Soberanía Mexicana
Ante las amenazas del actual presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, Sheinbaum parece firme denunciándolas y oponiéndose vocalmente a la intervención

Donald Trump y Claudia Sheinbaum. Crédito: AP
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, se ha manifestado en múltiples ocasiones en defensa de la soberanía de su país. Para ella, “la soberanía no es negociable, ese es un principio básico.” Reconoce también que “México es libre, independiente y soberano”. Ante las amenazas del actual presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, Sheinbaum parece firme denunciándolas y oponiéndose vocalmente a la intervención. Además, en temas de la relación bilateral, habla siempre de “colaboración”, mas no de “sumisión”. Con la capacidad de alcance y control de la agenda de medios de comunicación que le da la llamada “Mañanera del Pueblo” y ante el enorme descontento que provoca el discurso y acciones trumpistas—entre amplísimos sectores de la sociedad estadounidense, la mexicana y el mundo en general—la presidenta mexicana alcanza elevados niveles de popularidad. Asimismo, se coloca como un modelo a seguir de liderazgo mundial ante gran parte de la opinión pública que aspira a contrarrestar la divisiva y agresiva retórica trumpista.
El discurso de Sheinbaum es bastante articulado y aparentemente adecuado con respecto a las condiciones actuales de la relación bilateral; además, parece convincente y contrasta radicalmente con la retórica de imposición, soberbia y sinrazón de Trump en casi todos los temas. No obstante, lo anterior, es importante reconocer las posibilidades reales de México frente a las imposiciones del vecino país del norte—que aún se constituye como el mayor poder militar en el mundo—y las enormes asimetrías que colocan al país en la misma órbita de “dependencia” del “centro” que el obradorismo tanto criticó. En efecto, México sigue constituyéndose como “periferia” en un mundo donde cambia el discurso, pero se mantiene la sumisión en un contexto de enormes desigualdades estructurales que nacen desde tiempos coloniales.

A pesar de que Claudia Sheinbaum asegura la defensa de la soberanía, la independencia y la libertad de los mexicanos—al tiempo que se distancia (en el discurso, por lo menos) de las administraciones previas al obradorismo—las condiciones de México no cambian en lo general en lo que respecta a la sumisión y la imposición de directrices en materia de “cooperación” bilateral desde Washington. No obstante que México es el mayor socio comercial de su vecino del norte y la dependencia que tiene ese país de la mano de obra no calificada de origen mexicano, Estados Unidos continúa imponiendo a su vecino del sur sus agendas estratégicas y acciones concretas de política pública que minan sus recursos y le siguen confiriendo un estatus de “patio trasero”. No obstante, lo que diga Sheinbaum—o lo que haya dicho su antecesor, Andrés Manuel López Obrador—el gobierno de la 4T ha trabajado en línea directa con los intereses estratégicos de Estados Unidos en todo momento, incluidas las dos administraciones de Donald Trump.
Y no parece ser por maldad, convicción o ideología, que la soberanía de México que tanto presume Sheinbaum no es real. México guía su política comercial como lo dicta Washington, acepta las condiciones de los tratados comerciales diseñados por sus socios más ricos y dirige su política migratoria, acciones de seguridad fronteriza y lucha antinarcóticos en función de los intereses estratégicos de Estados Unidos, nos guste o no. Al tiempo en que Sheinbaum asegura independencia y soberanía frente a Estados Unidos, la realidad es que ella acepta todas y cada una de las condiciones comerciales que le impone Trump y ajusta su política de seguridad según las necesidades de la potencia en declive.
En concreto, el gobierno actual mexicano concentra sus esfuerzos a la lucha contra el fentanilo; envía un número importante de miembros de la Guardia Nacional para protegerle la frontera sur a Estados Unidos (cuando los efectivos son necesarios en otras regiones de México); contiene la llegada de migrantes indocumentados a la frontera norte y detiene a los que puede para que no representen un “problema” tan grande para su vecino del norte; acepta a migrantes deportados/retornados de otros países según lo decide Estados Unidos (así como lo hizo, por ejemplo, durante la implementación del Programa “Quédate en México”, durante el Título 42 y quizás lo hará más adelante con las nuevas órdenes ejecutivas de la segunda administración trumpista), además de que opera una política antinarcóticos como lo dicta y certifica la ex potencia mundial.
