Hija en la marina de EE.UU. ayuda a sus padres a obtener residencia
Se les hace el sueño realidad después de tres décadas en espera de un alivio migratorio
Cuando en noviembre pasado, durante el resurgimiento de la pandemia de COVID-19, María Guerrero Uvalle, una inmigrante mexicana, recibió su tarjeta de residencia permanente no podía parar de llorar. Pasaron casi tres décadas para que su sueño de salir de las sombras, cobrara realidad.
“Llegué al trabajo llorando. ¿Qué tienes? Me preguntaban mis compañeros. Yo no podía parar de llorar. Fueron muchos años de vivir con miedo”, dice María.
Ella y su esposo Gabriel Hernández consiguieron la residencia a través de una petición presentada por su hija Lesley de 21 años, quien está en la marina de EE.UU. desde hace 4 años.
Pero para que esta pareja pudiera convertirse en residentes de EE.UU., pasaron varias décadas.
María nació en un pueblo a pocos minutos de Guanajuato, México en 1977; y Gabriel en Yucatán, México en 1970. Ellos se conocieron en la ciudad de Rialto en el condado de San Bernardino en 1993 y llevan 27 años juntos.
Son padres de Gabriela de 25 años, Edgar de 23 años, Lesley de 21, Alice de 18 y Andrew de 5, quienes nacieron en este país.
“A mi me trajeron secuestrada y me dejaron abandonada en casa de unas personas”, recuerda María quien no quiso ahondar mucho en la pesadilla que sufrió para venir a este país, cuando apenas tenía 16 años. Fue su esposo quien prácticamente la rescató. Gabriel había emigrado unos años antes en 1990, pero tampoco él tenía un estatus migratorio.
Así que unieron sus vidas y comenzaron una familia, teniendo en mente que en cualquier momento, corrían el peligro de ser deportados.
“Fueron años muy duros. Por no tener licencia de manejo, perdí dos carros que la policía me quitó. Vivía con mucho miedo. Siempre volteando para todos lados”, cuenta María.
Y a falta de un permiso de trabajo, muchas veces tuvo que conformarse con empleos que no eran exactamente lo que ella quería.
Uno de los recuerdos más tristes fue cuando su hija la acompañó a la recicladora de latas de aluminio donde trabajaba. “El lugar siempre despedía un olor horrible, espantoso. Mi hija me preguntó con una cara de asombro, ¿aquí trabajas? ¿Pero cómo puede ser?”.
A pesar de todas las limitantes que le imponía su vida como indocumentada, María confía que siempre tuvo la visión de que un día, iba a ser residente de Estados Unidos.
“Yo soy muy positiva, contrario a mi esposo que tiene una mentalidad negativa. Yo le decía que algún día íbamos a contar con la residencia. ‘De viejo, ya para qué’, me respondía”.
Cuando su hija mayor Gabriela le dijo que quería unirse a la Marina, sus ilusiones por lograr la residencia a través de su trabajo en el ejército, se avivaron. Sin embargo, el entusiasmo le duró poco porque su hija no calificó para entrar a las fuerzas armadas. “Ella nació con un músculo en la boca del estómago, y aunque se lo removieron mediante una cirugía, no la aceptaron en la Marina porque le dijeron que con el intenso entrenamiento al que se sometería, la cicatriz podía abrirse y reventar”.
En busca de opciones para salir de las sombras, María ya había averiguado que los padres indocumentados de los hijos que se unen a las fuerzas armadas, pueden calificar para residencia.
Después de Gabriela, Edgar, el segundo hijo de María, solicitó su ingreso al ejército apenas terminó la secundaria. “También lo rechazaron. En su caso porque sufre de asma y migrañas”.
Cuando su segundo hijo no pudo entrar al ejército, sintió que otra esperanza de alivio migratorio para ella y su esposo se les escapaba.
Con lo que María no contaba es que su tercera hija Lesley también estaba interesada en la carrera militar, y para su sorpresa, a ella sí la aceptaron.
