Los traumas, abusos y muertes en los campamentos para reformar adolescentes que escandalizan a EE.UU.
Paris Hilton es una de los miles de personas que denuncian abusos en los programas destinados a reformar a los adolescentes estadounidenses.
Como uno de los rostros más famosos de la década del 2000, la gente cree conocer la historia de Paris Hilton. Por eso, cuando la mujer de 40 años publicó el año pasado un documental en YouTube sobre su vida, muchos se sorprendieron al conocer su lucha durante décadas contra los traumas.
Hilton relató entre lágrimas cómo, siendo adolescente, unos desconocidos se metieron en su habitación en mitad de la noche, la despertaron y la llevaron a la fuerza por todo el país. Contó que sus gritos de auxilio sin respuesta se repiten en pesadillas que le dificultan el sueño.
Su historia, aunque impactante, no es única.
Hilton es una de los miles de niños estadounidenses enviados cada año por sus padres a una red privada de escuelas y residencias de tough love (en español, amor severo o con mano dura), cuyo objetivo es reformar su comportamiento.
Nadie sabe con certeza cuántos son, porque nadie lleva un recuento.
“Me secuestraron y me dejaron las montañas”
“Mis padres me secuestraron y me dejaron en medio de las montañas“, dice Daniel, de 21 años, en un video de TikTok visto más de un millón de veces.
En la adolescencia, Daniel sufría ansiedad y depresión. Tenía 15 años y acababa de declararse gay cuando se autolesionó de forma tan grave que necesitó atención hospitalaria.
Fue en el hospital donde dos hombres le despertaron en mitad de la noche. Le dijeron que el proceso podía ser fácil o difícil, dependiendo de cuánto se resistiera.
Sin apenas oposición, Daniel se fue con ellos. Pero cuando preguntó a uno de los desconocidos si podía llamar a sus padres en una breve parada para comer, los escoltas lo amenazaron con esposas.
Daniel fue enviado a un programa en el desierto de Utah, donde pasó 77 días viviendo a la intemperie, caminando decenas de kilómetros al día y alimentándose con raciones.
Recuerda vívidamente haber pasado frío y hambre, la suciedad, durante semanas y haber sido testigo de cómo otros intentaban huir y quitarse la vida.
Al igual que muchos otros que fueron enviados a estos programas, fue inscrito directamente en un centro de larga duración —esta vez en Montana— donde pasaría otros 15 meses.
La “industria de adolescentes con problemas“ se ha convertido en un término que engloba una amplia gama de programas residenciales privados como estos, destinados a modificar el comportamiento de dichos jóvenes.
Desde los campamentos de iniciación hasta los internados, estos servicios se comercializan como el tratamiento para una amplio espectro de problemas de comportamiento y salud mental, incluidos los trastornos alimentarios, el consumo de drogas y la “rebeldía”.
Las personas que se llevaron a Hilton y Daniel pertenecían a empresas especialmente destinadas a familias preocupadas por la reacción de sus hijos al ser inscritos en un programa.
Estos servicios de transporte de jóvenes son muy publicitados y a menudo vienen recomendados, y los padres suelen pagar unos cuantos miles de dólares para que saquen a sus hijos de sus camas y los lleven a centros en todo el país.
A veces, los padres son remitidos a esta industria por terceros tras considerar que han agotado otros medios para conseguir ayuda para sus hijos.
Los programas se vendencomo exitosos, con testimonios de familias y estudiantes en su material publicitario y en las reseñas en línea que los describen como transformadores e incluso salvadores de vidas.
Pero durante años, otros antiguos residentes han pintado una imagen muy diferente de su tiempo en estos centros, incluso en demanda penales, alegando abusos emocionales y físicos.
La BBC habló con 20 personas que se identifican como supervivientes, con edades comprendidas entre los 20 y los 40 años, sobre sus experiencias en esta industria durante las últimas décadas.
Aunque sus antecedentes individuales y las razones por las que fueron expulsados difieren, surgen patrones en sus relatos y en otros cientos compartidos en internet en las redes de apoyo a los supervivientes a estas prácticas.
El tamaño de la industria y su volumen de negocio anual en Estados Unidos sigue siendo difícil de determinar porque no existe un regulador federal que la controle.
