Se dispara el número de la tercera edad latina sin hogar en Los Ángeles

Si bien hay programas que están ayudando a algunos a obtener un techo permanente, faltan muchos albergues y vivienda accesible

David Ascencio nunca imaginó que en algún momento de su vida se quedaría sin hogar. (Aurelia Ventura/ La Opinión)

David Ascencio nunca imaginó que en algún momento de su vida se quedaría sin hogar. (Aurelia Ventura/ La Opinión)  Crédito: Aurelia Ventura | Impremedia/La Opinión

Hace casi siete meses que Marisela Villalobos tiene su propio apartamento en Casa Carmen, un complejo de 24 unidades habitacionales cerca del centro de Los Ángeles, construido para que los ancianos que viven en la calle, puedan tener un hogar permanente.

“Al entrar me sentí liberada. Le di gracias a Dios porque le pedí mucho tener un lugar propio”, dice Marisela de 65 años de edad, una inmigrante indocumentada que sufre de diabetes, alta presión, cirrosis y soriasis. Ella y poco más de una veintena de ancianos encontraron refugio en Casa Carmen donde cada ex desamparado tiene un amplio apartamento amueblado con un salón para recreación y un patio.

Marisela Villalobos está feliz de tener un techo donde vivir en Casa Carmen. (Aurelia Ventura/ La Opinión)

No todos los adultos mayores latinos que viven en el desamparo, tienen la suerte de Carmen. De acuerdo al último conteo de personas sin hogar en el 2019 de la Autoridad para Desamparados del condado de Los Ángeles (LAHSA), el número de latinos mayores de 55 años que son indigentes aumentó 108% en el último año.

En total hay 10,834 adultos mayores de edad en el desamparo. De esos, 3,005 son latinos. De los cuales 2,614 viven en la calle, el resto en albergues o en sus vehículos.

Casa Carmen costó 12.4 millones de dólares. Fue construida por el desarrollador 1010 Development Corporation and Value Housing II LLC quien recibió la cuarta parte del costo del Departamento de Vivienda e Inversión Comunitaria de Los Ángeles.

“Yo vine hace 25 años de México. Trabajé toda la vida de niñera y tenía un esposo. Él me abandonó después de 20 años de casados y se fue a vivir con su hija”, cuenta Marisela.

Cuando no pudo pagar la renta de la casa que compartió con su marido, se vio en la calle. Así pasó un año y medio durmiendo con amigas y hasta se fue a un refugio donde vivió por poco más de un año.

“Un día fui a una feria de vivienda para personas sin hogar. Metí una solicitud. Les dije que no tenía papeles. Me dijeron que no importaba, y que voy ganando este departamento nuevo”, dice.

A Marisela le cambió la vida al dejar de vivir en la calle. (Aurelia Ventura/ La Opinión)

Marisela reconoce que tener un techo le cambió la vida. “Hago lo que quiero. Aquí nos dan comida cada dos semanas”, platica.

El apartamento cuenta con una sala, una recámara, cocina y un amplio baño con regadera. Viene equipado con muebles y una televisión. “La única obligación es mantenerlo limpio, y no podemos meter a nadie a vivir aquí”, precisa.

Marisela dice que no tiene que pagar nada por su departamento. Vive de los 300 dólares que le da como pensión su exmarido. “A veces me ayuda una tía”, agrega.

David Ascencio trabajó toda su vida como planchador hasta que enfermó y al no poder pagar la hipoteca de su casa, terminó en la calle. (Aurelia Ventura/ La Opinión)

Enfermedades que llevan al desamparo

Después de vivir dos años en la calle, en abril pasado David Ascencio Rivera de 74 años encontró un hogar en Casa Carmen.

“Estoy muy agradecido”, afirma este inmigrante mexicano quien no tiene familia ni hijos.

David nació en Michoacán, México. Vino a los Estados Unidos hace más de 30 años. Trabajó toda su vida como planchador en distintas fábricas de Los Ángeles.

“Cuando ya no pude planchar por la artritis, tuve techo hasta que se me acabó el dinero que tenía ahorrado. Yo era dueño de una casita, pero la perdí cuando me quedé sin trabajo y ya no pude pagarla”, comenta.

