Empresario mexicano revoluciona el sushi al agregarle el estilo de Culiacán
Un traspié no impide que latino logre el Sueño Americano
En marzo de 2001, Francisco Mendoza fue condenado a nueve años de prisión por tráfico de drogas. A sus 26 años, el nativo del Este de Los Ángeles jamás imaginó que tras salir de la cárcel —con mucho esfuerzo y ganas— forjaría un futuro exitoso.
Ahora, a sus 44 años, es el dueño de cuatro restaurantes El Sushi Loco, que fusiona la comida mexicana y la asiática.
Sentado en una mesa de uno de los establecimientos, ubicado en Downey, Francisco contó que en la cárcel aprendió los oficios de plomería y electricidad.
Agregó que fue condenado a 11 años de prisión pero su buen comportamiento lo llevó a purgar solo 9 de ellos en la cárcel de Lompoc, California. Tras ser liberado, en marzo de 2009, regresó al este angelino y comenzó a trabajar arreglando aires acondicionados.
Un año después, uno de sus primos —José Calderón— emigró de su natal Culiacán Sinaloa, lugar de donde es el padre de Francisco.
“Entonces yo le pregunté, ‘¿Y qué sabes hacer?’. Él me dijo: ‘Yo hago sushi’… Yo me quede, como que, ‘¿Sushi? ¿Las bolitas de arroz?’ Yo nunca los había probado”, reconoció.
Una vez que José le hizo una de sus mejores recetas, Francisco quedó impactado y sin pensarlo mucho puso a andar su mente de empresario.
“Le dije: ‘Esta bien rico esto… Mijo, ¿y si compró una lonchera y nos vamos a vender a la calle, nos vamos a chambear o que?”
José aceptó y Francisco decidió invertir los únicos $2,800 que tenía ahorrados para buscar una lonchera de tacos. Pero debido a los altos precios, solo le alcanzó para adquirir una carretita que le costó $1,200 en Tijuana, México.
Con todo listo, los primos salieron a vender el famoso sushi mexicano con sabor a Culiacán.
Los desafíos
Francisco recuerda que desde ese primer viernes que llegaron a una esquina con su carretita, los curiosos llegaban a probar los “rollitos” hechos de carne asada y pollo.
Durante la semana, arreglaba aires acondicionados y por dos fines de semana consecutivos pusieron el negocio en la misma esquina, cerca de su casa, donde le llegaban “los clientes por montón”.
Hasta que una noche llegó la policía y debido a la falta de permisos de la Ciudad, les obligaron a cerrar.
“Entonces, me fui a una llantera y también llené el lugar. Otras dos semanas hasta que el papá de mi amigo dijo que el chino de al lado se estaba enojando porque no había espacio en el estacionamiento. Me dijo: ‘Te tienes que ir’”, recordó Francisco.
Desalentado por no tener el dinero necesario para abrir un local, estuvo a punto de darse por vencido. Intentó regalar la comida que ya estaba hecha pero los clientes se negaron y todos quisieron pagarle.
Y fue así que decidió instalarse de nuevo los viernes y domingos; esta vez en el patio de la casa de su mamá.
“Nos poníamos después de las 5 de la tarde porque ahí ya no habían inspectores de la Ciudad… Comencé sin sillas, la gente parada comiendo”, recordó. “El día que agarramos algo de dinero, compré una sillita y una mesita; uego creció a 24 sillas y 6 mesas”.
Golpe de suerte
El sushi mexicano era tan popular, que los clientes buscaban casa por casa la carretita hasta que los encontraban.
Recuerda que un jueves, mientras trabajaba en su empleo regular, el representante del cantante mexicano Gerardo Ortiz le llamó preguntando si estaría “la carretita” vendiendo sushi esa tarde.
Francisco les dijo que no y que regresaran el viernes pero, decididos a comer sushi mexicano ese día, el equipo de Ortiz le dijo que se instalara y le prometió que “le va a ir bien”.
Fue así que, ese mismo día, Gerardo Ortiz y su hermano Kevin Ortiz, llegaron a revolucionar el vecindario.
“De repente se me llenó la casa. Lo anunciaron en Instagram, Facebook… Yo no sabía de medios sociales. Yo acababa de salir de la cárcel, qué iba a saber”, reconoció el ahora chef cuyo negocio es promocionado en todas las plataformas.
Esa visita inesperada, logró que otras celebridades mexicanas —como Chiquis Rivera, Noel Torres, la Banda el Recodo, entre otros— llegaran a comer a la carretita los viernes y domingos.
Al ver que el negocio estaba avanzando Francisco le dio la responsabilidad total de las finanzas a su primo José. “Le dije: ‘De aquí vas a comer y si te las acabas o no las administras bien se acaba el Sueño Americano’”, le indicó.
“Toda mi familia me ayudaba. Mi mamá cortaba la cebolla, hacia la horchata… Mi novia venía a ayudar los fines de semana también”.
Tras ocho meses de tener el negocio en el patio, decidió alquilar su primer local en la ciudad de La Puente. La inauguración fue el 15 de noviembre de 2011.
Hoy, ocho años después, puede decir con orgullo que el Sushi Loco emplea a 128 personas en La Puente, Pomona y en dos locales en Downey.
La cárcel, un regalo para bien
Francisco reconoce que el estar tras las rejas pudo reflexionar y pensar en qué es lo que él buscaba en la vida.
“Estando en la cárcel me sentí morir cuando recién entre pero acepté que yo soy responsable de mis acciones. Culpe a mi situación, que mi padre es un borracho, que somos pobres, siempre me sentía la víctima hasta que un día mi hermano que estaba en el ejercito me dijo, ‘Deja de hacer tantas excusas y hazte hombre’”, recordó.
“Me dijo, ‘En el Army la mejor excusa es que no tienes excusa. No eres víctima’. Ahí es donde me di cuenta que tenía que dejar las excusas”, aseveró.
Fue en la cárcel que también conoció por primera vez a quien ahora es su esposa, Griselda Mendoza. Inicialmente Francisco y Griselda se comunicaban por cartas. Años después ella lo visitó en la cárcel.
Poco después se dejaron de hablar y cuando Francisco fue liberado ella lo buscó de nuevo. Entonces es cuando Griselda le brindó apoyo emocional y económico para que avanzara en su negocio.
Ahora llevan casados siete años y tienen dos hijos.
Su pasión por la cocina la ha involucrado con su labor social donde se dedica a apoyar varias causas benéficas.
Francisco dijo que una de las dichas más grandes que ha vivido en los últimos años fue cuando uno de sus jefes de la cárcel—donde él trabajaba como plomero reo ganando 12 centavos la hora—llegó a su restaurante a comer con toda su familia.
“Él fue uno de los que creyeron en mi y le dio mucho gusto verme. Uno de sus nietos me preguntó, ‘¿Que ordeno?’ y yo le dije, ‘Agarra el chicken teriyaki’ porque me acuerdo que siempre cuando ellos [los jefes] tenían sus reuniones hacían pollo y él siempre me ofrecía un pedazo de pollo”, recordó Francisco. “Eso fue muy simbólico para mí porque un pedazo de pollo también te da oportunidades”.
Francisco reconoce que contrario a lo que muchas personas dicen, él no quisiera regresar a sus años de juventud ya que en la actualidad él se siente mucho mejor y atesora lo aprendido.
“Porque la cárcel te puede quitar las libertades, pero nunca te pueden robar tu dignidad, ni integridad. Mucho menos el sentido del humor”, enfatizó Francisco con su sonrisa que lo caracteriza.