Caravana Migrante, adelante hacia Oaxaca, entre achaques, llagas y dolor
El calvario de familias que buscan paz
ARRIAGA.- La Caravana de Migrantes centroamericanos comenzó a caminar a paso más lento y disperso. Están exhaustos por las largas caminatas que poco a poco han sumado 1104 kilómetros, desde que cruzaron a México por Ciudad Hidalgo hasta esta ciudad clave para la ruta migratoria porque aquí arranca el camino de La Bestia, el tren de carga que cruza de norte a sur el país.
Tradicionalmente el trayecto de los indocumentados incluye el uso del ferrocarril e cuyo funcionamiento en estos momentos es un misterio, como la decisión de algunos de seguir o no el camino.
Por la madrugada en Pijijiapan, los caminantes se enfilaron a Arriaga en combis y “jalones” (aventones en vehículos particulares) y se apostaron en la carretera con el ánimo de evitarse algunas caminatas. Pero los tráileres y camionetas eran pocas y, la demanda, un exceso.
- Los hombres se están subiendo y se olvidan de nosotros- lamentó Alejandra Carvajal, de 18 años, quien ayudó a su hermana con tres niños y una carriola, cuya manipulación, hacía torpe el ascenso a los tratocamiones que se ofrecían para avanzarlos.
La madre de los pequeños observó resignada su rezago. Luego, se tiró al suelo para dormir unos minutos más, rezar y tomar fuerzas para caminar los más de 100 kilómetros que le faltaban para lograr su camino hasta el siguiente objetivo.
A su diestra y siniestra, los más jóvenes se apañaron los aventones, corrieron ligeros como gacelas y se encimaron uno sobre otro hasta formar un copete humano sobre el vehículo que avanzó unos metros dando tumbos.
Metros adelante, una patrulla de la policía federal vio el sobrecupo y encendió la sirena. Un agente alto y fuerte bajó y, con el brazo levantado, el dedo índice en punta, marcó el alto. “Se van a caer, se pueden matar, bájense los que sobran”, gritó desde abajo.
Seis hondureños y dos salvadoreños saltaron. “¿Es nuestro riesgo, por qué nos baja?”, protestó uno. El policía no contestó y los descendidos sigueron andando tostados por el sol. El más joven, de unos 15 años, se quitó la camisa. “¡Qué vaina, brother!” No vamos a llegar hasta en la noche”.
El cuento se repitió una y otra vez en el curso del día con otros rostros. Familias caminaron en grupo empujando carricoches, las sandalias calientes por la fusión del plástico con el asfalto ardiente. Jóvenes de mochilas a la espalda; madres al borde de la carretera dando el pecho, el plátano, el pan a los hijos que tienen fiebre y dolor de cabeza. Niños que lloran y lloran hasta caer dormidos y olvidarse del éxodo.
Una vez en Tonalá, el municipio que antecede a Arriaga, el esposo de María Sullapa se desmayó. “Es el hueso que le rompió esa gente”, dijo ella sobando una y otra vez a su marido con hidrocortisona que sacó de un botecito blanco. Adelante, atrás, de la rodilla hasta el empeine, recordó el día en que en Guatemala los mareros cayeron golpes a su hombre porque no pagó el “impuesto de guerra” (500 lempiras al mes).
Desde una bocina de alto sonido un funcionario de ayuntamiento de tonalaense anunció que usarían 10 autos del ayuntamientos para ayudar a quien quisiera a llegar a Arriaga, el último municipio en Chiapas. En total dio 10 viajes de ida y vuelta para transportar a los hondureños, guatemaltecos y de El Salvador.
Ya en Arriaga, otro megáfono informó a quienes quisieran repatriarse que a lado del palacio municipal había un escritorio de enlace con el Insituto Nacional de Migración.
Datos del gobierno de Honduras, hasta el pasado 21 de octubre, revelaron que alrededor de 3, 423 habían sido repatriados por lo que el éxodo que se gestó imparable hasta sumar 7,000, se redujo en los últimos días a de 3,500.
Así se desparramaron en grupos a lo largo del día entre Pijijiapan, Tonalá y hasta Arriaga donde se concentraron los más persistentes, conscientes de que otros grupos entraron.
- Nosotros no queremos, no podemos regresar”, dijo María Sullapa con unas gotas de sudor debajo del labio.