Salvación y perdición en Honduras
Los funcionarios públicos corruptos no necesariamente causan la inseguridad en el país, pero contribuyen a ella

Policías durante un operativo en una zona controlada por la pandilla 18 en el barrio San Isidro en Tegucigalpa, Honduras. Crédito: Archivo / EFE
En Honduras, la política es un tren express hacia la salvación o la perdición —una posibilidad concreta ante las elecciones presidenciales, legislativas y municipales del próximo 24 de noviembre.
Es común escuchar que un candidato quiso llegar al gobierno más por el salario, que para servir a su país. En casos extremos, el puesto le permite “hacer favores” a la gente equivocada por aquí, hacerse de la vista gorda por allá. Así, teje su propia parcela (o hasta latifundio) en la red de corrupción en el gobierno, que acaba por habilitar la violencia criminal que devora a Honduras.
Ya se sabe que la tasa de homicidios en Honduras (86 por cada 100 mil habitantes) es la mayor del mundo.
Pero ésta no refleja la vulnerabilidad que generan los secuestros, las extorsiones a comercios y personas particulares, los robos a casas, robos de vehículos, asaltos a mano armada, la trata de personas, y, desde luego, el narcomenudeo y el narcotráfico.
Los funcionarios públicos corruptos no necesariamente causan este panorama, pero contribuyen a él, porque malversan fondos que podrían fortalecer la seguridad pública.
Sólo este año se descubrió que más de dos mil policías recibían sueldos sin que ejercieran el puesto. Para 2012, Honduras era percibido como el país más corrupto de Centroamérica, según Transparencia Internacional.
Tienen suerte los hondureños que pueden vivir en el extranjero, blindarse con seguridad privada en su país, o tener la fortuna de encontrar un lugar en Honduras donde sentirse bajo el acecho delincuencial no sea una condición permanente. El resto se rifa la vida con la Policía Nacional, que en las zonas más violentas, es sinónimo de estar abandonado a la deriva.
Por eso algunos, como un empresario del norte hondureño, encuentran la salvación en la política. Este año busca, en la postulación a un cargo público, los fondos que necesita para enviar a su hijo adolescente a estudiar en el extranjero, y para vivir en la capital (Tegucigalpa) donde—si bien hay sobresaltos—se respira menos intranquilo que sobre la costa del Atlántico.
Este es un sujeto a quien, en los últimos diez años, le secuestraron al hijo, le robaron tres vehículos, y varias veces se ha visto arrinconado en su negocio cuando entra un hombre armado (con otro herido) pidiendo ayuda bajo la amenaza “o aquí nos quedamos todos”. Una vez, cuando a su esposa le robaron el celular, ella reportó el hecho a la policía y la ubicación del aparato (que tenía GPS). Pero el agente policial, luego de preguntarle si ella tenía familia, y escucharle decir que sí, le dijo “mejor piense en ellos [los hijos]; no se arriesgue”.
Pero las desgracias también rodean al círculo de amigos del empresario, quien no olvida la historia de uno de ellos que, secuestrado por cuatro sujetos en un vehículo, escuchó cómo sus secuestradores le ofrecieron $300 dólares a un policía que les detuvo, y cómo el policía se ofuscó porque prefería lempiras (moneda local), pero aceptó los dólares a regañadientes y les dejó ir.
Este empresario (y otros como él) sabe que malvivir así es una bomba de tiempo, y si la política le permite salir de eso, subirá a ese tren. Será su tercer intento. Antes lo hizo por servir a su departamento. Y esa intención sobrevive, pero ahora la supervivencia de su familia también está en juego.
¿Qué se espera de las elecciones así? Que unos candidatos participen para enriquecerse, que otros lo hagan para tratar de contener la violencia en el país, y otros, por escudarse de ella. Resta saber qué grupo es el mayor, para establecer si las nuevas autoridades -electas este mes-, se inclinan por salvarse a sí mismas y/o a su comunidad, o por lucrar, y acercarán a Honduras un poco más hacia la salvación o la perdición.