Serenata en la frontera: el amor se escabulle entre el muro fronterizo

-Inmigrante deportado recientemente a México le pide a su esposa que llegue al muro de lado estadounidense, mientras él, acompañado de un trío de lado de Tijuana, le canta las Mañanitas.

Roberto no permitió que un muro lo detuviera para cantarle las Mañanitas a Carmen, su mujer. (Manuel Ocaño)

Roberto no permitió que un muro lo detuviera para cantarle las Mañanitas a Carmen, su mujer. (Manuel Ocaño)  Crédito: Manuel Ocaño

Carmen llegó hasta el muro fronterizo este domingo con un grillete electrónico al tobillo izquierdo, que le pusieron oficiales de migración hace dos meses.

Dice que jamás se habría atrevido de llegar hasta ahí, y se sentía muerta de miedo, pero que su esposo insistió en que llegara a verlo en persona, que tenía que ver algo muy importante, que no fuera a retrasarse.

Se decidió, dijo Carmen, porque pensó: “si ya traigo el grillete y un papel que dice que tengo cita en la corte para que decidan si me van a deportar, ni modo que me deporten dos veces”, así que se armó de valor, todavía con la duda de si al acercarse hasta la pura frontera el sistema de posicionamiento global o GPS alertaría a oficiales de migración.

Se acercó hasta tocar la división de la frontera, puso sus manos sobre el muro en un tramo donde se convierte en un tejido metálico milimétrico, por el que apenas se podía ver hacia México y trataba de distinguir por entre los pequeños orificios.

“Roberto… Roberto, ya llegué; aquí estoy”, llamó a su esposo.

Por un instante nadie contestó, pero en seguida del lado mexicano un grupo le gritó “Feliz cumpleaños”, y enseguida comenzaron los acordes de un trío de música norteña, “celebremos, señores con gusto ♪ este día de placer tan dichoso ♫”.

Roberto llevaba viviendo en EEUU 25 años de los cuales, 22 lleva casado con Carmen. (Manuel Ocaño)

Roberto llegó con cuatro de los diez hermanos de Carmen a celebrarse desde México, vinieron sobrinos, nietos, familiares que Carmen aún no conocía en la familia, porque hacía 15 años que no veía a sus hermanas.

“Le traje gallo a mi amor, porque fue su cumpleaños”, dijo Roberto.

Alguien trajo una piña abierta con el jugo y le daba a beber a su esposa a través de la frontera con la ayuda de un popote.

Carmen pidió la canción el “libro abierto” y la cantó de uno a otro país.

Se veían tan felices, que los transeúntes que iban y venían de la playa en Tijuana se detenían a tomar fotos de la escena. Era, dijo Roberto, un respiro de felicidad entre una serie de calamidades que comenzaron en marzo.

El 6 de marzo un hombre humilde se acercó a Roberto a pedirle que por favor le ayudara a llevar una maleta con ropa a su hermana en Murrieta, California, apenas 35 millas al norte de donde Roberto había vivido 25 años indocumentado (San Marcos, condado de San Diego), donde había procreado cuatro hijos con Carmen, con quien se casó en 1998.

El hombre le dijo que se fuera por la interestatal 15, que presuntamente habría un retén de la patrulla fronteriza, pero que nunca había vigilancia, que el hombre humilde pasaba seguido por ahí y lo podía confirmar.

“Mi esposo siempre ha sido bueno, yo diría que se pasa de buena gente, así que aceptó llevar la maleta de ese hombre, pero antes pasó por mi hijo a la preparatoria, porque Roberto ya no ve muy bien de noche”, contó Carmen.

En el retén sí había inspección. Roberto solo llevaba una licencia de conducir para indocumentados de California, así que lo arrestaron y eligió la salida voluntaria. A su hijo, menor de edad, se lo llevaron los oficiales federales al área de Bakersfield.

Carmen, que tenía dos empleos en dos panaderías, de las 4 de la mañana a la 1 de la tarde y luego de las 3 de la tarde en adelante, tuvo que comenzar a pedir días libres para ir a ver a su hijo cada semana tres horas, pero el 31 de marzo también a ella la detuvieron en el camino.

La madre de familia fue enviada 15 días a “la hielera” y de ahí la mandaron un mes a un centro de detenciones, sin que todo ese tiempo pudiera saber de sus hijos, se sentía deprimida, acabada. Tres semanas después de su detención la tuvieron que hospitalizar porque el estrés le había afectado la presión.

Cuando salió ya no tenía trabajo porque sus patrones temían problemas con las autoridades de migración. La única buena noticia fue que durante su encierro, una hermana ganó la custodia de su hijo y regresó a San Marcos.

Ni Carmen ni Roberto tenían antecedentes, más allá de dos multas de tráfico para él. Carmen tuvo que desocupar el departamento que habitaba con su familia. Regaló sus muebles porque no había forma de conservarlos, se la pasa en busca de pequeños trabajos ocasionales para sobrevivir.

Roberto ha comenzado a trabaja en Tijuana donde el salario es insuficiente para mantener a su familia en California.

Carmen no sabe cómo sobrevivirá las siguientes semanas. “Ya no tengo para pagar al abogado de migración, eso nos estresa más”.

Por eso la celebración del cumpleaños se convirtió en una ducha de felicidad, dijo Roberto. “Nunca dejé de celebrarle el cumpleaños a mi esposa, y esta vez un muro no me lo iba a impedir”.

“Eran las 12 de la noche y mis hijos y yo no nos podíamos dormir de la emoción¨, dijo Carmen; “hacía tanto que estábamos tan preocupados por sobrevivir, que esta fiesta de cumpleaños nos volvió a la vida, y fue bonito que fue a través de la frontera”.

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