La Oficina de Rendición de Cuentas del gobierno de EE.UU. se encargó de investigar las denuncias de negligencia y abuso en todo el sector en 2007.
Sin embargo, le resultó difícil comprender el panorama nacional, debido a la irregularidad de las normas de concesión de licencias a nivel estatal y a la ambigüedad que rodea a las etiquetas que utilizan las instalaciones para describirse a sí mismas, como campamentos de entrenamiento o internados terapéuticos.
Miles de denuncias y varias muertes
Sus investigadores encontraron miles de denuncias de abusos y examinaron varias muertes en programas conductuales de todo Estados Unidos y en empresas de propiedad estadounidense que operan en el extranjero.
Sus informes suscitaron preocupación por el nivel de formación exigido al personal, así como por lo que describieron como prácticas de marketing engañosas y cuestionables dirigidas a los padres.
En audiencias posteriores en el Congreso, testificaron padres cuyos hijos murieron en estos programas.
Cynthia Clark Harvey fue una de ellas. Su hija Erica tenía sólo 15 años cuando murió de insolación y deshidratación en su primer día completo en un programa de actividades en la naturaleza llevado a cabo en Nevada en 2002.
Cynthia recuerda a su hija como una joven brillante, reflexiva y atlética que siempre había tenido buenos resultados académicos hasta que empezó a sufrir problemas de salud mental a los 14 años.
Estos la llevaron a tener tendencias suicidas y a empezar a experimentar con drogas ilegales. Cuando Erica fue ingresada en el hospital y excluida de la escuela, la familia se asustó.
En ese momento, la situación parecía drástica. Erica había mejorado, pero su psiquiatra le recomendó someterla a un tratamiento residencial, lo que según él podría ayudarla a recuperarse.
El programa que eligió su familia era conocido y estaba acreditado. Tenían la certeza de que Erica estaba en buenas manos y de que la experiencia le haría crecer.
Tras semanas de deliberación y planificación, viajaron a Nevada con la excusa de un viaje familiar con su hermana pequeña. Cuando se reveló el engaño, Erica se asustó y se enfadó y se negó a salir del coche.
Tras una turbulenta sesión de terapia de grupo de varias horas con otras familias, se la llevaron a ella y a los demás niños.
Esta fue la última vez que Cynthia y su marido vieron a su hija con vida.
Cuando volvieron a su casa de Arizona la noche siguiente, ya había un mensaje en el contestador automático diciéndoles que llamaran.
Les dijeron que Erica había tenido un accidente y que el personal le estaba practicando la reanimación cardiopulmonar.
“No recuerdo la hora, pero en ese momento probablemente llevaba ya bastante tiempo muerta”, asegura Cynthia.
El obituario de Erica sólo pudo decir que había muerto practicando senderismo en Nevada. Sus padres no se enterarían de la causa de su muerte hasta semanas después, y lescostaría años y una demanda judicial conseguir los registros y averiguar la verdad de lo que ocurrió aquel día.
Cynthia dice que al final llegaron a un acuerdo con el programa por una cantidad no revelada con la condición de poder hablar libremente sobre las circunstancias de la muerte de su hija.
Supo que habían empujado a Erica a seguir caminando mientras su estado empeoraba a lo largo del día.
Más tarde testificó ante el Congreso que el personal había confundido la angustia de su hija con la beligerancia de un adolescente.
Incluso después de que Erica se cayera del sendero entre la maleza y las rocas, no recibió ayuda médica durante casi una hora.
Lo remoto del lugar en el que se realizó la caminata y una serie de errores al pedir ayuda hicieron que se necesitaran horas para que un helicóptero de emergencia la llevara al hospital, donde fue declarada oficialmente muerta.
Cynthia sigue lidiando con el arrepentimiento y el dolor por lo sucedido y llegó a conectar con otros padres que se encontraban en la misma situación inimaginable.
Nunca se presentaron cargos penales por la muerte de su hija, pero 19 años después, Cynthia sigue hablando públicamente en favor de una reforma del sector.
Degradados y deshumanizados
La Asociación Nacional de Escuelas y Programas Terapéuticos (Natsap), la mayor asociación de este tipo, compareció en nombre del sector en las audiencias del Congreso, donde fue interrogada por los legisladores sobre las protecciones y controles existentes.
