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Tiempos de guerra

En medio del descrédito de su liderazgo, Trump rompe su promesa toral de no participar en más guerras y parece enfrascarse en un peligrosísimo conflicto

El presidente Trump ordenó el ataque a bases nucleares de Irán.

El presidente Trump ordenó el ataque a bases nucleares de Irán. Crédito: Alex Brandon | AP

Trump abre un nuevo frente militar. En medio del declive de lo que una vez fue un imperio, de una epidemia de adicción a las drogas y de polarización social y políticas extremas, Estados Unidos de América ataca tres complejos nucleares iraníes. Más allá del análisis de estrategia militar y geopolítica correspondiente —que los expertos realizarán mucho mejor que nosotros —estas acciones no sorprenden demasiado. Hace poco, alguien me comentó que la única manera en que los estadounidenses volverían a operar en unidad para intentar “hacer América grande otra vez” sería con otro conflicto bélico contra un poderoso enemigo externo. También ello podría ocurrir como respuesta a otro atentado terrorista; un hecho así justificaría la declaración de otra guerra— como aquellas que esta nación belicista suele librar en tiempos de crisis extrema.

Así, entonces, en medio del descrédito de su liderazgo político al interior del país y hacia el exterior, Trump rompe su promesa toral de no participar en más guerras y parece enfrascarse en un peligrosísimo conflicto que podría involucrar a las principales potencias globales y resultar en un enorme riesgo nuclear que pondría a la población mundial en vilo. Lo que acaba de suceder se suma a las nuevas guerras que el presidente estadounidense pareciera estar dispuesto a librar, primero contra su vecino del sur (México) y después contra su propia gente—en el marco de la militarización que podría extenderse a más ciudades santuario con el objeto de contener o suprimir protestas pro-migrantes. Esto último pareciera formar parte de estrategias de contrainsurgencia como respuesta a lo que algunos podrían catalogar como “revoluciones de color” (ahora en América).

La realidad es que esta no es ni la primera ni la última vez en que la nación belicista estadounidense activa el aparato militar, no sólo para resolver sus problemas internos (de orden económico, social, etc.) o ampliar su influencia geopolítica, sino para seguir enriqueciendo a sus élites y a los aliados de éstas en otras latitudes. Las guerras siempre son trágicas para los pueblos y sólo dejan hambre, destrucción y muerte. Estados Unidos tiene abiertos varios frentes de guerra: en Eurasia, el Medio Oriente, en su frontera con México y al interior. Estados Unidos declara la guerra contra todo—contra las drogas, el terrorismo, los carteles, la inmigración indocumentada y contra los pueblos de quienes selecciona como “ejes del mal” (no tan arbitrariamente, sino en pos de riqueza y poder)—dentro y fuera de su territorio y continente.

Al final, estos conflictos bélicos avalados por la existencia de enemigos imaginarios y narrativas maniqueas y falaces le hacen daño a la humanidad, pero benefician a un selecto grupo de intereses que financia las campañas de gobernantes y legisladores y favorece a las élites políticas en general. Hablamos de las empresas del complejo militar industrial, quienes ejercen influencia en el sector de las tecnologías, el sector energético, la seguridad fronteriza, el combate anti-terrorista, la cooperación “anti-narcóticos”, el sistema carcelario y la “seguridad” nacional. Al final, hablamos de los mismos intereses meta-capitalistas que comparten las juntas directivas y espacios como accionistas en los mercados de capital globales y en los fondos de inversión más grandes del mundo.

Es muy interesante comprender cómo funcionan las puertas giratorias entre la política, el servicio público, las consultorías de seguridad, las empresas armamentistas, los conglomerados energéticos y otras grandes empresas relacionadas con estos sectores. También es clave conocer cómo los lobistas hacen su labor. Aquí es importante detectar y entender las lógicas del capital. En las guerras de Irak, Afganistán, Ucrania y otras partes del Medio Oriente, la militarización en la frontera México-Estados Unidos, el manejo migratorio de la selva del Darién, así como en los centros de detención de Estados Unidos y cárceles en todo el mundo participan actores similares que se enriqueces con el belicismo y con los frentes militares abiertos por parte de los actores políticos más influyentes del mundo.

Empresas como Constellis—que incluye a Academi (antes Blackwater), Triple Canopy y otras—Boeing, General Dynamics, Lockheed Martin, Northrop Grumman Raytheon, las principales armerías y las grandes empresas tecnológicas, se benefician siempre en tiempos de guerra. Es preciso recordar que la guerra en un negocio que destruye a los pueblos y beneficia a las élites. Las guerras de Estados Unidos hoy en día afectan a los estadounidenses y a los pueblos de naciones enemigas, pero benefician mayormente a las grandes compañías estadounidenses y a sus socios capitalistas en el Medio Oriente. Así, el gran capital transnacional en América declara la guerra en nombre de sus Estados probeta.

(*) La Dra. Guadalupe Correa-Cabrera es profesora de la Escuela Schar de Política y Gobierno en la Universidad George Mason. 

Los textos publicados en esta sección son responsabilidad única de los autores, por lo que La Opinión no asume responsabilidad sobre los mismos.

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