Editorial: El fraude de Trump

El ego de Trump no acepta haber perdido el voto popular, por eso cuestiona hasta una elección en la que ganó y que lo llevó a la Casa Blanca

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Crédito: OLIVIER DOULIERY/AFP/Getty Images

La credibilidad electoral es la base de la democracia. Si el resultado de un comicio es cuestionado por un supuesto fraude, el ganador ve perjudicado su gobernabilidad, tambaleando todo el sistema ante la falta de una resolución. Si no se corrige el supuesto fraude, perdura la intranquilidad de que pueda repetirse.

El presidente Donald Trump es un especialista en crear falsas dudas y conspiraciones sin tener que presentar pruebas. Le basta con tomar una información a medias y estirarla hasta donde pueda. Eso hizo con un reporte que lo llevó a afirmar que Google es el responsable de que haya perdido el voto popular en 2016.

Google ”manipuló entre 2.6 millones y 16 millones de votos” a favor de su rival Hillary Clinton, tuiteó. Ni siquiera el autor del reporte coincide con la interpretación de Trump. Robert Epstein dijo que no existe prueba de que hayan sido manipulados.

Este es otro caso en que un estudio científico es simplificado equivocadamente para sacarle provecho político. Se puede decir también que la avalancha de desinformación en Facebook y Twitter generada desde Rusia pudo influir en una suficiente cantidad de votos a favor del republicano.

El ego de Trump no acepta haber perdido el voto popular, por eso cuestiona hasta una elección en la que ganó y que lo llevó a la Casa Blanca. La semana pasada repitió en New Hampshire la mentira de que autobuses misteriosos repletos de votantes llegados de un estado vecino le costaron allí el triunfo.

El mandatario hizo el ridículo con una fracasada comisión presidencial para demostrar que él fue víctima de un fraude. Ni la reciente declaración de la presidenta de Comisión Federal Electoral, Ellen Weintraub, de que no hubo fraude satisface a Trump.

La verdad es que la preocupación de Trump ya no es el pasado sino la elección de 2020. El temprano cuestionamiento del comicio desde hoy es la respuesta a las encuestas que lo muestran perdiendo por considerables márgenes ante los principales precandidatos presidenciales demócratas. Nunca es temprano para abrir el paraguas aunque la lluvia esté lejos.

Pero es inquietante que el fantasma de un posible fraude electoral justifique nueva leyes en los estados republicanos para dificultar el acceso a las urnas a las minorías que ellos consideran demócratas. Esto ya se está viendo hoy. Mucho peor es el escenario de que Trump se resista a dejar el poder en caso de una derrota electoral.

El conocido rechazo a las formas constitucionales y su obsesión con ser un ganador levanta el temor de que lo impensable se cumpla. Estos casi tres años de Trump mostraron que hasta lo más descabellado e inimaginable para un presidente puede hacerse realidad, como que el millonario neoyorquino se crea más importante que la democracia.

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