Cariño, empatía y calificaciones universales
La decisión de los establecimientos educacionales, desde las escuelas primarias a las universidades, de impartir sus clases en forma virtual debe ser una medida transitoria. No es el momento para hacer las cosas como se hacían hasta ahora, sobre todo cuando una pandemia amenaza la vida de millones de personas, y muchos más luchan por sobrevivir.
Las universidades han comenzando a operar en “modo de pánico”, actitud que puede exacerbar las desigualdades existentes. En anticipación a la crisis económica y los recortes de presupuesto, algunas instituciones han congelado la contratación de nuevos profesores y se preparan para un período de austeridad. Tales decisiones profundizan la desigualdad que existe en la educación superior. Los más afectados por estas medidas, así como por la devastación causada por la pandemia, serán los estudiantes de primera generación, de bajos ingresos y los pertenecientes a comunidades de color.
A medida que se comienza a vivir una “nueva normalidad”, muchas universidades han tomado la decisión de volver a hacer las cosas en forma habitual. Algunas autoridades han enviado a los profesores copias de reglamentos para recordarles cuales son sus responsabilidades a la hora de enseñar en forma virtual. Otros establecimientos han implementado “planes de contingencia” en caso de que sus profesores se enfermen o fallezcan, ya que “es importante hacer todo lo posible para mantener la continuidad de las clases”. Hay profesores que exigen a sus estudiantes completar trabajos extras para compensar por la “pérdida de horas de clases”. Más preocupados por la llamada continuidad curricular que por la salud de los educadores y estudiantes, estos modelos educativos devalúan la vida humana. No podemos valorar la productividad, la rendición de cuentas, los resultados o las ganancias por sobre las personas.
Por eso, pedimos a los administradores, educadores y a los políticos adherir y adoptar una ética de cariño, empatía y preocupación. Existen muchos ejemplos de prácticas más holísticas y humanistas en las escuelas (K-12) y universidades. A través de la distribución de alimentos, servicios de tele salud, acceso abierto a materiales educativos tales como libros electrónicos, computadoras y acceso a internet, los distritos escolares trabajan para satisfacer las necesidades básicas de sus estudiantes y facilitar el acceso a los recursos educacionales. Es necesario expandir estos programas. Una ética de amor y empatía y un enfoque humanista que dé prioridad al bien común pueden trastocar los valores que sostienen el modelo neoliberal de que “todo sigue igual”.
Una medida concreta que las universidades pueden tomar es eliminar el sistema de calificaciones y sustituirlo por un sistema de calificación universal. Establecer un sistema de evaluación en el que todos los estudiantes aprueben sus clases o reciban la calificación más alta (letra A) desestabilizaría las bases del sistema actual de enseñanza. Este cambio alteraría la ilusión de que es posible cuantificar el aprendizaje, algo que solo existe en un sistema basado en la evaluación, rendición de cuentas, y resultados – convicción que ha sido reforzada por las reformas neoliberales del sistema educacional y las políticas No Child Left Behind y Race to the Top. Los sistemas convencionales de evaluación se sustentan en la premisa falsa de la meritocracia y la visión de que todos tienen las mismas oportunidades de aprendizaje. Ahora más que nunca, las calificaciones (A-F o aprobado/reprobado) no reflejarán lo que los estudiantes aprendieron, sino que serán un indicador de la desigualdad social y de la capacidad relativa de los estudiantes de concentrarse en sus estudios.
Continuar con las clases y las calificaciones como si nada pasara es deshumanizante. Con ello se espera que las personas puedan compartimentar sus emociones e ignorar el costo humano del coronavirus, el cual no afecta a todos por igual. La pérdida de vidas es devastadora y, además, los datos indican que las tasas de infección y muerte por COVID 19 son más altas entre la población afroamericana. Los estudios realizados en Nueva York, Wisconsin, y Chicago revelan una realidad de dos ciudades/estados: las comunidades afroamericana, latina y de bajos ingresos son las más afectadas y tienen mayor preponderancia a contraer COVID 19, perder el empleo, no contar con cobertura de salud y perder sus casas. De acuerdo con una encuesta realizada por Pew Research Center entre el 19 y 24 de marzo, cerca de la mitad (49%) de las/os latinas/os tiene alguien en su hogar que ha sido afectado por recortes salariales o perdido el empleo a causa de COVID 19. En comparación, solo un tercio de toda la población adulta de Estados Unidos se ha visto afectado por estos problemas. Los inmigrantes indocumentados, quienes están excluidos del paquete de emergencia de 2 billones (trillions en inglés) de dólares aprobado por el gobierno, han sufrido con especial dureza las consecuencias económicas de COVID 19.
