Cómo la adicción a la pronografía está afectando la salud mental de los estadounidenses
Expertos alertan sobre los efectos negativos de la pornografía, aislamiento, adicción y problemas emocionales cada vez más frecuentes en EE.UU.

Según la ley HB 1181 la pornografía aumenta la explotación infantil y pornografía infantil Crédito: Shutterstock
En los Estados Unidos, una creciente preocupación se está apoderando de clínicas de salud mental y centros de terapia, el impacto perjudicial del consumo de pornografía. Lejos de ser un hábito inofensivo, cada vez más expertos sostienen que su uso repetido puede causar graves consecuencias emocionales y psicológicas, entre ellas, depresión, disfunción eréctil, irritabilidad e incluso aislamiento social.
Ray Brandon, consejero profesional con sede en Kalamazoo, Michigan, ha dedicado años a atender a hombres que luchan contra esta adicción silenciosa. Para él, no hay duda, “No creo que ningún uso de pornografía sea saludable. Creo que debería eliminarse por completo”, afirma tajante. En sus sesiones grupales, Brandon ha escuchado cientos de historias de hombres atrapados en una espiral de culpa, vergüenza y soledad, a menudo incapaces de romper el ciclo por su cuenta.
El problema, según él, está en el cerebro. La pornografía provoca una sobreestimulación de dopamina, el neurotransmisor asociado al placer y la recompensa. Con el tiempo, esa respuesta química se debilita, y lo que antes generaba satisfacción ya no tiene el mismo efecto. “Consumir pornografía, incluso ocasionalmente, puede llevar a una desconexión profunda con los demás. La vergüenza florece en el aislamiento, y esta adicción precisamente aísla”, explica Brandon.
Las cifras refuerzan sus palabras. Pornhub, uno de los portales más populares de contenido para adultos, se ha convertido en el cuarto sitio web más visitado en Estados Unidos, solo detrás de gigantes como Google, YouTube y Facebook. Con más de 100 millones de visitas diarias, su alcance masivo deja claro que se trata de un fenómeno cultural más que de una actividad marginal.
Andy Pace, misionero en Perú y adicto en recuperación, vivió en carne propia los estragos de esta dependencia durante casi 40 años. Cuenta que empezó a consumir pornografía desde muy joven y que con el tiempo, el hábito se convirtió en una obsesión que afectó profundamente sus vínculos más cercanos. “La pornografía se apoderó de mi vida. Dañó mis relaciones con mi esposa, mis hijos, mis amigos. Porque nunca es suficiente”, confiesa.
Otra historia similar es la de Nate O’Neill, quien también desarrolló esta adicción en la adolescencia. Intentó múltiples métodos para dejarla, pero solo encontró verdadera ayuda al integrarse a un grupo de apoyo. “Sentía una incomodidad constante, como un zumbido de descontento en el fondo de todo lo que hacía. Algo siempre estaba mal”, relata. Para él, la clave fue compartir su experiencia con otros que enfrentaban la misma batalla. “Contar mi historia me liberó. Nunca he conocido a un solo adicto que haya podido recuperarse solo”, dice convencido.
La terapia de grupo, en efecto, se ha convertido en una herramienta clave para abordar esta problemática. Ray Brandon explica que estos espacios permiten que los participantes comprendan que no están solos, que su lucha es compartida y que hay un camino de salida. Además, destaca que la pornografía engaña al cerebro, entrega una falsa sensación de conexión, pero termina dejando al usuario aún más solo. “El problema es que se consume la dopamina del contacto humano, pero no se establece un vínculo real. Entonces, la soledad se intensifica. Ahí nace la adicción”, concluye.
Aunque la discusión sobre los efectos del contenido pornográfico sigue generando controversia, la experiencia de estos hombres y el trabajo de profesionales como Brandon ponen sobre la mesa un tema que suele esconderse bajo la alfombra. La adicción a la pornografía, lejos de ser una broma o una debilidad moral, es un problema de salud mental que cada vez más personas reconocen y buscan superar.
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