El sitio web de Natsap dice hoy que tanto ella como el sector han cambiado con el tiempo.
Destaca que cuenta con normas éticas y exige a sus miembros que estén autorizados por la agencia estatal correspondiente o por un organismo nacional de acreditación y que los servicios terapéuticos sean supervisados por un clínico cualificado, aunque no acredita a las propias instalaciones.
Los activistas argumentan que los niveles actuales de supervisión no son suficientes. Afirman que la falta de un control nacional cohesionado ha permitido a los malos actores moverse por el sector y puede permitir a los centros cambiar de nombre y esconderse de las quejas.
En las redes online que han creado, aquellos que se identifican como supervivientes del sector se conectan y ofrecen apoyo en todo el país, poniendo en común información y recursos para localizar los presuntos abusos y los cambios de los programas y el personal.
Aunque algunos de los programas y organizaciones más controvertidos han cerrado en los últimos años, las acusaciones siguen asolando el sector.
Muchas de las historias y experiencias que los antiguos residentes contaron a la BBC tenían mucho en común, tanto si salieron hace décadas como si lo hicieron en los últimos dos años.
Muchos describieron procesos a su llegada que les hicieron sentirse degradados y deshumanizados.
Los que fueron llevados por empresas de transporte describieron el proceso como desorientador y aterrador. Algunos, entre los que se encontraban víctimas de abusos sexuales, se quejaron de cacheos y reconocimientos invasivos.
Una persona, que fue enviada debido a la lucha contra la depresión derivada de la disforia de género, relató que se sometió a una prueba de frotis siendo virgen a los 14 años.
Otros describieron que les habían afeitado la cabeza y que les habían hecho pruebas de sangre y drogas a pesar de no tener antecedentes de abuso de sustancias.
Autolesiones e intentos de sucidio
Algunos afirman haber presenciado y experimentado prácticas como el aislamiento y la restricción, y dicen que también se esperaba que castigaran a otros.
Muchos de los sistemas que describieron se basaban en la participación activa, incluso en sesiones de “terapia de ataque” en las que se espera que los miembros del grupo se enfrenten y critiquen entre sí. Era necesaria para progresar y obtener privilegios básicos, dijeron.
Otros describieron trabajos físicos arbitrarios, castigos colectivos y períodos de silencio obligatorio que podían durar semanas.
Todos describieron entornos represivos con límites extremos y censura de su contacto con el mundo exterior.
Muchos creen que sus padres fueron engañados sobre la realidad de los programas en los que los inscribieron, y señalan normas que sembraron la desconfianza entre ellos y sus familias.
Algunos relataron que sus relaciones se vieron dañadas y que siguieron teniendo miedo a compartir sus experiencias, incluso después de salir, por temor a ser devueltos o a que no se les creyera.
Algunos de ellos informaron a la BBC de que fueron testigos de violencia física, autolesiones e intentos de suicidio y muchos conocen a otros residentes que se quitaron la vida después de salir.
A otros se les ha diagnosticado posteriormente enfermedades como el trastorno de estrés postraumático y dicen que siguen sufriendo dificultades sociales a largo plazo, incluso para confiar en los demás, debido a su experiencia.
Traumas como de prisioneros de guerra
En 2006, la periodista Maia Szalavitz escribió un libro en el que instaba a los padres a buscar tratamientos basados en la evidencia para los niños en lugar de recurrir a los centros de modificación de conducta.
Su libro rastrea los orígenes de muchos de los métodos utilizados en la industria, incluida la terapia de grupo de confrontación, hasta programas controvertidos y desacreditados de hace décadas.
Los activistas afirman que estos campamentos para adolescentes, que empezaron a despegar en los años 80, ha podido soportar décadas de controversia en parte debido al estigma social que rodea a los problemas por los que los padres buscan ayuda.
No es infrecuente que los adolescentes pasen años en el sistema y las cuotas mensuales, a veces de miles de dólares, pueden acumularse rápidamente.
Muchos, entre ellos Szalavitz, creen que quienes derivan a las familias pueden explotar o exagerar el temor de que los niños acaben muertos o encarcelados por cuestiones como el abuso de drogas.
