La larga sombra de Chávez

Nicolás Maduro.

Nicolás Maduro. Crédito: EFE

Venezuela

La pregunta en Venezuela es si puede haber chavismo sin Chávez.

La historia está repleta de ejemplos en que, una vez muerto o desaparecido el caudillo o dictador, se acaba su régimen y su legado. Pero el experimento chavista en Venezuela no parece haber desaparecido con la muerte de Chávez el pasado 5 de marzo y lucha por su sobrevivencia en las elecciones del próximo 14 de abril. El chavismo venezolano se está comportando como el viejo Partido Revolucionario Institucional mexicano. Está tratando de demostrar que el partido y sus ideas pueden superar cualquier obstáculo, incluyendo la muerte de su líder. Chávez, como todos los presidentes priístas desde 1929 al 2000, escogió a su sucesor con un dedazo. Y el escogido —Nicolás Maduro— no tuvo más mérito que haberle caído bien a su jefe.

Maduro, aclaremos, no es Chávez. Pero sabe que la única manera de ganar es presentándose ante los electores como más chavista que Chávez.

Chávez, para bien o para mal, tenía una fuerza política pocas veces vista en un líder. Nunca pasaba desapercibido. Vivía el momento, pero tenía una idea muy clara de cómo transformar la historia. Chávez no cabía en sí mismo y su abrumadora personalidad arrolló a Venezuela y a muchos países que se dejaron.

Maduro, en cambio, es un político muy chiquito. Lo poco que tiene a su favor es que se ha arropado de Chávez. Además, Maduro quiere hacer creer a los venezolanos que él aún tiene una comunicación con el fallecido hombre fuerte de Venezuela.

En declaraciones que dan risa (y luego hasta vergüenza ajena), Maduro ha dicho que Chávez influyó desde el cielo para escoger al primer papa sudamericano. Luego, su gobierno autorizó la difusión de unos dibujos animados en los que Chávez se va al paraíso a reunirse con Simón Bolívar, Eva Perón, el Ché y Salvador Allende, entre muchos otros. Y lo último fueron sus declaraciones de que Chávez se le había aparecido como un “pajarito chiquitico” que le había hablado y dado instrucciones, y que él, Maduro, “había sentido el espíritu” de Chávez en esa ave.

Un doctor, amigo mío, me dijo que eso se llaman “alucinaciones,”‘ y en Twitter alguien lo describió como un “‘delirio místico.” Pero Maduro no es tan tonto —sabe perfectamente que Chávez no escogió al papa Francisco, ni sabe si se fue al cielo y desde luego que no habla con pajaritos. Maduro, conscientemente, está creando una narrativa político-religiosa que lo ligue a un Chávez santificado y que le ayude a ganar las próximas elecciones.

Maduro — quien era seguidor del líder religioso de la India, Sai Baba, a quien visitó en varias ocasiones— quiere vender el cuento de que el espíritu de Chávez le habla a él desde el más allá y, por lo tanto, lo ha ungido para ser el próximo presidente. Maduro quiere hacerle creer a los votantes que Henrique Capriles, el candidato único de la oposición, no tiene contactos tan altos ni tan bien colocados. Maduro es como un globo: Solo el recuerdo de Chávez lo infla; sin él, está aplanado y en el piso.

Ciertamente Maduro parece un candidato desesperado, a pesar de aún estar adelante en las encuestas. Las bromas y torpezas de Maduro son el clic de cada día en la internet; hay sitios dedicados a burlarse de él. Y cuando un candidato compara a su opositor con Hitler, como lo hizo Maduro, uno sabe que ha llegado al extremo de su creatividad.

Para que gane Capriles, sin embargo, tiene que darse un escenario parecido al de Nicaragua en 1990 cuando Violeta Barrios de Chamorro le ganó con un amplísimo margen a los sandinistas. Una elección muy cerrada, con todos los organismos del gobierno apoyando a Maduro —incluyendo el que cuenta los votos— no desembocaría nunca en una victoria de la oposición.

¿Es posible el chavismo sin Chávez? Parece ser que sí. Los que vivimos en Miami creímos, desde hace muchas décadas, el dogma de que la dictadura castrista moriría con la desaparición o la enfermedad de Fidel Castro. Pero Fidel enfermó, casi desapareció del mapa político y no pasó nada en Cuba.

Lo mismo ha ocurrido en Venezuela (ante el horror de los exiliados en el sur de la Florida). Durante años estuvieron esperando la muerte de Chávez. “‘No,” me aseguraban, “ese gobierno no se sostiene sin Chávez; no hay quien lo reemplace.” Pero vino la sorpresiva muerte de Chávez y no llego el dramático cambio que tanto habían estado esperando. Maduro tomó el poder, el líder de la Asamblea, Diosdado Cabello, bajó la cabeza y espera su turno, los militares apretaron los dientes y no se movieron, y todo sigue igual.

Lo único que puede cambiar a Venezuela es que la oposición salga a votar el domingo 14 de abril de una manera contundente y masiva. Pero, antes, se tienen que sacudir de la cabeza esa terrible sospecha de que nunca le podrán ganar a Chávez, vivo o muerto.

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