Solalinde, el otro sacerdote
Alejandro Solalinde, defensor de migrantes centroamericanos en México, es nominado al "Human Rights Award", de Global Exchange en San Francisco
La migración es una tendencia natural. Migran las aves. Migran las mariposas. Migran las ballenas y migran los delfines –esto ya me sonó a canción de la Sonora Dinamita, o algo así. Los humanos también migramos, y en el territorio mexicano el peligro está a cada paso.
Existe una lista con 26,121 nombres de personas oficialmente desparecidas durante el sexenio del ahora académico de Harvard, Felipe Calderón Hinojosa, ex presidente de México [2006-2012], presentada por la Secretaría de Gobernación a finales de febrero de este 2013.
Dicha instancia de gobierno, con Miguel Ángel Osorio Chong al frente, mencionó que de esa cantidad de “personas extraviadas” –como le llaman–, faltaba analizar, junto con el Instituto Nacional de Migración, cuántos eran migrantes en tránsito, posiblemente víctimas de acontecimientos vinculados a la trata de personas o a grupos de la delincuencia organizada.
Supuestamente, la lista era pública en el sitio de internet del Sistema Nacional de Seguridad Pública, para la consulta ciudadana. La página está deshabilitada, pareciera con ello que la promesa del gobierno priista de dar búsqueda a los desparecidos, también quedó en el olvido de la demagogia y las noticias y cifras diarias.
La organización no lucrativa establecida en San Francisco, Global Exchange, tiene este año como candidato a su “Human Rights Awards” al sacerdote mexicano Alejandro Solalinde, quien por varios años ha defendido la libertad de paso de los migrantes en suelo mexicano y quien acompañó la caravana estadounidense por la reforma migratoria rumbo a Washington D.C.
Cuando hablamos de cifras, parece que hablamos de nadie, que los desaparecidos y extraviados en territorio mexicano no son ni existen o existieron, pero cuando a esos números se les añade a los hijos, a las madres y a las familias, el dolor alcanza una dimensión imposible de contabilizar.
Para nosotros, inmigrantes en los Estados Unidos, es un asunto vital dar el voto a Alejandro Solalinde en el “Human Rights Award” –recibido por el poeta mexicano Javier Sicilia en 2012 y antes Digna Ochoa [recibido por su hermano debido a su asesinato en el Distrito Federal]–, no tanto por su labor como defensor del derecho a la libertad de tránsito, sino para focalizar el verdadero problema de la migración, que es la destrucción de las comunidades rurales, cada vez más afectadas por inversionistas extranjeros que propician la ruina de las economías locales y vulneran la cohesión social de los pueblos.
Y como dijera en Guadalajara, uno de los discípulos de Solalinde, el obispo de Saltillo Raúl Vera: “Para la reconstrucción racional del país (México), los pequeños, organizados, pueden vencer a los monstruos [?] La historia puede dar un vuelco”.
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