Tanto ella como Kate Truitt, psicóloga clínica y neurocientífica que trabaja con antiguos residentes, afirman que el trauma experimentado en estos centros puede perpetuar o conducir a batallas a largo plazo con la adicción y las relaciones abusivas.
Muchos exresidentes, entre los que se encuentran algunos con los que habló la BBC, mantienen que al principio veían su tratamiento como justificado e incluso abogaban por que otros enviaran a sus hijos. Algunos tardaron años en cambiar su opinión sobre su programa después de reflexionar sobre sus experiencias.
La doctora Truitt compara el trauma que ha visto en algunos antiguos residentes con el que experimentan los antiguos miembros de sectas o los prisioneros de guerra. Señala que sus experiencias pueden ser especialmente dañinas, ya que la adolescencia es una época crítica para el desarrollo.
“Y debido al tipo de trauma específico que han sufrido, la mayoría de los supervivientes no se sienten seguros al buscar tratamiento, porque las personas que lo proporcionaron son los perpetradores”, explica a la BBC.
El documental de Paris Hilton y movilización en redes
Paris Hilton reveló que ya se había escapado de otros lugares antes de que la llevaran a Provo Canyon, en Utah, y la retuvieran durante casi un año antes de cumplir los 18 años.
El documental This is Paris muestra su reencuentro con sus compañeras de clase mientras hacen público su trauma por las supuestas experiencias de abuso emocional y físico allí, incluidas las acusaciones de castigos como el confinamiento en solitario.
Provo Canyon sigue abierto. Una declaración en su página web informa de que se vendió a unos propietarios nuevos en el año 2000 y que no puede comentar sobre las operaciones o las experiencias de los pacientes antes de ese momento.
También afirma que ahora no utilizan métodos como la reclusión o la contención mecánica.
El documental de Hilton ha sido visto casi 30 millones de veces y ella ha seguido defendiendo su causa desde su publicación.
Este papel supone un alejamiento drástico de la persona en torno a la cual construyó su marca de celebridad y su imperio empresarial.
Aunque su historia como adolescente ya era conocida entre quienes pasaron por los mismos sistemas, el hecho de que alguien de tan alto perfil haya salido a la luz ha ayudado a dar credibilidad y concienciar sobre el asunto.
La gente de la comunidad de afectados aseguran que el documental ha permitido a algunos hablar de su experiencia por primera vez, o ha servido para ayudar a otros, incluidos los padres, a entender por lo que pasaron.
Algunos antiguos residentes se han unido bajo la idea y la etiqueta de #BreakingCodeSilence, en referencia a los periodos de aislamiento social obligatorio utilizados como castigo y como método de control en algunos centros.
“Una de las normas de muchos de estos programas es que no podías coger el número de teléfono o el nombre de nadie cuando te ibas. Así que nunca estábamos destinados a conectar”, dice Katherine McNamara, que fue a Provo con Hilton, sobre los grupos que han surgido en las redes sociales.
Ella y otras personas están ahora trabajando juntas en una organización sin ánimo de lucro para ayudar a concienciar sobre el tema y para apoyar a quienes se identifican como supervivientes.
Los más jóvenes, antes aislados de sus compañeros adolescentes por su experiencia, están utilizando las redes sociales para intentar romper el estigma.
Algunos han ganado un gran número de seguidores en plataformas como TikTok al contar sus historias. Pero todo esto no está exento de riesgos personales: la BBC ha visto cómo se enviaban cartas con advertencias legales a un creador de contenidos después de que hablara públicamente.
Daniel Stearns ha ganado más de 240.000 seguidores y millones de “me gusta” desde que empezó a contar su historia y la de otras personas el año pasado.
Ahora recibe docenas de mensajes diarios de otras personas que pasaron por situaciones similares y ha tenido padres que se han puesto en contacto con él para decir que han reconsiderado sus planes de enviar a sus hijos lejos después de ver sus vídeos.
“Si mi yo de 15 años hubiera sabido que había gente luchando por mí, me habría sentido muy aliviado”.
*Las imágenes de Paris Hilton fueron tomadas por Kevin Ostajewski. Algunas imágenes fueron suministradas por Getty Stock.
Recuerda que puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.