Navidad, ¿dulce navidad?

Ese mercado degradante nos aleja de la esperanza, de la compasión e incluso de la tolerancia. La palabra aguinaldo, agregada a la novena, transformó el acto de fe humano en un simple negocio anual

Al comenzar diciembre, un comercial de televisión de un almacén de cadena me hizo reflexionar: "Lo que importa son los regalos".

Al comenzar diciembre, un comercial de televisión de un almacén de cadena me hizo reflexionar: "Lo que importa son los regalos". Crédito: Shutterstock

Arrollados por la propaganda consumista, el desenfrenado deseo de tener más, lo mejor del mercado y con la envidia oculta de poseer lo del vecino cueste lo que cueste, muchas personas atraviesan por una de sus peores crisis de fe.

Algunos dirán que mi retrato es exagerado, pero en las últimas décadas hemos visto transformarse tradiciones religiosas que antes permitían la unidad familiar, por ejemplo, la novena o las posadas, las nueve noches de cánticos y rezos previos a la natividad, lo cual llenaba los corazones de paz .

Ahora hace parte de festejos y conmemoraciones comerciales que enriquece a multinacionales y nos deja vacíos espirituales y grandes deudas en enero. Ese mercado degradante nos aleja de la esperanza, de la compasión y de la tolerancia. La palabra aguinaldo, agregada a la novena, transformó el acto de fe humano en un simple negocio anual.

Cuando pequeños nos emocionaba a mis hermanos y a mi, la aparición del niño Jesús en el pesebre el 24 de diciembre y el andar mágico de los reyes magos. Nuestras inquietudes y las preguntas a mamá se fusionaban de una manera alegre y hasta inocente sobre esa compleja y divina tradición bíblica.

Pero todo ha cambiado. Muchas familias fingen unión, pero en el fondo de su corazón permanecen disgregadas y resquebrajadas, llenas de rencores, envidias, secretos pecaminosos y tratando de competir entre sí olvidando la fraternidad.

Se perdió la consideración y la caridad con los ancianos, los padres, abuelos, tíos y parientes solitarios. A la gente no le quita el sueño abandonarlos. Visitarlos es una carga que no se sienten obligados a cumplir. La tristeza y la soledad de muchos de nuestros patriarcas familiares es una sombra que persigue en la vejez.

Al comenzar diciembre, un comercial de televisión de un almacén de cadena me hizo reflexionar: “Lo que importa son los regalos”, dijo la modelo con un rostro enajenado. Más allá de mi queja del cambalache de lo espiritual por lo material, debemos recapacitar qué otras cosas hacemos mal.

Por ejemplo, el dinero que se consigue maltratando y abusando de los trabajadores no es dinero honesto. Las mentiritas piadosas no son tolerables porque al final son falsedades que le hacen daño a alguien. Abandonar a nuestros ancianos es malo. La arrogancia es inmoral. La codicia es perversa. El odio es malo. Humillar al prójimo o provocar envidia a los demás es ruin. Enseñar a los hijos a despreciar a la familia o a los amigos es mezquino.

Vale la pena orar en estos días (por el Dios o la creencia que tengan) y cambiar la actitud para que nuestro espíritu esté en armonía. Para comenzar, no hagamos daño premeditado a los demás. Sean exactos o no los relatos bíblicos sobre el nacimiento de un niño llamado Jesús, la historia ha dejado un rastro de coincidencias sensitivas: paz en los espíritus y unión familiar. No debemos cambiar y esconder esa verdad que nos hace más humanos. Feliz Navidad.

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