El largo y doloroso recorrido de las familias para visitar a sus detenidos en Adelanto
Más que las horas que pierden para llegar, les duele el maltrato a sus familiares y el racismo
Por casi dos horas, María Legorreta maneja desde hace 22 meses, tres veces a la semana, rumbo al Centro de Detención Migratorio de Adelanto para durante una hora, ver y platicar con su esposo, José David Luna Bedoya.
“He manejado en medio de fuertes vientos, a veces con una lluvia cerrada que apenas se puede ver. Pero no falto a las visitas martes, viernes y domingos. Y si me dieran permiso de visitarlo a diario, no me importaría el viaje de Huntington Park a Adelanto”, dice.
“Él significa todo para nosotros. Nos importa el ser humano que está adentro”, dice con voz llorosa y los ojos humedecidos.
Legorreta de 47 años se casó con Luna Bedoya de 52 años cuando ella tenía 16 años y él 21. Ambos son inmigrantes mexicanos. Él vino a los 11 años a California; ella de 9 años.
Se conocieron en 1991 en Lynwood. “Yo era una vendedora de ropa. Él me hizo la plática y ahí comenzó nuestra relación. Me gustó todo de él, es una persona sencilla, muy respetuosa”.
Se casaron y procrearon cinco hijos, ahora de 25, 22, 21, 20 y 16 años.
La detención
Luna Bedoya fue arrestado por el Servicio de Migración y Control Aduanas (ICE) en septiembre de 2016.
“Tuvimos una discusión fuerte en la casa en Huntington Park. Alguien de los vecinos llamó a la policía. Se llevaron arrestado a mi esposo. 24 horas después lo entregaron al ICE”, explica.
Desde entonces, María no ha dejado de ir a verlo.
“En cada visita, les damos fuerza para luchar. Si no lo visitáramos, estoy segura que él se daría por vencido”, dice.
Desde hace siete meses, un pequeña nueva integrante de la familia siempre acompaña a María a la visita en Adelanto.
“Es nuestra primera nieta Alexandra. La niña le alegra la vida. Es una vitamina para mi esposo”, afirma.
Camino a Adelanto, Legorreta dice que la vida sin su esposo durante 22 meses,ha sido una batalla muy difícil.
“Lo que más me duele es mirar tantas injusticias. Hay muchos abogados que lo único que les importa es cobrar. No le hablan a uno con la verdad, si lo pueden hacer o no. No miran el lado humano ni el sufrimiento de las familia”, dice.
Ella ha puesto el caso de su esposo en al menos tres abogados.
“El dinero como quiera va y viene, lo que a uno le duele es la persona. Uno se siente impotente de no mirar una salida de todo esto”, confía.
Al principio de su detención, platica que su esposo estaba muy deprimido. “En Adelanto, los guardias los insultan y son crueles. Los tratan de lo peor. Unos se rinden por el encierro, el maltrato y porque no hay forma de pelear su caso”, dice.
Pero ella no pierde la esperanza de que su esposo regrese a la familia.
“A mi lo que me da fuerza para seguir es Dios. Sin mi esposo siento que me falta el aire para respirar. Es toda una vida la que me falta. Uno se siente atrapado de mirar cómo está la persona que más quieres en el mundo”.
Revela que el día que le toca ir a Adelanto, se levanta con mucho gusto. “Se me hace tarde para irme. He faltado como tres veces en 22 meses. Me he sentido de lo peor no estar ahí. Pero no ha sido por mi. Una vez se me dañó el carro, la otra fue por buscar documentos para los abogados, y una más por ir a averiguar cómo mandarle una carta al gobernador”.
La visita en Adelanto
Después de casi dos horas de viaje, Legorreta, dos de sus hijos y su nieta llegaron a Adelanto. Tras una espera de casi una hora, pudieron entrar a ver a Luna Bedoya.
Legorreta y su esposo se abrazan y besan como si fueran novios. Después del primer saludo, no se pueden tocar. La familia se sienta frente al detenido. A escondidas, sin que lo vean los guardias, el inmigrante acaricia sutilmente a su nieta.
Luna Bedoya luce extremadamente delgado. En su rostro no hay una sola sonrisa. Se percibe la frustración e impotencia.
“Lo que más le duele a uno es el encierro”, dice. Por eso relata que cuando salga libre, lo primero que le gustaría hacer, es sentir el aire fresco y echarse a correr sin parar.
Aunque a los detenidos los dejan salir a un espacio al aire libre, dice que él tomó la decisión de quedarse dentro y no ver la luz del día. “No me pregunte por qué”, dice.
También decidió no consumir los alimentos que les sirven en la cocina de Adelanto. “Llevo meses que como solo la comida instantánea que venden en la Comisaría”, cuenta.
No todos los detenidos tienen su suerte. “Ellos tienen que aguantarse los platos con gusanos que a veces nos sirven. Hace meses que no nos dan una fruta. Antes, nos daban una naranja, un plátano o una manzana de vez en cuanto. Eso se acabó”, dice.
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“El desayuno lo sirven a las cuatro de la mañana, pero nos hacen esperar una hora parados. Y así es con cada comida. Hay que esperar una hora”, relata.
Cuenta que el maltrato en la cocina es muy fuerte. “Yo he visto como la encargada le avienta la comida a algunos. Muchos la tienen que juntar del piso y comérselas”, dice.
Con frecuencia, les quitan el agua para tomar y no les dan papel de baño. “Ahorita llevamos desde ayer sin agua ni papel”, cuenta.
Pero el mayor problema, considera Luna Bedoya, es el racismo y el odio de muchos de los guardias y trabajadores de la cocina hacia los inmigrantes. “Se les nota en sus insultos, en sus manera de tratarnos. Nos dicen ‘mojados’, que nos regresemos a México, que no tenemos aquí ningún derecho. Muchos no aguantan. Mejor firman su deportación voluntaria y se van”, relata.
Luna Bedoya no es la excepción. “Solo estoy esperando la última audiencia en junio. Si no hay un fallo a mi favor, voy a renunciar a todo y regresar a México. Mi abogada dice que podemos apelar y llegar hasta el Noveno Circuito, pero eso significaría quedarme encerrado en este lugar casi tres años más. Me resisto a perder tres años de vida aquí en Adelanto”, dice desesperado.
Su próxima audiencia es el 1 de junio. “Ojalá la juez se toque el corazón. Todo mundo ha cometido errores. No somos perfectos en la vida”, dice Legorreta.
Agrega que han podido limpiarle el récord a su esposo, pero el de violencia doméstica no se lo han querido remover.
Lorie Haley, portavoz de ICE dijo que no tienen información de cuántas personas visitan a sus familiares detenidos cada semana.