Descanse en paz, señor Lozano. Y muchas gracias por todo

La fidelidad del hijo del fundador de La Opinión siempre fue: "Informar, servir y defender las causas nobles" de la comunidad mexicana y latina

Gerardo López (i), Ignacio E. Lozano Jr. y José Ignacio Lozano.

Gerardo López (i), Ignacio E. Lozano Jr. y José Ignacio Lozano. Crédito: Gerardo López | Cortesía

De pronto me congelé sentado ante la computadora.

No me venía nada a la mente que pudiera escribir.

De ese tamaño me impactó la noticia. Me quedé mudo, atolondrado.

“Mi papá acaba de partir”, me comunicó ayer [miércoles 27 de diciembre] al medio día Mónica Lozano en el teléfono. Tenía 96 años de edad.

Acababa de fallecer su padre, don Ignacio E. Lozano Jr., hijo del fundador de La Opinión, de quien tomó las riendas del periódico cuando falleció en 1953, pasándolas después a sus hijos José y Mónica en 1986.

Tuve la fortuna de trabajar con él en la redacción de La Opinión a partir de 1977.

Me observó los primeros días y me dirigió a través de su jefe de redacción en esa época, don Alfredo González W.

Y después, confió y tuvo fe en mí. Me dejó hacer el tipo de periodismo que yo sentía que los lectores del periódico pedían y necesitaban.

Me facilitó la tarea y me dio todo tipo de libertad, confianza y apoyo para hacer el trabajo.

Para mí, don Ignacio fue un hombre bueno, justo, gran líder de los latinos y un jefe extraordinario.

Un compañero y editor de deportes, Rodolfo B. García, lo llamaba “Sanantoniano”, porque había nacido en San Antonio, Texas. Estudió periodismo en la Universidad de Notre Dame y asistió por un tiempo a su padre en la operación de sus dos periódicos, La Prensa, de San Antonio, y La Opinión de Los Ángeles. Hasta que asumió la dirección general de este último en 1953.

Mantuvo siempre viva la visión y misión del fundador de La Opinión de informar, servir a la comunidad y “defender las causas” nobles de la gente.

Siguió también la tradición y costumbre de su padre, de hacer sentir a sus empleados como miembros de una misma familia, tradición que continuaron sus hijos. Y así nos sentimos quienes trabajamos en La Opinión, como hermanos.

Recuerdo con afecto los días 16 de septiembre de cada año que pasaba, cuando don Ignacio llegaba a la redacción del periódico y nos pedía que cerráramos la edición del día siguiente para reunirnos en la sala de prensas y celebrar otro aniversario más del periódico.

Esa era una bella tradición que nos hacía unirnos y vernos más todos como miembros de una sola familia. Recuerdo también el día que le reportamos que nuestro fotógrafo Octavio Gómez había sido abordado por agentes de inmigración y amenazado con anularle su tarjeta verde porque cubría la manifestación de unas religiosas que se oponían a la deportación de un grupo de salvadoreños.

Al día siguiente, el mismo fotógrafo vio la persecución que hacían unos agentes de inmigración de un niño en bicicleta en un callejón. Tomó fotografías del suceso y uno de los agentes, que resultó ser el mismo del día anterior, lo volvió a abordar y amenazar.

Don Ignacio ya no soportó esa situación y presentó una denuncia ante la procuradora federal en Los Ángeles, Andrea Ordin, quien ordenó que el FBI investigara al Servicio de Inmigración.

Ese fue el titular de primera plana del día siguiente en La Opinión. Y ese mismo día, agentes de inmigración interrogaron a personas que ingresaban a las instalaciones de La Opinión en las calles Main y 15, arrestando a dos empleados de un contratista que hacía remodelaciones en el edificio.

Don Ignacio, irritado, presentó de inmediato una demanda contra el Servicio de Inmigración, demanda que un tribunal federal falló en favor de La Opinión.

Así era don Ignacio: defensor de las “causas justas”.

Lo recuerdo también en su labor como integrante de la Sociedad Interamericana de Prensa y de cómo salía en defensa de periodistas censurados o encarcelados en otros países del continente.

Fue él mismo presidente de esa organización periodística internacional.

Cuando pocos anglos conocían La Opinión, él la llevaba a las altas esferas del gobierno y de la empresa privada.

Muchos la llegaron a conocer La Opinión como “el periódico de Nacho”, como cariñosamente lo llamaban su familia y amigos.

Fue embajador de Estados Unidos en El Salvador, durante el gobierno del presidente Gerald Ford.

También fue miembro de prestigiosas mesas directivas de grandes compañías, como Disney, Bank of America, Pacific Lighting y otras.

Pero, en mi opinión, el aspecto más importante de su dirección de La Opinión fue su total lealtad y fidelidad a la misión fundacional del periódico: “Informar, servir y defender las nobles causas” de la comunidad mexicana y latina.

Esa lealtad a la misión se manifestó en la pasión y dedicación de muchos empleados de la empresa que trabajaron allí durante muchísimos años. Algunos de ellos llegaron a trabajar allí más de 50 años. Y a ello contribuía el hecho de que se sentían miembros de una familia que velaba por los demás y por el bien y la mejora del periódico. En el fondo, ese sentimiento de familia y de “pertenencia” era muy acogedor y atractivo para las nuevas generaciones de empleados, y de periodistas.

Y el beneficiario de todo lo anterior era el lector porque sentía que se le daba con honestidad y profesionalidad lo que necesitaba. Y también sentían que a medida que la comunidad cambiaba de generación y llegaban diferentes oleadas de inmigrantes, el periódico se adaptaba adecuadamente para atender todas sus necesidades informativas.

Por todo ello, el periódico goza de una gran credibilidad entre sus lectores, así como de fidelidad y seguimiento. En muchos hogares latinos, la lectura de La Opinión era un hábito generacional, y en otros, si algunos miembros de esas familias no leían el periódico, tenían un sentimiento de orgullo y admiración hacia él porque su “abuelo” o su padre solían leerlo.

Además de adaptarse bien a las diferentes oleadas de nuevos lectores (primero llegaron los que huían de la Revolución Mexicana; después los que huían de la llamada “Guerra Cristera” en México; el “programa bracero”; los pobres que huían de México por la crisis económica de los años 70; después llegó la migración de nicaragüenses, salvadoreños y guatemaltecos que huían de los conflictos bélicos en sus países, y gente de otras partes del mundo hispanohablante), el periódico se adaptó bien a los cambios tecnológicos de la producción periodística: de la tipografía en caliente al offset, al ordenador y a Internet.

Y por último, otro aspecto crítico de la dirección de La Opinión de don Ignacio fue que durante muchos años la mayor parte de los beneficios del periódico se invirtieron posteriormente en su mejora. Esta práctica, creo, permitió que el periódico mantuviera hasta cierto punto el ritmo de crecimiento de sus lectores.

Y en mi opinión, el arquitecto y director de ese crecimiento de La Opinión fue don Ignacio E. Lozano Jr. Continuó fielmente la creación de su padre hasta llevarla a ser una verdadera institución de la comunidad latina en los Estados Unidos.

Descanse en paz, señor Lozano. Y muchas gracias por todo. Dios lo tenga en su santa gloria y le conceda el sitio que Él tiene preparado para los hombres buenos y justos como usted.

Descanse en paz.

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