Otro mito que cae: el vino no es tan beneficioso para la salud como se creía
En los últimos años, una oleada de investigaciones rigurosas ha comenzado a desmantelar el mito del vino como elixir de salud
El vino tinto ha sido uno de los revestidos con un halo de "milagroso" para la salud. Crédito: New Africa | Shutterstock
Durante siglos, el vino ha ocupado un lugar privilegiado en la cultura mediterránea, no solo como acompañante de celebraciones y comidas, sino también como elemento de una tradición que parecía promover la longevidad. La llamada “paradoja francesa” —el fenómeno observado en los años 90 que mostraba bajas tasas de enfermedades cardíacas en Francia a pesar de dietas ricas en grasas saturadas— catapultó al vino tinto al estrellato nutricional.
Desde entonces, titulares optimistas han proclamado sus beneficios cardiovasculares, atribuyendo propiedades casi milagrosas a compuestos como el resveratrol. Esta narrativa se arraigó tan profundamente en el imaginario popular que muchos consideran una copa diaria de vino como un hábito saludable, casi medicinal.
Sin embargo, la ciencia moderna está reescribiendo esta historia. En los últimos años, una oleada de investigaciones rigurosas ha comenzado a desmantelar el mito del vino como elixir de salud, revelando que incluso el consumo moderado de alcohol conlleva riesgos significativos.
Auge y caída del mito del vino
La relación entre el vino y la salud ha experimentado un dramático cambio de perspectiva científica. Durante años, estudios observacionales sugirieron que el consumo moderado de vino, particularmente tinto, podría reducir el riesgo de enfermedades cardíacas. Los investigadores señalaban a los polifenoles y antioxidantes presentes en la uva como responsables de estos supuestos efectos protectores. El resveratrol, en particular, se convirtió en una estrella mediática, generando un mercado millonario de suplementos y reforzando la idea de que beber vino era una decisión inteligente para la salud.
No obstante, esta narrativa tenía fisuras metodológicas importantes. Muchos de estos estudios no establecían causalidad directa, sino correlaciones que podían explicarse por otros factores del estilo de vida. Las personas que bebían vino moderadamente tendían a tener mayores ingresos, mejor acceso a atención médica, dietas más saludables y mayor nivel educativo. Cuando los científicos comenzaron a controlar estos factores de confusión con diseños de investigación más sofisticados, los beneficios del vino empezaron a desvanecerse.
La evidencia actual: más riesgos que beneficios
Los estudios más recientes y rigurosos han llegado a una conclusión incómoda para los amantes del vino: no existe un nivel completamente seguro de consumo de alcohol. Una investigación publicada en 2018 en la revista The Lancet, que analizó datos de 195 países, determinó que el alcohol es el séptimo factor de riesgo de muerte prematura y discapacidad a nivel mundial. Incluso cantidades consideradas “moderadas” —una copa diaria— aumentan el riesgo de desarrollar múltiples tipos de cáncer, incluidos los de boca, garganta, esófago, hígado y mama.
El impacto en el cáncer de mama es particularmente preocupante. Investigaciones demuestran que el consumo regular de alcohol, incluso en pequeñas cantidades, incrementa significativamente este riesgo en mujeres.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha sido enfática: el alcohol es un carcinógeno del Grupo 1, en la misma categoría que el tabaco y el amianto. Además, el consumo crónico de alcohol está vinculado con daño hepático, deterioro cognitivo acelerado, trastornos mentales y un mayor riesgo de accidentes.
¿Y los beneficios cardiovasculares?
Incluso el argumento más sólido a favor del vino —su supuesto efecto protector sobre el corazón— ha sido cuestionado. Si bien algunos estudios sugieren que el consumo moderado podría elevar ligeramente los niveles de colesterol HDL (el “bueno”), este efecto es modesto y puede lograrse a través de ejercicio y alimentación saludable sin los riesgos asociados al alcohol. Investigaciones genéticas recientes, que eliminan los sesgos de los estudios observacionales, no han encontrado evidencia de que beber moderadamente proteja contra enfermedades cardíacas.
De hecho, el alcohol puede elevar la presión arterial, aumentar el riesgo de arritmias cardíacas y contribuir a la cardiomiopatía. Para personas con ciertos factores de riesgo cardiovascular, el alcohol puede ser especialmente dañino. Los cardiólogos contemporáneos son cada vez más cautelosos al discutir cualquier “beneficio” del alcohol, enfatizando que los riesgos documentados superan ampliamente cualquier ventaja potencial.
El resveratrol: ¿una esperanza exagerada?
El resveratrol, ese compuesto antioxidante del vino tinto que generó tanto entusiasmo, también ha sido objeto de reconsideración. Para obtener las cantidades de resveratrol utilizadas en estudios de laboratorio que mostraron efectos prometedores, una persona tendría que beber cientos de botellas de vino diariamente. En las concentraciones reales que se consumen al beber vino, es improbable que el resveratrol tenga un impacto significativo en la salud. Paradójicamente, obtener antioxidantes y polifenoles de fuentes alimentarias como uvas frescas, arándanos o té verde proporciona los mismos beneficios sin los riesgos del alcohol.
Los investigadores ahora reconocen que aislar un solo compuesto para explicar los efectos del vino fue un enfoque demasiado simplista. La salud cardiovascular depende de patrones alimentarios completos, actividad física regular, manejo del estrés y otros factores del estilo de vida mucho más que de cualquier componente específico de una bebida alcohólica.
Recomendaciones
Las directrices de salud pública están evolucionando para reflejar esta nueva comprensión. Países como Canadá, Australia y el Reino Unido han revisado sus recomendaciones, reduciendo drásticamente lo que consideran consumo “de bajo riesgo” o eliminando por completo la idea de que existe un nivel seguro. La recomendación emergente es clara: si no bebes, no empieces por razones de salud. Si bebes, menos es mejor.
Para quienes eligen consumir alcohol, la moderación estricta —no más de una bebida diaria para mujeres y dos para hombres, según pautas tradicionales, aunque incluso estas están siendo reconsideradas— minimiza, pero no elimina los riesgos.
Las personas con antecedentes familiares de cáncer, enfermedad hepática o adicciones deben ser especialmente cautelosas. Y para todos, la realidad es que ningún nivel de consumo de alcohol puede considerarse verdaderamente “beneficioso” para la salud.
Placer vs. salud
El veredicto científico moderno sobre el vino y la salud es menos romántico que las historias que nos contábamos hace dos décadas. El vino puede ser parte de experiencias culturales ricas, momentos de celebración y disfrute gastronómico, pero pretender que es una bebida saludable contradice la evidencia acumulada. Los supuestos beneficios cardiovasculares son cuestionables y, en el mejor de los casos, mínimos; los riesgos de cáncer, enfermedad hepática y otros problemas de salud son reales y están bien documentados.
Esto no significa que quienes disfrutan ocasionalmente de una copa de vino deban sentirse culpables, pero sí requiere honestidad sobre lo que realmente estamos eligiendo. Beber vino es una decisión de placer personal, no una estrategia de salud. En una época en que la información nutricional puede ser confusa y contradictoria, esta claridad —aunque menos placentera de escuchar— representa un progreso importante en nuestra comprensión de cómo vivir vidas más largas y saludables.
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