Historias de un maratón
Unos 23,000 atletas no profesionales corrieron la 27 edición del Maratón de Los Ángeles. Cada corredor tiene su historia.
Uno de los primeros en despegar de la línea de partida del Maratón de Los Ángeles -incluso antes de los corredores profesionales con el objetivo de establecer nuevos récords y los alrededor de 23,000 otros atletas con metas personales-, fue Eduardo Melián, con un casco y su silla de ruedas.
“Soy un viejo gordo”, bromeó Melián, de 51 años y visitante del Sur de Chicago, minutos antes de su comienzo a las 6:55 a.m. “No voy a ser el más rápido, pero venceré a unas cuantas personas. Va a ser divertido”.
Ni él, ni los miles de corredores se veían amenazados por el frío de la mañana y el pronóstico de lluvia para la edición 27 del Maratón de LA. Un corredor que esperaba que la multitud frente de él se alejara del Estadio Dodger, cargaba un cartel que decía: “Nunca llueve en el Sur de California”. Y así fue.
Sin embargo, muchos de los corredores llegaron preparados con ponchos, y entre ellos, Letty Areola, de 36 años, con algo más típico de México.
“Pan dulce”, reveló la asistente de farmacéutico el contenido de la bolsa que traía amarrada en la cintura. “Es el mejor carbohidrato. El cerebro prefiere azúcar para comer cada hora y media a dos horas”.
Otro corredor veterano de 70 años, Akira Muto de Japón, corrió vestido con un traje de superhéroe que lo hizo popular entre los participantes a su lado.
“El Hombre Araña”, sonrió Moises Ramón, de 58 años. “Es muy rápido. Voy a intentar correr con él porque me da inspiración”.
A las 8 a.m., cuando hasta los últimos participantes ya estaban en curso, salió el sol fuerte, aunque se veían nubes grises a la distancia en Santa Monica, donde terminaba el maratón sus 26.2 millas de distancia.
“Es extraordinario cuántos angelinos vienen a correr, lluvia o sol. Son corredores de corazón”, comentó Tricia Cazaz, una coordinadora de la línea de partida. “No puedes pedir un mejor tiempo, mejores fanáticos”.
Muchos en la carrera apreciaron la ruta que los llevó por edificaciones que han hecho a Los Ángeles famoso por todo el mundo. Champy Díaz, de 29 años y vestido con una camisa que representaba a Guatemala, dijo que disfrutó la Placita Olvera con los mariachis porque “te apoyan bastante por ser latino”.
Al contrario, Christian Álvarez, de 22 años, admitió al pasar el Pantages Theater en Hollywood, que su parte favorita fue pasar por la milla 7, donde una cantina le dio una cerveza.
“No lo anticipé, pero cuando me dijeron que era gratis, dije, ‘¡Bueno, voy a tomar una!”, relató. “Me dio más ánimo para seguir corriendo”.
Horas después, en la meta entre las avenidas Ocean y California en Santa Monica, los participantes no paraban de llegar, algunos corriendo, otros cojeando, pero todos alegres de recibir una medalla sobre el cuello.
Mientras corría los últimos pasos y con un tiempo de 5 horas y 40 minutos, Luis Antonio, de 16 años, se persignó.
“Estaba dando las gracias a Dios, que me dejó terminar el maratón” explicó el joven que fue parte del grupo Students Run L.A. “A las 18 millas pensé que ahí me iba quedar, pero lo bien que no”.
No hubo heridos graves, solo “lo típico: calambres, agotamiento por el calor, y la hipotermia”, indicó el Capitán Judah Mitchell, portavoz del Departamento de Bomberos de Santa Monica.
Añadió que las condiciones fueron buenas hasta que terminaron los profesionales y empezó a hacer viento. “Tuvimos autobuses para calentar a la gente anticipando que iba llover, pero todo sirvió bien al final porque bajó la temperatura”, dijo Mitchell.
Aunque fue el quinto maratón en Los Ángeles para Abraham Cisneros, el residente de Anaheim admitió que el día fue especial porque era el 73 cumpleaños de su padre, que hace ocho años le dio tres meses para dejar de fumar y lo inscribió en su primer maratón.
“Acaba lo que empezaste: esa es el lema de mi padre, un gran maratonista”, dijo Cisneros, de 38 años.
“Un maratón es como la vida”, continuó. “Si te rindes, ahí quedas. No es cuántas veces te caes, es si te levantas de nuevo”.