Madres centroamericanas enfrentan “cementerio” mexicano en busca de sus hijos
La frontera mexicana está tomada por los cárteles y sus cómplices
CIUDAD DE MÉXICO, México – El día que Ángela Lacayo habló por última vez con su hijo Jarvin Josué Velazquez, de 27 años, quien se encontraba en la fronteriza Reynosa, Tamaulipas, ella no sabía casi nada de México, apenas que por aquí tenía cruzar para llegar desde Honduras hasta Estados Unidos y que de aquí era el “coyote” al que se le pagó $3,000.
Diez meses después, con una fotografía de Jarvin desaparecido en el pecho sabe mucho más: que la frontera está tomada por los cárteles y sus cómplices (a veces del gobierno mexicano) que su hijo pudo ser un blanco de éstos, que igual puede estar vivo pero también muerto.
“Tengo tantos sentimientos encontrados”, dice con los ojos llorosos mientras mira a sus compañeros de la Caravana de Madres de Centroamericanos Desaparecidos, que por décima segunda ocasión visita el país por dos semanas para visitar diversos estados del país entre el 15 de noviembre y el 3 de diciembre.
“Me da tanta alegría que otras madres encuentren a sus hijos y por otro lado me pregunto: ¿dónde está el mío? A veces tengo esperanzas y otras no sé qué pensar”, señala.
La actitud positiva la saca de los seis reencuentros que este año suma la caravana que lleva el nombre de “Buscamos vida en caminos de muerte” o del hallazgo de nueve centroamericanos presos en el Reclusorio Norte de la capital mexicana que no habían podido comunicarse con sus familias.
Los sentimientos negativos vienen de las historias de guatemaltecos, hondureños, salvadoreños y nicaragüenses sin rastro desde hace 20 años y de las alarmantes cifras de desaparecidos centroamericanos que se calculan hasta en 120,000, según la Universidad Autónoma de Zacatecas; 70,000 según la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
“En las diferentes caravanas hemos buscado encontrar a la gente con vida pero creemos que es tiempo de buscar a los migrantes muertos en lugares como los servicios médicos forenses“, advierte José Jacques, uno de los fundadores del Movimiento Migrante Mesoamericanos, la organización no gubernamental que organiza las caravanas.
Cada año las familias buscan nuevas estrategias que les permita mayores casos de éxito -ahora se fraccionaron en grupos de búsqueda para llegar al norte mientras otros siguieron al centro y al sur- aunque la sombra del peor escenario ronda siempre sus corazones.
“El dolor es tan grande que llega a paralizar a muchas madres, padres y hermanos“, observa Catalina López, del Equipo Comunitario de Acción Psicosocial (ECAP), quien viaja en la caravana para brindar apoyo psicológico. “Si no hablan, como regularmente sucede, empiezan a somatizar sus sentimientos: tienen paros respiratorios o en el cuerpo, principalmente en brazos y piernas”.
La desaparición implica además otro tipo de afectaciones como ansiedad y depresión por enfrentar problemas económicos.
Rosa Páez, por ejemplo, depende actualmente de lo que su suegro mande de Estados Unidos para alimentar a sus cuatro hijos desde Mayo de 2015 cuando su esposo Santos Rodrigo Páez desapareció en Reynosa.
Para atender de alguna forma a gente como Rosa, los más de 40 familiares de la caravana y los miles de centroamericanos desaparecidos en México, se discute en el Senado la posibilidad de incluir en la tipificación del delito a los extranjeros.
“No pueden quedar fuera de la Ley de Desaparición Forzada”, advierte Jaques, de M3. “Este país se ha convertido en un verdadero cementerio para los migrantes”.