Y tan pronto entró, la hija les pidió que iniciaran cuanto antes el proceso para ajustar su estatus. “Necesito que se muevan de inmediato con la residencia. Necesito que esto que estoy haciendo, valga la pena. Necesito que estén legales en el país y quiero que estén conmigo en mi graduación”, les dijo Lesley.
Después de ver a varios abogados que declinaron llevar su caso porque le aseguraban que no tenía ninguna posibilidad, dieron con el abogado en migración, Sergio Siderman quien inició la petición de residencia basado en la hija militar.
“Mi esposo no quería. Estaba bastante renuente. No creía que era posible. Yo le dije, sí vamos a poder”.
A María, le llegó la residencia antes que a su esposo. “Le dio mucho gusto y me abrazó, pero aún así mantuvo su actitud incrédula. ‘No creo que puedas salir del país’, pero cómo no voy a poder si tengo la tarjeta de residente en mi mano, le contesté”.
Pero cuando a Gabriel le llegó la carta de aprobación de su residencia permanente, su esposa dice que antes de darle la noticia, le pidió sentarse. “Cuando le mostré su residencia, se fue para atrás. Lloró y lloró. No podía hablar”.
Al tranquilizarse, aún escéptico, Gabriel le dijo, ”pues no voy a creer hasta que no tenga el plástico”.
El día que fue a recoger la tarjeta de residente a la oficina del abogado Siderman, fue solo porque todos en su familia estaban trabajando y nadie podía acompañarlo. María cuenta que su esposo le llamó por teléfono para decirle, “es bien triste recibir la legalización, sin tener a nadie dónde poner las lágrimas”.
Lo más divertido fue cuando su desconfiado esposo, le dijo: Aunque ya tengo la tarjeta de residente en mis manos, todavía no lo puedo creer”.
María dice que su sueño es hacerse ciudadana en 5 años y comprarse un carro que ya nadie le podrá quitar. “Ya no tengo temor a la policía. Hasta cuando veo a un oficial, mi hijo de 5 años y yo nos acercamos a platicar con él, porque el niño dice que quiere ser policía de grande”.
María trabaja en la actualidad en una planta empacadora de aparatos electrónicos, y Gabriel es mecánico de máquinas montacargas para una cadena de supermercados.
Uno de los sueños inmediatos de la pareja está a punto de hacerse realidad, viajar a México para reencontrarse con sus progenitores. “Mi esposo ya compró los boletos para irse en mayo a Yucatán, con el hijo mayor a ver a sus padres. No los ha visto en 30 años”.
María irá en abril a encontrarse con su madre en Guanajuato a la que no ve desde 1993, pero ahora es ella la que se ha vuelto desconfiada. “Tengo miedo de ir a México, y ya no conocer a nadie, ver calles nuevas y dicen que hasta construyeron un hotel en frente de mi casa”, dice.
El proceso legal
El abogado Sergio Siderman explica que antes de que Lesley solicitara la residencia a sus padres en base a su ingreso en la Marina, su hijo Edgar al cumplir 21 años también hizo una petición familiar, la I-130 para tratar de ajustar su estatus migratorio, pero no les sirvió porque no tenían una entrada legal al país y no calificaban para un perdón.
Su situación cambió cuando en abril de 2017, Lesley fue aceptada en la Marina. “En febrero de 2018, se presentó la forma I-131, un código en la ley que en inglés se conoce como Military Parole in Place, el cual permite dar la residencia a los padres cuyos hijos se ponen en el servicio militar, una vez que pasan el entrenamiento básico”.
En septiembre de 2018, se aprobó el Parole in Place, y entonces el abogado procedió a solicitar el ajuste de estatus a través de la petición I-485. “A finales del año 2020, recibieron la residencia”.
El experto en leyes migratorias expone que el caso de María y Gabriel demuestra que los inmigrantes indocumentados deben buscar abogados que se concentren en leyes migratorias. “La ley de migración es muy complicada y en casos difíciles que requieren utilizar códigos e ir a la corte, lo mejor es tomarse el tiempo para encontrar un defensor que solo se enfoque en migración”.