Poeta de la limpieza

Donde mi nuevo mejor amigo barre no debería crecer la yerba.

Donde mi nuevo mejor amigo barre no debería crecer la yerba. Crédito: Morguefile

Papeles

Barre la calle con la alegría de quien cultiva orquídeas. Lo vieron y oyeron estos ojos y estas orejas que el horno crematorio convertirá en olvido. La forma de barrer de este empleado de Empresas Varias, empresa del municipio Medellín, parece clonada de la película El Barrendero, de Cantinflas.

La escena ocurrió una vez que la tarde deshojaba la margarita de los últimos segundos antes de convertirse en noche. (Noche es lo que no cabe en el día, leí en el insólito y bello especial de 24 horas de Telemedellín en el que los habitantes fueron certeros cronistas de la ciudad).

Este empleado que tiene a san Martín de Porres como su patrono, me recordó al gari (barrendero en portugués) carioca que fue la estrella en la clausura de los olímpicos de Londres. Los brasileños recurrieron al gari en la persona de Renato Sorriso, de alegría desbordante, para promocionar a Río como sede de los próximos juegos. El barrendero se convirtió en ícono de la ciudad “corruptora de mayores”.

Ni el Cristo de Corcovado habría arrancado tantos aplausos como Sorriso (=sonrisa, y se me acabó el portugués). En la capital británica, con su traje amarillo, Sorriso, su apodo, los eclipsó a todos. Pelé incluido. Desde entonces, los barrenderos de Río dejaron de ser invisibles, la gente los saluda, valora y agradece su trabajo, son invitados a programas de televisión. Son necesarios como el agua y el perdón. Los turistas los buscan para fotografiarse con ellos.

Pero mi cuento es con el barrendero de Empresas Varias a quien vi en acción en la calle 33, una de las arterias más importantes, donde este negro esperaba bus hacia ninguna parte. La entrega a su destino del profesional de la limpieza vale por varios libros de Deepak Chopra.

Tiene su ética y estética para barrer. Donde mi nuevo mejor amigo barre no debería crecer la yerba. No deja ningún papel como para que lo barra el azar. Trabaja como si estuviera descubriendo un metal nuevo. O un nuevo mundo.

En pleno ajetreo, le entró una llamada al celular. Era su hija. De inmediato, renunció a embellecer el paisaje, adiós al oficio de poeta con escoba. ¡Tocaba ejercer la paternidad! Imposible prohibirle al oído que oiga las charlas ajenas que se dan por celular. Al hablar en voz alta por ese cachivache, la gente renuncia a la intimidad. Convierte su garganta en rotativa para compartir su mundo, con sus pequeñeces y grandezas. De ambos ingredientes está hecha la cotidianidad.

Durante varios minutos una escoba entró en huelga en la avenida 33. El padre-barrendero no bajó a su hija que lo interrumpió de “mi amor, mi vida, cariño, te amo. Si te vas a demorar pórtate bien como siempre lo has hecho”. Repetir como un loro todo lo que dijo no tiene gracia. Le puso a la charla el encanto que le pone el colibrí a cuando se va de picnic con la flor.

Tuvo tiempo de hacerle un reclamo cordial: “Tu madre se llama tal, yo me llamo tal, somos diferentes. A los dos nos debes contar todo lo tuyo”. Me conmovió su forma de asumir su oficio de barrendero y su paternidad responsable. Dejé una furtiva lágrima en el pavimento para abonar tanto amor.

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