Al no poder rentar una vivienda se fue a dormir a los parques. “Lo más difícil de vivir en la calle es el miedo en la noche de que te vayan a robar y golpear”, cuenta.

Hace dos años, vio un anuncio de una feria para dar vivienda a los desamparados. “Fui de puro chiste, pero gracias a Dios que me dieron este apartamento”, platica.

Cuando entró por primera vez, reconoce que le costó trabajo acostumbrarse. “Me sentí incómodo. Estoy acostumbrado a vivir dentro de la humildad. Se me hizo demasiado lujo. La primera noche no podía dormir. Se me iba el sueño dando gracias al Señor”, cuenta este inmigrante cuya salud está afectada por el colesterol, la presión alta y los ataques cardíacos. Camina con la ayuda de un bastón.

Alberto Hernández encontró un albergue temporal junto con su mascota en un motel cerca del centro de Los Ángeles. (Aurelia Ventura/La Opinión)

La adicción lo lleva al desamparo

Después de vivir en su vehículo varios meses, Alberto Hernández encontró refugio en un albergue de transición en Los Ángeles que ofrece habitaciones compartidas y comida caliente.

“Comparto un cuarto con otras dos personas, mientras agarro una vivienda de la sección 8 -programa de vivienda para los de bajos ingresos- en los próximos seis meses”, dice este angelino de 59 años de edad.

El albergue donde vive es para 45 personas. “Es mucho mejor que dormir en el carro. Ahí no se aguantan el calor y el frío. Aquí duermo muy a gusto”, comenta.

Alberto estuvo durmiendo en su auto en un estacionamiento en el barrio de Glassell Park, de la organización The Shower of Hope, donde le ayudaron a conseguir un sitio en el albergue.

“Cada dormitorio tiene su baño y regadera. Tenemos aire acondicionado, lavandería, servicio de limpieza y hay guardias las 24 horas”, dice Alberto a quien le permiten tener a su lado a su mascota, un perro de compañía que le avisa antes de que le llegue un ataque de epilepsia.

Este hispano nacido en Los Ángeles, hijo de padres inmigrantes, cuenta que la mayoría de los desamparados que viven en este lugar son drogadictos.

Alberto Hernandez estuvo dos veces sin un hogar. (Aurelia Ventura/La Opinión)

Él se rehabilitó hace cinco años, pero reconoce que abusó del cuerpo al usar drogas y fue la oveja negra de su familia. “Yo conduje por 34 años un camión que transportaba escenarios para bailes. Usé coca y marihuana. Pensaba que la vida iba ser eterna hasta que me lastimé la cintura. He tenido tres cirugías”, comenta.

Estuvo casado con una mujer que le dio cinco hijas. Su unión se desmoronó y se quedó en la calle por primera vez. “No desarrollé una relación con mis hijas por andar en la vida loca”, expone.

“La primera vez que me quedé sin hogar, me fui a dormir a mi carro en el parque Hollenbeck. Después de tres meses en la calle, renté un cuarto por tres años hasta que me echaron. También me echó a la calle una hermana de la casa de mis padres”, explica.

Debido a una discapacidad que lo obliga a usar bastón, recibe 900 dólares al mes del gobierno. “Lo menos que me cobraban por un cuarto era 500 dólares, me quedaban 250 dólares para comer, preferí dormir en mi carro y así tener más dinero para mi comida”, indica.

Alberto Hernández reconoce que su adicción a las drogas lo llevó a vivir en la calle. (Aurelia Ventura/La Opinión)

Tener un techo le cambió la vida. “Me ha hecho pensar positivo. La primera noche, no quería levantarme al siguiente día. Tenía mucho tiempo sin dormir en una cama”, expone.

Alberto dice que muchos desamparados sin hogar no quieren recibir ayuda. “Como mi hermano que tiene 48 años. Él no quiere rehabilitarse ni dejar las drogas. Es un desamparado crónico. Prefiere vivir en la calle que tener un lugar donde vivir. No conoce otra vida. Cuando me dieron un cuarto en este hotel, le doné mi carro para que viva ahí”, subraya.

