Boricua con la receta para vivir 100 años

Carlos Mercado Olmos cumple un siglo de vida y con la mente muy clara.

Carlos Mercado Olmos: “Hay que mantenerse alejado de los vicios” para que la vida proporcione horas extras.

Carlos Mercado Olmos: “Hay que mantenerse alejado de los vicios” para que la vida proporcione horas extras. Crédito: CAROLINA LEDEZMA / EDLP

Brooklyn – No hay pócimas secretas para vivir un siglo, dice Carlos Mercado Olmos, quien mañana llegará a los 100 años. “Sólo basta tener sentido común y mente clara”, asegura el boricua que celebró su cumpleaños ayer en la Iglesia Asamblea Pentecostal de Bay Ridge.

Habría que agregar “buenos genes”, porque en su familia no sólo él es un orgulloso centenario. Su hermana mayor que vive en Bayamón tiene 101 años.

Mercado creció entre plantaciones de caña en Arecibo, donde su padre y su tío trabajaron. Y aún recuerda la primera caída que se dio a los cuatro años por imitar un cabrito que saltaba de un lado a otro. “Caí de frente y hasta perdí el conocimiento”, dice, pero se repuso sin siquiera ir al doctor.

Así de resistente es este puertorriqueño, que estudió en la escuela Thomas Jefferson de Arecibo bajo la batuta de la maestra Georgina García, cuyo nombre se asegura de mencionar. Pero la muerte repentina de su padre lo hizo abandonar la secundaria. Antes de venirse a Nueva York en 1946, laboró en una plantación de caña y fue obrero de mantenimiento, electricista y operador de máquinas.

“Ahorré todo lo que ganaba y por eso pude traerme $1,000 en el bolsillo”, recuerda de sus inicios en la ciudad a la que se mudó por razones de salud. Llegó a Manhattan en avión desde Florida, a donde llegó proveniente de San Juan a bordo de un DC-3 bimotor de Caribbean Atlantic Airlines.

“Nunca olvidaré al taxista que me trajo a la casa donde me quedaría (por bendita coincidencia, la del tío de Lydia Román, quien luego sería su esposa). Sin hablar ni pizca de español, el conductor no sólo lo llevó a su destino, sino lo esperó hasta que lo recibieran para que no corriera riesgo.

“Antes de salir de Puerto Rico pagué mis deudas y siempre dejé la puerta abierta en todas partes por si aquí me iba mal”. Pero nunca volvió a su isla con las manos vacías, sino cargado de optimismo para reencontrarse con sus familiares, aunque a la mayoría no los conoce.

“Todo ha cambiado en la isla. Ya no existen los lugares que yo frecuentaba y mis amigos ya murieron”, relata sin atisbo de tristeza. “Pero no extraño nada del pasado, porque he tenido una vida maravillosa”, agrega.

En Nueva York, Mercado tuvo toda clase de empleos. Se inició limpiando barcos en el río Hudson y luego fue estibador hasta su retiro. No importaba el oficio, mientras fuera honesto, pagara bien y no lo recluyera en una oficina.

Siempre ha vivido en Bay Ridge y sus alrededores, como su esposa Lydia, de 78, a quien conoció en 1949 en la congregación pentecostal de la que forma parte desde 1948. “Él le tomaba fotos a todas mis hermanas para escoger cuál le gustaba más”, recuerda esta boricua bromeando.

Pero Lydia fue la afortunada, quien le dio –como dice– lo mejor que se puede tener en la vida: cinco hijos y doce nietos que revolotean a su alrededor. “Dios nos dio una familia preciosa y todos mis hijos tienen un título”. Este año también celebrarán su 60 aniversario de matrimonio.

Elegante con su sombrero ladeado y aún entero para moverse sin depender de un bastón, Mercado da el último ingrediente a su fórmula exitosa: mantenerse ocupado y alejado de los vicios no sólo cuida el bolsillo, sino le da al cuerpo horas extras que no hay que despreciar.

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