Nuevo hogar para refugiados de todo el mundo

Nermin Cejvan, bosnio residente en Manchester, New Hampshire, llegó a esa ciudad huyendo de la guerra.

Nermin Cejvan, bosnio residente en Manchester, New Hampshire, llegó a esa ciudad huyendo de la guerra. Crédito: Valeria Fernández / Especial para La Opinión

MANCHESTER, New Hampshire.— Nermin Cejvan cuenta la historia de cómo dejó Bosnia con su familia hace 18 años sin pestañar.

“Los soldados estaban listos para ejecutarme. Pero uno dijo: ‘No tengo ganas de matar niños el día de hoy'”, dice con un marcado acento que no ha logrado perder.

Ese fue el camino que lo llevaría a dejar el país de su infancia en medio de una guerra de limpieza étnica impulsada por Serbia contra los musulmanes en Bosnia, para llegar a un mundo nuevo y desconocido en Manchester, New Hampshire.

Como la suya, la historia de más de 2,100 refugiados que viven en esa ciudad de 109,500 habitantes tiene una mezcla de memorias de guerra y nuevos tiempos de paz, desarraigo y reconstrucción de una vida nueva.

Anualmente, entre 300 a 400 refugiados llegan al estado de New Hampshire a través de agencias como Lutheran Social Services y el International Institute of New England, que con fondos federales les ayudan a empezar de cero.

El estado considerado “blanco” con un 93% de anglosajones se ha enriquecido con la presencia de los refugiados. Algunos han llegado de sitios tan diversos como Sudán, Vietnam, Bosnia y Hungría y han abierto sus propios negocios a un lado de las comunidades de inmigrantes latinoamericanos.

En los últimos años los refugiados han llegado de países como Bután.

En Manchester, donde un 86% de la población es anglosajona, un 18% habla otro idioma aparte del inglés en su casa. Pese a las diferencias culturales, todos los refugiados están hermanados por una experiencia similar de adaptación y esfuerzo por la sobrevivencia.

Para Nermin no fue diferente. A los 14 años un contingente de soldados de Serbia llegó a su poblado de Cejvani donde la comunidad vivía literalmente “uno arriba del otro”.

“Ese día mataron a 26 de mis familiares”, recuerda a sus 33 años. “Los metieron dentro de un granero y los quemaron”.

Nermin pasó la siguiente semana en un campo de concentración. Su madre lo escondía porque era demasiado alto para su edad y temía que se lo llevaran.

Por la noche, llegaban los soldados que estaban ebrios buscando a las niñas del grupo para violarlas, cuenta. Una de sus primas sufrió abuso allí sucesivas veces.

“Durante ese tiempo no pensaba en nada. Estaba convencido de que me iban a matar”, recuerda.

La Cruz Roja descubrió el campo de concentración y lograron salir en libertad.

El padre de Nermin, que trabajaba en Alemania, había dado a toda la familia por muerta y se enlistó en el ejército de Bosnia para pelear contra los serbios.

Fue así que pudieron reencontrarse brevemente antes de que el ejército se lo llevara.

“Cuando se fue, me di cuenta de que había perdido para siempre a toda la gente que formaba parte de mi vida”, dice. “De nueve compañeros de mi clase, solo quedábamos dos vivos, uno era yo”.

Sin un futuro en su país, la familia entera junto con su padre se trasladó como refugiada a Croacia, donde Nermin tuvo que crecer rápido.

Eran más de 20 personas viviendo en un pequeño apartamento y los únicos que podían trabajar eran él y su padre. Se encontraban legalmente en Croacia, pero no tenían permitido trabajar.

“Más de una vez arrestaron a mi padre por trabajar”, recuerda. Como cientos de miles de refugiados de Bosnia finalmente tomaron la decisión de poner su nombre en una lista administrada por las Naciones Unidas para poder salir de Croacia.

Fue así que ni bien recibieron la noticia de que habían sido aceptados en Estados Unidos se fueron con lo puesto.

Al llegar a Manchester la agencia del International Institute of New England les ayudó a conseguir un apartamento.

“Cuando mi padre lo vio, les dijo que no podíamos pagar eso”, cuenta. “Después nos explicaron que estaba pagado por un mes y que nos iban a ayudar”.

En ese momento todavía no se hacían a la idea de que estaban en Manchester para quedarse y formar un hogar.

“Volvimos llorando de nuestro primer día en la escuela”, dice, sobre las barreras del idioma que le impedían a él y a su hermana entender las más mínimas tareas que le pedían los maestros.

Por tratarse de la primera familia de Bosnia que llegó a Manchester les tocó abrirse camino y aprender inglés a golpes.

“Yo todavía no me convencía, quería regresar a Bosnia, no me importaba que estuviera en medio de una guerra”, recuerda.

Para divertirse, a su padre se le ocurrió que empezaran a ir al río. Como no tenían hilo de caña de pescar, improvisaban con el que encontraban tirado en arbustos.

Hasta que un día un desconocido les prestó un poco de hilo.

“Ni sabía cómo decirle gracias”, recuerda cuando se lo fue a devolver. “No me lo quiso aceptar. Y mi padre no me creía, pero a él tampoco se lo aceptó”.

Gestos pequeños como ese lo impresionaron.

“Pensé en ese momento que toda la gente aquí era buena y dispuesta a ayudar”, asegura.

LOS TIEMPOS CAMBIAN

No fue hasta que regresó a Bosnia de visita que Nermin se convenció de que su hogar era en Estados Unidos.

“Las cosas no estaban como yo me las imaginaba”, dice. “Donde está mi casa hay una pila de escombros donde crecieron dos árboles”.

Cuando piensa en su historia personal está convencido que no hay nada que no pueda superar, después de haberle visto de cerca la cara a la muerte.

Hace 10 años atrás abrió su propio negocio de albañilería y construcción de chimeneas. Ha visto crecer a sus dos hijos de 4 y 11 años como estadounidenses.

“Yo también me siento americano”, dice. “Ser americano es trabajar juntos para mejorar este país”.

No todo el mundo con quién se encuentra le muestra la misma simpatía que cuando llegó hace casi dos décadas atrás. Su acento lo delata como “extranjero”.

“Ya me han dicho algunos que no contratan extranjeros”, dice.

En parte se lo atribuye a la recesión en la economía que ha caldeado los ánimos de los anglosajones que están desempleados.

“Los tiempos han cambiado”, comenta. Nermin dice que no se ha hecho ciudadano por decidía pero también porque el costo de la solicitud sigue subiendo y espera hacerlo cuando junte el dinero.

Aún así está molesto con la retórica migratoria de los políticos.

“Son políticos incompetentes que arruinaron la economía del país y ahora necesitan un chivo expiatorio para culpar a cualquier otro menos a ellos mismos. Y así culpan al que no se puede defender y no tiene voz”, dice.

Nermin un hombre alto, de cabellos canosos y manos grandes se emociona un poco pensando en eso.

“La decisión de irnos de nuestro país no fue fácil. No creo que a nadie le gusta cruzar la frontera para darle de comer a sus hijos”, dice. “Hay que preguntar por qué la gente está tan desesperada”.

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