Alberto reconoce que cuando se sufre una adicción, no se piensa en comer ni en los hijos. “Hay apoyos del gobierno. Si uno quiere, se rehabilita. Yo probé de todo. Además de la coca y la marihuana, hongos, peyote y piedra. Las metanfetaminas son lo más adictivo que pueda haber. Uno se siente a toda madre, pero cuando eres adicto, el dinero se te va en la droga. Yo me robaba a mí mismo”, dice.

Y atribuye el aumento en el número de desamparados en gran parte a las adicciones. “Cuando estás bien metido, no quieres entrar a un programa de rehabilitación. Dices, cómo que no me voy a aguantar el deseo de consumir droga”, expone.

Mel Tillekeratne, fundador y director del grupo de voluntarios Monday Night Mission que lleva comida a los desamparados de Skid Row cada noche de lunes a viernes. (Araceli Martínez/La Opinión).
Mel Tillekeratne, fundador y director de la organización The Shower of Hope. (Araceli Martínez/La Opinión).

Se pondrá peor

Alberto considera que el desamparo en una crisis que empeorara en Los Ángeles. ”Se va a poner peor por el consumo de drogas. Más ahora con la legalización de la marihuana. Lo que pasa es que comienzas con la mota, y de ahí se te hace fácil ponerle a otras drogas más fuertes”, anota.

Mel Tillekeratne, fundador y director de la organización no lucrativa The Shower of Hope que ha conseguido dos estacionamientos, uno en Glassell Park y otro en WestLake, en la ciudad de Los Ángeles, indicó que los estacionamientos son para que las personas sin hogar con vehículos como Alberto puedan estacionarse y pasar la noche con seguridad. Agrega también que les ayudan a encontrar hogar en la medida de lo posible.

“No es garantía, pero hacemos todo lo que podemos por acomodarlos en moteles que viene a ser un hogar de transición, mientras encuentran una vivienda permanente”, externa. Asimismo, les ofrecen servicios de salud mental, adicciones, abuso de sustancias y les asignan un trabajador social para recorrer con ellos la transición hacia un techo permanente”.

Para Mel, con muchos años como defensor de los sin hogar, la principal razón del crecimiento del desamparo tiene que ver con la crisis de vivienda accesible en Los Ángeles.

“Los adultos mayores latinos viven con un ingreso fijo y salarios bajos, cuando les aumentan las rentas 100, 300 o 500 dólares, no pueden seguir pagando, y como no hay protecciones para los inquilinos, son desalojados fácilmente”, menciona.

Esto, sigue explicando, ha dado como resultado muchos desalojos mayormente de latinos en Boyle Heights, el este de Los Ángeles, Pico Union, Lincoln Heights, West Lake, áreas donde la gentrificación se ha dado con mayor fuerza.

Los dueños de vivienda se ensañan con los indocumentados, dándoles aumentos exhorbitantes porque saben que, debido a su condición migratoria, no se quejan, agrega Mel para explicar el porqué del aumento en el número de ancianos latinos indigentes.

La ley estatal que van a aprobar en California para poner un tope a los incrementos de la renta hasta de 8% incluyendo la inflación, no es suficiente, pero es algo ante incrementos de 20%, 30% o más”, indica.

Mel pronostica que la crisis del desamparo se recrudecerá aún más.

Se necesitan más refugios, poner fin a los desalojos ilegales y construir más vivienda accesible. Pero no veo venir nada de esto, y se aproxima una recesión que va a hacer crecer el número de desamparados. Simplemente ahorita cualquier persona de clase media, corre el riesgo de no poder pagar su renta si se enferma´´, enfatiza.  ´´Todo lo que se necesita uno para quedar en la calle, es enfermarse”, considera.

El martes busque la última de cinco partes de la serie sobre indigencia: Hay esperanza, inmigrante deja el desamparo para convertirse en carpintera

Tercera de cinco partes: Desamparo golpea a refugiados y solicitantes de asilo en Los Ángeles

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