Elección en Colombia

Papeles

Hoy domingo habrá en Colombia elecciones para renovar el Congreso. En unas semanas se realizará la primera vuelta para elegir presidente. El actual mandatario, Juan Manuel Santos, aspira a la reelección por cuatro años más.

Pensando en las elecciones parlamentarias que se realizarán hoy, elaboré una especie de manual para orientar, o desorientar, a la hora de depositar el voto: El candidato deberá garantizar con su hoja debida que si tocan a la puerta de su casa en la madrugada, es un vendedor de seguros o de neveras, nunca la policía que se lleva los computadores para atisbar con lupa su intimidad.

Se compromete a asistir a todas las sesiones del Congreso; nada de endosarle la silla a nadie para mejorarle la pensión. Trabajará con impetuosidad de primíparo, o de sujeto que está a punto de perder la virginidad.

Nada de disculpas médicas hechizadas: que se enfermó del ego, que le dio una jaqueca, que estaba con la mujer del prójimo. O con el prójimo.

Señor candidato: ¿Ya presentó juicioso su declaración de renta?

Jurará ante notario que no ha inventado frases “históricas” pero inútiles como la archifamosa de un congresista: “O cambiamos o nos cambian”. No pasó ni lo uno, ni lo otro, pero tampoco todo lo contrario.

En caso de ver u oler a un lobista a 10 kilómetros a la redonda, cambiará de acera para no caer en la tentación. (Lobista es ese perfumado sujeto, convincente, meloso, bien comido, mejor bebida, de cargaderas, zapatos, medias y conciencia verdes y rojas, como los censores de la dictadura, que puede inflar la cuenta bancaria al constituyente por su votico para favorecer los intereses del patrón).

¿Jura por su gato que no irá al Congreso a salvar o recuperar la obscena inversión que hizo para llegar al Parlamento?

No es necesario que cambie el país. Es suficiente con que no ayude a tirárselo. Prometerá ante el hacedor de estrellas y del viento que solo meterá la mano en su bolsillo, no en el del presupuesto, por supuesto.

Tampoco utilizará la curul para devolver favores recibidos durante la costosa campaña, sino que sudará las dietas con iniciativas de que mejoren la cotidianidad del hombre de a pie. (Es despistadora, equívoca y caprichosa como actriz del cine porno la tal voz “dieta”: es el robusto salario de los congresistas y punto).

El candidato ideal se compromete al final de la legislatura a no aprobar proyectos de prisa, a pupitrazo ventiao, en la madrugada, cuando “el músculo duerme, la ambición descansa”, como en el famoso tango. A esas horas suelen aparecer “micos” u “orangutanes”, como se les dice en Colombia a esos apéndices que se les cuelgan a los proyectos, con fines nada santos.

Trabajará de tal forma que sus electores no cambiarán de barrio ni de mesa si se lo topan en el restaurante de uno o muchos trinchetes. O mientras espera que el semáforo lo autorice para que siga su viaje a Itaca.

El candidato ideal tendrá un discurso coherente. No tendrá uno para su intimidad, otro para su equipo, su familia, el club, la misa dominical, el motel, el sauna, la plaza pública.

El buen candidato aparecerá todos los días, no solo cada cuatro años, en el corazón de los constituyentes-contribuyentes primarios. (Soñar no cuesta nada pero tampoco paga IVA).

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