En últimas fechas, pudimos confirmar este último punto con toda claridad. México ha enviado a sus mejores hombres a detectar y cerrar múltiples laboratorios (dicen que) de fentanilo, además de hacer uso extensivo de las fuerzas armadas mexicanas para continuar una guerra impuesta por Estados Unidos que nunca podrá ser ganada (por las mismas dinámicas de la militarización de la lucha antinarcóticos), recibir entrenamiento militar de Estados Unidos, comprar grande cantidades de armamento a ese país para implementar los operativos contra el “narco” (atendiendo a presiones de Trump) y compartir información de inteligencia para que las agencias de seguridad estadounidenses certifiquen a las agencias mexicanas en la lucha contra el tráfico de drogas.
En un incidente reciente, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) a través de su oficina de Investigaciones de Seguridad Nacional (HSI), hace patente su participación indirecta en operaciones antinarcóticos de gran calado—específicamente el cierre de grandes narco-laboratorios. Actualmente, las agencias estadounidenses parecen sólo certificar, y no participan directamente en este tipo de acciones, lo que les implica un costo menor, pues dirigen, supervisan y certifican, adquiriendo información sensible de nuestras agencias de seguridad, pero sin compartir datos, ni gastar recursos materiales o humanos; esos costos los asume México. En todos estos sentidos, la soberanía que tanto presume Sheinbaum parece ser una falacia y aunque se defienda en el discurso, en la realidad las asimetrías y la dependencia dejan a México en una encrucijada.
Se reconoce el esfuerzo del gobierno mexicano para resistir la intervención estadounidense en nuestro país y la imposición de sus guerras y políticas. Sobre todo en tiempos de Trump, la presión es muy agresiva y significativa. El trabajo de Sheinbaum en tiempos tan difíciles y su discurso son encomiables. Lamentablemente, sólo en palabras parece defenderse efectivamente la soberanía, pues la realidad es diferente. Es verdad que distinguidos miembros de la oposición y representantes de administraciones previas al obradorismo, asumen una sumisión completa e incluso algunos piden a gritos una intervención militar directa por parte del gobierno de Estados Unidos—sin considerar las consecuencias o analizar nefastas experiencias históricas en este sentido. La ideología de algunos políticos mexicanos—que se identifican (quizás) con la derecha—los hace incluso más proclives a aceptar (sin reclamar) cualquier instrucción que venga de Washington; el salinismo y el calderonismo tiene buenos ejemplo de esto.
No obstante lo anterior, el gobierno de la 4T sigue enfrascado en una relación bilateral asimétrica que a veces pareciera imposible de romper o modificar. El discurso ha cambiado—según algunos, radicalmente; no obstante, la realidad nos supera y pone en entredicho la tan cacareada soberanía que la presidenta mexicana dice no estar dispuesta a negociar. México se encuentra en una encrucijada, y no la tiene nada fácil, particularmente en un periodo de franco declive de los Estados Unidos de América como potencia. Los intentos fallidos de Trump por imponer un orden desde un espacio que ya no domina representan un gran peligro para su vecino del sur. Ese peligro se manifiesta claramente en forma de amenazas de intervención militar directa y envío de tropas primero a la frontera y después a México. Así, en este contexto, llega a la Embajada de Estados Unidos en México, Ronald Johnson, con la “mano dura” del belicismo por delante (avalado por toda su trayectoria profesional) y la diplomacia de los tacos y el turismo por detrás (asesorado por Chris Landau). Así, se vuelve a poner a prueba la defensa de la soberanía (hasta ahora falaz) que tanto presume Claudia Sheinbaum.
(*) La Dra. Guadalupe Correa-Cabrera es profesora de la Escuela Schar de Política y Gobierno en la Universidad George Mason.
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