Cómo la Acción Diferida ayudó a dos hermanas

Les ofrece oportunidades pero aún luchan por una reforma migratoria para ellas y sus padres

María Galván con su licencia de conducir, junto a sus hijas Zuleima (c) y Saira Barajas (d).

María Galván con su licencia de conducir, junto a sus hijas Zuleima (c) y Saira Barajas (d). Crédito: Ciro Cesar / La Opinión

@aracelimartinez

A las hermanas Saira y Zuleyma Barajas, la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) les dio la oportunidad de empleos mejor pagados, y de regresar a la universidad, con una mayor certeza en su futuro.

Pero estas jóvenes soñadoras que fueron traídas por sus padres de México

a Los Ángeles cuando aún no tenían ni diez años de edad, siguen en la lucha por una reforma migratoria que les permita hacer planes más allá de cada dos años, que es el tiempo que duran los permisos de trabajo de DACA.

Antes de que recibiera DACA, Zuleyma Barajas se sentía frustrada.

“Trabajaba con un quiropráctico, y hacía el trabajo de cinco personas por un mismo sueldo. No tenía papeles y fue lo mejor que pude conseguir”, recuerda.

Cuenta que había dejado la escuela porque había visto a muchos compañeros que terminaban hasta el cuello de deudas, y sin poder ejercer su profesión.

Cuando en 2012, Zuleyma calificó para la Acción Diferida, lo primero que decidió fue ya no perder más el tiempo en un empleo que no pagaba bien. “Renuncié para ir a la escuela de tiempo completo. Mi meta es hacer una maestría en inglés para ser maestra”, precisa.

En la actualidad, esta muchacha de 24 años sigue con sus clases para transferirse a la universidad, y consiguió un empleo en un banco en Century City. “Ahora sí tengo un salario justo, y ya no hago el trabajo de cinco”, dice contenta.

Reconoce que con DACA se siente más segura, y con más oportunidades. Pero destaca que al mismo tiempo, los ‘dreamers’ se han visto forzados a planear su vida por dos años, y vivir en el presente.

“Mucha gente se ha conformado pero debemos seguir en la lucha por algo más permanente. No sólo para nosotros sino para nuestros padres. Estoy agradecida, pero recordemos que nos pueden quitar DACA, por eso hay que seguir luchando”, sostiene.

Saira Barajas tiene 23 años, y llegó a Los Ángeles a los 8 años. “DACA me permitió tener un trabajo que paga más que el mínimo, y de manejar al trabajo”, cuenta.

Antes de DACA, Saira tomaba el camión en Van Nuys donde vive hasta Beverly Hills para trabajar en una tienda de helados donde le pagaban el salario mínimo. DACA trajo consigo no solo un permiso al trabajo, un alto a la deportación, un número de seguro social y también una licencia de manejo.

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“Todos esos años, antes de DACA me sentía insegura, con pena”, dice. Y recuerda que se sintió muy mal cuando en la secundaria, regalaron un viaje a México, y fue la única de su grupo que no pudo ir. No podía hacer lo que otros niños”, recuerda con tristeza.

Quizá por eso a Saira le tomó tiempo creer que ya no estaba indocumentada. Aún con la carta de aceptación a DACA, no daba crédito. “No me la creí hasta que solicité trabajo en una compañía de seguros de salud. Fue en el momento en que checaron mi estatus en el E-Verify, y me dijeron, estás aprobada para trabajar, cuando por, fin sentí que era verdad”, dice emocionada.

Saira comparte cómo su vida ha cambiado: “me siento muy contenta sobre todo porque tengo un trabajo que me gusta, y la posibilidad de otros empleos mejores. Y tengo muchos sueños, quiero ser independiente, volver a la escuela, convertirme en un estilista y abrir mi propio spa”.

Aunque las dos hermanas ajustaron su estatus migratorio de manera temporal a través de DACA, sus padres indocumentados Marú Galván y Luis Barajas, aún viven en las sombras, y su única esperanza es una reforma migratoria.

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