Trump: tono más suave pero no más veraz ni menos antiinmigrante
Intentó ser más conciliador y llamar a la unidad, deplorando ataques de odio, pero el presidente de Estados Unidos continúa usando premisas falsas y pintando a los inmigrantes como asesinos.
El primer discurso del presidente Donald Trump ante el Congreso fue más bajo en decibeles y relativamente más conciliador que anteriores intervenciones, pero su contenido repitió los mismos temas de siempre sin explicar cómo logrará los aparentes milagros que propone, como por ejemplo una nueva ley de salud que “amplíe las opciones, aumente el acceso, reduzca los costos y, al mismo tiempo, proporcionen una mejor atención médica”.
Las promesas siguen siendo ambiciosas, pero los detalles sobre cómo se lograrán esos cambios hasta ahora han faltado en la Presidencia de Donald Trump.
Trump, quien invitó al Congreso a varios de los familiares de personas asesinadas por inmigrantes sin papeles -uno de sus temas más repetidos en la campaña, en la toma de posesión y ahora, en este discurso- volvió de nuevo a enfocar su atención en el pequeño grupo de indocumentados que matan, en vez de los millones que trabajan y luchan cada día para llevar sus familias hacia adelante.
Gran parte de su alocución, en la que usó frases comunes en la retórica presidencial para inspirar a la nación (“un nuevo capítulo de grandeza americana está comenzando”, por ejemplo), estuvo en directa contradicción con la realidad del tipo de lenguaje y políticas propuestas por Trump durante todo el tiempo que duró su campaña y el mes y pico que lleva gobernando.
Trump comenzó deplorando los ataques a cementerios judíos y el asalto armado a dos personas de origen Indio en Kansas, ataques clasificados como “de odio” por las autoridades, sobre los que ahora no había comentado directamente. También aseguró que su liderazgo busca “usar esa antorcha que está ahora en nuestras manos para iluminar el mundo”y para promover “un mensaje de unidad y fuerza”.
No obstante, una de las críticas más fuertes contra Trump ha sido su retórica divisiva y la designación de personas con ideas extremas en temas raciales y responsables de retórica antisemita, antiinmigrante y antimusulmana como Steve Bannon y a un duro antiinmigrante como Jeff Sessions a puestos claves de su gobierno.
Hubo más contradicciones en su discurso, respecto a anteriores declaraciones.
Por ejemplo, si bien el Presidente dijo horas antes del discurso a un grupo de corresponsables de medios que estaría dispuesto a considerar una reforma migratoria que permitiera a indocumentados quedarse en este país, su alocución de esa misma noche no hizo mención alguna de las familias inmigrantes, sino que continuó enmarcando el tema migratorio en la retórica de la delincuencia y el crimen.
En el discurso, Trump dijo que una “reforma migratoria” era posible, pero la idea que promovió como tal no mencionó en ningún momento la legalización de indocumentados que han vivido y trabajado en este país desde hace años sino el establecimiento de un sistema de “mérito”, que garantice que las personas pueden “sostenerse financieramente”.
En otras palabras, Trump quiere cambiar el sistema migratorio legal del país, de uno que comparte el mérito propio con la reunificación familiar, con uno basado en las cualificaciones profesionales y personales de los inmigrantes, que puede sonar bien a algunos reformistas, pero que no resuelve el problema actual de millones de personas.
Su tono fue más suave y el discurso fue escrupulosamente leído de las pantallas de un “teleprompter”, pero muchas de sus afirmaciones continuaron sufriendo de un problema grave: veracidad.
El presidente dijo, por ejemplo, que las “drogas están entrando por la frontera en cantidad sin precedentes”. Sin embargo, la cantidad de drogas ilegales interceptadas ha bajado contínuamente durante seis años.
Trump insistió en que la Ley de Reforma de Salud se está “desmoronando”, si bien la tasa de personas sin seguro en Estados Unidos es la más baja de su historia y las inscripciones en “Obamacare” siguen a niveles muy saludables, en momentos en que su gobierno aún no ha comenzado a desbaratar la ley con cambios radicales.
El presidente dijo que “la gran mayoría de individuos convictos por delitos de terrorismo desde el 11 de Septiembre de 2001 vinieron de afuera del país”, una cifra que es falsa. Según datos de New America Foundation, todos los “jihadistas” que llevaron a cabo ataques letales en el país desde entonces eran ciudadanos o residentes legales. Contando los ataques “no letales” (sin muertes), la gran mayoría de los perpetradores también son ciudadanos o residentes permanentes.
Insistió de nuevo en que “por fin” se están aplicando las leyes migratorias y cuidando las fronteras (aunque él mismo ha reconocido que Obama deportó a más gente que cualquier otro presidente, 3 millones) e insistió en que los deportados hasta ahora son “pandilleros, criminales y malos hombres. Los datos de su propio gobierno indican que al menos uno de cada cuatro arrestados hasta ahora en operativos migratorios no son delincuentes.