la posibilidad de que ella se viniera para acá, pero llegamos a la conclusión de que era preferible regresar a México”.

La convivencia con su esposa le hizo darse cuenta que tomó la mejor decisión al casarse con ella y volver a su pueblo. 

“Es una mujer que va a traer tranquilidad a mi vida”.

Pedro Rodríguez regresa a México tres décadas después de vivir en las sombras en Estados Unidos.
Crédito: Araceli Martínez Ortega | Impremedia

Emoción por el regreso

Su mayor ilusión es encontrarse con su esposa, y recuperar el tiempo perdido que no han estado juntos.

Sin embargo, también cuenta los minutos por volver a sentir el calor de su tierra y de los suyos.

“Quiero llegar a escuchar los rayos, los truenos, a los sapos, ver la lluvia, ver cuando se va la luz, sentir el olor a tortillas de harina y carne asada”. 

Pedro anhela sentir la vida del campo: “ver las gallinas, los puercos, las vacas; empaparme del estilo de vida donde nací, recorrer todos esos lugares de mi tierra, apreciar su idiosincrasia. ¡Qué mayor goce que disfrutar todo eso antes de morir!”.

Revela que en los primero años de su vida como inmigrante, buscó la forma de hacerse ciudadano, “pero no hubo ventanas abiertas, y no me quedó otra más que seguir como indocumentado”.

La otra opción – dice – era que su hermana solicitará su residencia, pero cuando le dijeron que son 20 años de espera, “perdí el interés”.

Sin arrepentimientos

Pedro dice que pese a todo no se arrepiente de haber venido a Los Ángeles, aunque sufrió por el cambio de cultura.

“El muchacho de 30 años que llegó a Los Ángeles era muy inocente. Él que regresa es un hombre maduro que aprendió mucho de otras culturas. Ese aprendizaje enriqueció mi criterio para la toma de decisiones”.

Dice que una de las cosas que aprendió como indocumentado fue que lo mejor es dedicarse a trabajar y no perder el tiempo en política.

Le llena de orgullo regresar a México con la cabeza en alto .

“No tuve los resultados que me hubiera gustado en cuanto a obtener la residencia y la ciudadanía, ni modo, eso me tocaba vivir. Aprendí a vivir con lo que la vida me ofrecía, fuera bueno o malo”.

A las personas que están empezando el camino que ya recorrió, les aconseja dedicarse 100% a trabajar y alejarse lo más que puedan de las adicciones.

“Como indocumentado, no tienes apoyo del gobierno. Eso lo vuelve a uno independiente, mientras que mucha gente que sí tiene papeles, están con un cordón umbilical dependiendo 100% del gobierno”.

Y advierte: “aquí el indocumentado que viene a esperar del gobierno, va a ser un fracaso. Yo aprendí a ser independiente, y a levantarme para ir a trabajar aún enfermo. Tenía que comer y pagar renta”.

A pocas horas de dejar para siempre el país en el que ha vivido la mitad de su vida, Pedro saborea el cúmulo de sentimientos que lo aguardan al pisar suelo mexicano.

“Ese momento me lo estoy imaginando, va a ser una emoción muy grande, cuando me baje del autobús y ponga los pies allá. ¡Qué diferente me voy a sentir! ¡Ya no seré indocumentado!”.

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