Sirios, sin lugar en el Líbano, ni siquiera después de la muerte

Hay cadáveres que llegan a esperar hasta seis meses en el frigorífico

Faltan espacios en los cementerios del Líbano para los refugiados sirios.

Faltan espacios en los cementerios del Líbano para los refugiados sirios. Crédito: EFE

LÍBANO – A siete años de que se desató la guerra en Siria, sus miles de ciudadanos que han buscado refugio en otras naciones siguen padeciendo estar lejos de su país, principalmente los que se encuentran en el Líbano, donde ni en los cementerios hay lugares disponibles para sus muertos.

Además de estar lejos de su tierra, tienen que padecer el dolor de no tener seguro un lugar ni siquiera a la hora de morir. El encontrar un espacio en los cementerios se ha convertido en una pesadilla para los sirios refugiados en el Líbano.

Que además de sufrir por el dolor de perder a sus seres queridos, tiene que padecer toda un andar para que les autoricen un sitio y darles el último adiós.

Ayub Yumaa se encontró con este problema cuando su hijo adolescente Mohamed falleció al desmayarse y golpearse con el suelo hace dos años en su casa.

“Estuvo tres días en el frigorífico (del hospital) y fue complicado hasta que al final encontramos el cementerio de Chehim”, dice Yumaa.

El camposanto para sirios de esta localidad, situada en la región montañosa de Iqlim Jarrub, es uno de los escasos cementerios legales de este tipo que hay en el Líbano y fue creado por la ONG Asociación Social.

El director ejecutivo de esa organización, Ghasan Shehade, explica que en Chehim y los pueblos de alrededor hay una población de 45,000 libaneses a los que se suman 15,000 familias sirias, con una media de cinco hijo cada una, y 150 de refugiados palestinos.

“Al principio, los sirios se enterraban en el cementerio local, pero ante la enorme presión (demográfica), los alcaldes de la región decidieron en una junta prohibirlo porque se iba a quedar sin espacio para los libaneses”, detalla a Efe Chehade.

En consecuencia, muchos refugiados optaban por enterrar en cualquier lugar a los suyos de forma ilegal y por la noche.

La situación se repite en otras partes del Líbano, que acoge a un millón de refugiados del país vecino, y donde una tumba puede costar entre 2,000 y 3,000 dólares, una cantidad vetada para muchos sirios que han llegado casi con lo puesto.

En Chehim, el enterrador del camposanto para los sirios, Basel, no para de trabajar.

“Estoy esperando a que traigan el cadáver de un hombre que ha tenido un accidente, ayer enterré a una mujer y a su hija”, indica Basel, también refugiado originario de la provincia siria de Idleb, que cada día sepulta a dos o tres personas, aunque en ocasiones son hasta seis.

“Hay cadáveres que llegan a esperar hasta seis meses en el frigorífico (del hospital) porque no tienen donde ser enterrados”, asegura Basel, que reitera que en los cementerios para libaneses no hay sitio.

Según el enterrador, hay familias que intentan trasladar a sus seres queridos para que sean inhumados en Siria, pero se tarda quince días en arreglar los papeles y cuesta 3.000 dólares, cuando “hay gente pobre que no tiene qué comer”.

Shehade muestra cómo han organizado el cementerio para los sirios, que está enfrente del libanés, aunque afirma que el camposanto para los refugiados está abierto a cualquier persona pobre.

El lugar, en un enclave idílico rodeado de árboles y montañas en las afueras de Chehim, contiene actualmente 340 enterramientos, pero se está quedado sin espacio dos años después de haber abierto.

Como solución para poder seguir funcionando, se está construyendo un segundo nivel de tumbas encima de las ya existentes.

Esto no le ha agradado mucho a Yuma. “Es mi hijo y no quiero una tumba encima de él, me ha resultado muy difícil aceptarlo, pero el sitio es muy pequeño”, lamenta este obrero, de 46 años, que se dedica a cavar zanjas y que tiene a otros nueve vástagos.

Precisamente, la falta de espacio hace que no haya pasillos entre las sepulturas con lo que hay que hacer equilibrios por las piedras que separan las tumbas para ir de una a otra y no pisarlas.

Y es que, según Shehade, aprovechan “cada milímetro” para poder recibir más cadáveres.

No hay ningún visitante en el cementerio y la tranquilidad que reina en la zona es solo rota por el ruido de un camión que trae gravilla para el cemento que se está empleando para crear el segundo nivel de tumbas.

La Asociación Social cobra 500 dólares por enterramiento y solo exige como documentación el acta de defunción del hospital y algún papel que demuestre la identidad del fallecido, frente a las numerosas trabas burocráticas de otros lugares.

La incineración es “haram” (prohibida) en el islam, con lo que esta opción queda descartada para la mayoría de sirios que son predominantemente musulmanes.

A Yumaa le gustaría regresar algún día a Siria y trasladar el cadáver de su hijo allí, pero es realista: “Por supuesto que quiero volver a mí país, pero qué queda de él, no hay seguridad, no hay casa…”.

Con información de EFE

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