El impacto de este virus es devastador y agrava las desigualdades sistemáticas que perjudican a los trabajadores y las comunidades de color. Un alto porcentaje de los trabajadores esenciales que cosechan los productos agrícolas, atienden en los supermercados, manejan los autobuses, y limpian las oficinas, están entre los trabajadores peor pagados de Estados Unidos. Durante la pandemia, arriesgan sus vidas por menos de un salario digno y cuentan con un acceso limitado a los servicios de salud.
La exacerbación de la desigualdad ocurre luego de décadas de políticas neoliberales, antisindicales, desregulación, falta de inversión en comunidades de color y bajos ingresos, destrucción de programas sociales, el crecimiento del sistema penitenciario, y políticas antimigratorias. En Estados Unidos, esta desigualdad se expresa en la disparidad de la riqueza: el patrimonio medio de los hogares afroamericanos y latinos es de 16,000 a 21,000 dólares, en comparación con 162,000 dólares en los hogares blancos.
Mientras el virus arrasa consigo vidas y siembra el pánico en las comunidades, las personas de origen asiático-americano y de las islas del Pacífico se han visto obligadas a enfrentar otros temores –aumento de los crímenes de odio promovidos por un discurso racista. La organización Stop AAPI Hate Reporting Group anunció que en solo dos semanas ha recibido más de mil denuncias de acoso y odio contra la personas de origen de las islas del Pacífico. Estas denuncias incluyen ataques verbales y físicos.
La desigualdad que existe en la sociedad norteamericana influye sobre las oportunidades de aprendizaje y el acceso a los recursos académicos. Muchos estudiantes señalan que la pandemia ha profundizado las diferencias de clase, raza, género, orientación sexual, estatus migratorio y geográficas. En algunos casos, los estudiantes que vivían en dormitorios universitarios fueron obligados a desalojar sus habitaciones y buscar alternativas habitacionales en cuestión de días. En muchas familias, los estudiantes han asumido la responsabilidad de cuidar a sus hermanos, madres, padres, y abuelos. A esto se debe agregar la preocupación de pagar la renta o comprar alimentos cuando sus familiares han perdido el empleo o fallecido. Otros están preocupados de que sus seres queridos que trabajan contraigan el COVID 19. Asimismo, hay estudiantes que viven en ambientes físicos o psicológicamente inseguros, y estos riesgos aumentan con la cuarentena, el desempleo y la inseguridad. No todos los estudiantes cuentan con espacios para estudiar, computadoras o acceso a internet.
En estos tiempos de crisis, tenemos que reconsiderar los métodos convencionales de enseñanza. Como señala Brandon Bayne, profesor de la Universidad de Carolina del Norte, los programas de estudios deben adaptarse e incluir los siguientes principios: “1. Nadie se apuntó para esta situación; 2. La opción humanitaria es la mejor opción; 3. No podemos hacer lo mismo que hacíamos antes en forma virtual”. Esta es una oportunidad para que los educadores se concentren en los valores humanos e implementen, como señala Ángela Valenzuela, un cuidado auténtico ? una visión holística de los estudiantes. Para ello se requiere que administradores y educadores cuestionen las relaciones de poder y los sistemas de desigualdad, y que trabajen con y no para los estudiantes y sus familias.
Mientras trabajamos para aplanar la curva de contagios de COVID-19, también aplanemos la curva de las calificaciones en las escuelas y universidades. Frente a la presión de los estudiantes, algunos establecimientos educacionales han optado por simplificar las calificaciones y dejar que los estudiantes puedan elegir entre una calificación regular (letras) o un aprobado / reprobado. Frente a las enormes dificultades de enseñar y aprender en plataformas virtuales durante una pandemia, esta opción es un paso importante. Sin embargo, no es suficiente. Con tal grado de desigualdad, algunos tienen mas oportunidades y opciones que otros. Entonces, la posibilidad de tomar una decisión o elegir una calificación regular favorece a aquellos estudiantes que gozan de más privilegios o que han sido menos impactados por el coronavirus. Estas medidas ejercen una presión aún mayor sobre los más afectados por la pandemia y las crecientes desigualdades en EEUU.
La expectativa de que tanto los estudiantes como los educadores ignoren las circunstancias actuales y los problemas de la transición a las plataformas virtuales, asistan a clases virtuales, y continúen su desempeño académico, es peligrosa. Refuerza el énfasis en la productividad y transmite el mensaje de que es necesario tapar las emociones y ocultar las realidades desiguales. No somos máquinas. Tales expectativas son deshumanizantes y no son buenas ni para los estudiantes y los educadores ni para la sociedad.
Enrique C. Ochoa es profesor de Estudios Latinoamericanos e Historia en California State University, Los Angeles
Gilda L. Ochoa es profesora de Estudios Chicana/o Latina/o en Pomona College
Traducción por Ángela Vergara, profesora de Historia en California State University, Los Angeles.