Mujer, negra e inmigrante, una combinación fatal en México
Mujeres migrantes de la comunidad negra sufren de discriminación y racismo al cruzar por territorio mexicano en busca de llegar a los Estados Unidos.
MEXICO.- Dicen los defensores de derechos humanos que no hay nada peor que ser mujer, pobre e indígena en México, un país donde la impunidad pende continuamente entre el 98 y el 99% y se ensaña particularmente con los más vulnerables. Pero un estudio de la Black Alliance for Just Immigration (BAJI) encontró que sí hay algo aún más complicado: ser inmigrante negra y no hablar español.
De ello da cuenta en el estudio “Nos tienen en la mira: El impacto del racismo anti-negro sobre las personas migrantes africanas en la frontera sur de México”, un análisis publicado este mes de marzo donde se revelan los maltratos y abusos de las víctimas que buscan asilo y protección.
Marie y sus hijos originarios de la República del Congo son una de esas familias que después de ser desgarradas por los sistemas de su país que los empujó a ir se tuvo que enfrentar a los complicados caminos de la migración hacia Estados Unidos.
La República Democrática del Congo, al igual que Camerún y otros países de la región, tiene una historia de violencia política que ha causado la migración de alrededor de 4.5 millones y alrededor de 12.8 millones que requieren asistencia y protección humanitaria.
Los enfrentamientos entre la milicia y los grupos rebeldes étnicos mantiene al país expuesto a problemas de salud —como la malnutrición crónica y epidemias como el cólera, el sarampión y el ébola— que se combinan violencia, violaciones sexuales, robos y golpizas; algunos de estos males, para colmo de los males, se volvieron a encontrar a miles de kilómetros de distancia.
¡En México!
Marie y sus niños volaron a Brasil, un país que, junto con Ecuador en América Latina, son de los pocos en el mundo que no les exige visa. Hasta hace unos cinco años, ella hubiera pensado en emigrar a Europa, pero, desde que este continente tensó sus políticas anti inmigratorias, cualquier lugar parecía mejor opción para sus familias.
Después de pasar un tiempo en Brasil, fueron a Argentina, luego a Bolivia, Perú, Ecuador y a Colombia. Estuvieron en América del Sur durante mucho tiempo, pero nunca se establecieron en ninguna parte. Para salir de Colombia, la familia pasó ocho días viajando a pie por la brecha del Darién, un complicado paso que ha sido tumba de este perfil de indocumentados.
“Vimos muchos cadáveres”, recuerda Marie, quien llegó a Tapachula en 2019, uno de los años más convulsos para los indocumentados en México porque hasta entonces las autoridades se habían hecho “de la vista gorda” frente desfile de los indocumentados por el territorio hasta que Donald Trump amenazó con cancelar el acuerdo de libre comercio que mantiene a flote la economía de lado sur del Río Bravo.
Así, Marie vivió en carne propia el racismo mexicano contra la población de piel oscura, un tema que le ha costado reconocer. Primero le retuvieron su documentación en el Centro de detención Siglo XXI igual que a otros africanos de 17 países como Angola, Burkina Faso, Malí, Camerún o Congo-Brazzaville.
Igual que ella, había 32 mujeres embarazadas a quienes, a pesar de las protecciones en la ley mexicana, el sistema de salud no las atendía a menos que estuvieran a punto de parir. Les negaban consultas médicas hasta que los dolores del parto no daban más opción que dejarlas entrar al hospital.
Y después de dar a luz tenían que salir y volver al campamento [afuera del Siglo XXI] y vivir en pleno calor con el recién nacido. “La experiencia de Marie de estar embarazada en Tapachula fue una tortura”, concluyó el informe que dio fe que la única ayuda que recibió la familia fue de organizaciones humanitarias.
“La vida fue muy difícil. No se nos consideraba como seres humanos”, afirmó Marie.
México tiene problemas de discriminación hacia las mujeres y los tonos de piel oscuros desde tiempos de la colonización española. Esta formación cultural incluso se vuelve en contra de sus propios ciudadanos afrodescendientes. Hay casos en los que funcionarios del Instituto Nacional de Migración han detenido a afrodescendientes para repatriarlos a Dominica, Honduras o Haití.
La organización BAJI documentó que la población negra y particularmente las mujeres fueron expuestos a malas condiciones de empleo, vivienda y educación.
“En los centros de detención, se les negaban agua y medicamentos y eran las últimas en comer y sólo se les daba arroz. No pollo como a otros migrantes”.
Afuera, la policía tampoco ayudó mucho. Marie dice que constantemente rondaban los campamentos improvisados del gobierno mexicano en espera de una solución para que se les dejara pasar hacia Estados Unidos y ahí había arrestos, acosos, robos y golpizas. En su momento, tanto el Instituto Nacional de Migración como la policía de Tapachula, lo negaron.
“Cada vez que vemos coches de policía por la noche, debemos correr porque sabemos que nadie nos protegerá de su abuso”, advirtió una entrevistada.
Las migrantes negras a menudo fueron sometidos a formas extremas de aislamiento social y daño sicológico en los espacios públicos. Declararon que se enfrentaban a los estereotipos de ser “malolientes” o “simias”, las insultaban en la calle y la gente trataba de evitar acercarse o tocarlas y hasta cubrían sus narices cuando entraban a los camiones, situaciones que también vivieron los hombres.
“ La discriminación racial generalizada complicó el acceso de las y los migrantes negros al empleo y su capacidad para mantenerse a sí mismos y a sus familias. Varias entrevistadas relataron que a los migrantes negros se les negaba repetidamente el empleo tras una búsqueda persistente de trabajo”, concluyó el informe. Peor aún para las mujeres.
Algunos hombres habían podido obtener empleo en la construcción. Dijeron que les pagarían unos 200 dólares, a pesar de que a otros trabajadores se les dieron 300 por el mismo trabajo. Pero al final, denunciaron que no les pagaron.
Para algunas familias que viajan juntas, la discriminación laboral acabó en separación familiar como ocurrió a Emmanuel, también de El Congo quien no pudo encontrar un trabajo y le dio el dinero a su esposa e hijo para que continuaran hacia la frontera con Estados Unidos en un momento de desesperación. Luego se dio cuenta que ni ella ni él tenían teléfono y no podían comunicarse.
“Los prejuicios raciales crean una discriminación generalizada, violencia racial y un menor acceso a los recursos que existen para las personas migrantes, refugiadas y solicitantes de asilo que se enfrentan a la violencia y el desprecio del Estado”, advirtió Dominique Day, presidenta del Grupo de Trabajo de Expertos de las Naciones Unidas sobre las Personas de Ascendencia Africana
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