Mexicanos y centroamericanos se unen y forman sus familias en México
Miles de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos hallan en México su segunda patria
ARRIAGA.- Hace 10 años que la salvadoreña Karla Montes vive en esta localidad fronteriza del estado de Chiapas. Está casada con un mexicano con quien ha hecho un equipo de trabajo como pocos. Son vendedores de comida en las ferias del estado, lo que les permite ir de un pueblo a otro con toda la familia.
Esto incluye suegros, hermanos, tíos, primos, sobrinos, cuñados y anexas con quienes Karla se lleva muy bien. Entre todos se apoyan y ella se siente segura.
“Vivir aquí es una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida”, cuenta Karla, quien está a un paso de cumplir los 30, tiene dos hijos y la vida en matrimonio va bien.
Ahora ella es una de las 180,000 personas de origen salvadoreño que, que viven en México, según cifras del Instituto Nacional de Migración (INM)y de organizaciones civiles.
Con el endurecimiento de las políticas migratorias en Estados Unidos, muchos centroamericanos que anteriormente usaban a México como país de tránsito ahora prefieren quedarse en México indocumentados o a través de solicitudes de asilo.
Aún no existe un censo oficial del número total de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, pero cálculos extraoficiales advierten que podrían ser con todo y los hijos unos 250,000.
Los inconvenientes de quedarse en México son derivados de los bajos salarios (un día de trabajo equivale a lo que ganarían en una hora en EEUU); el lado positivo es la cercanía: si se quedan en los estados del sur pueden ir y venir de manera más sencilla.
Karla Montes divide su vida entre convivios con su familia política y la de su madre, quien se volvió a casar (también con un mexicano) y ahora vive en Tuxtla Gutiérrez. Otra parte la invierte en visitas a San Salvador a donde lleva medicamento y otros víveres que no pueden comprar allá sus tías. “La situación se ha vuelto insoportable allá con los mareros”, lamenta.
Arriaga tampoco es el paraíso. Hay algunas células del crimen organizado que tomaron el control del tren de carga que usaban los migrantes para viajar clandestinos a Estados Unidos para cobro de cuota y otras actividades clandestinas, pero, al menos se puede salir de noche. Esto lo valoran los inmigrantes como Bety Alvarado, quien también se quedó en Arriaga.
“En San Pedro Sula salir de noche es un lujo y aquí al menos podemos trabajar”, precisa.
Alvarado es parte del equipo familiar de Karla desde que llegó en 2013 para quedarse. Ella y su esposo, también catracho, venden ropa, cocos fríos y hasta las tradicionales tlayudas oaxaqueñas que le enseñó a preparar su amiga Flor.
“Me quedan muy buenas y aquí, en Chiapas, no hay tanta competencia”, cuenta mientras su hija, mexicana por nacimiento, retoza en el parque.
Yessenia Penago, cuñada de la salvadoreña Karla, dice que la migración y la integración cultural en la localidad es tan común en los últimos tiempos que ya no se imaginan al municipio, de alrededor de 40,000 habitantes, sin inmigrantes.
“Hemos aprendido a ser solidarios porque vemos la necesidad que tienen y nosotros, como cristianos tenemos que ser compasivos”, detalla. “Es verdad que han venido muchos maras en la migración, pero también gente buena como mi cuñada, a quien conocimos cuando estaba llorando muy triste en un parque”.
La familia de Karla es actualmente una de las solidarias con el éxodo. Cada vez que pasan en caravana todos los miembros paran su trabajo en las ferias y se vuelcan a cocinar. Pizzas, arroz, frijoles, tortas, café. Es un gasto que asumen sin chistar. ¡Pasen, pasen, aquí hay comida”, gritan si hace falta.