Joven inmigrante: de indocumentado a asistente de legislador estatal

Jose Eduardo Chávez nunca vio su estado migratorio como una barrera para evitar superarse.

José Eduardo (i) llegó a Madera en el 2004.

José Eduardo (i) llegó a Madera en el 2004.  Crédito: José Eduardo | Cortesía

Odilia Chávez es una oaxaqueña que para sobrevivir durante años siguió la ruta de la agricultura —o ruta oaxaqueña: Sinaloa, San Quintín (Baja California Norte) y después Estados Unidos. Para hacerlo, tuvo que dejar a su pequeño hijo, José Eduardo, de 4 años, al cuidado de su abuela en Oaxaca.

Al principio y como era costumbre entonces, al disminuir la demanda de trabajo en los campos agrícolas, Odilia regresaba a Oaxaca. Pero a mediados de la década de 1990s las cosas empezaron a cambiar.

En 1994 entra en vigor el Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá. La libre circulación de mercancías favoreció —como era de esperarse— al país más poderoso.  EE.UU. inundó el mercado mexicano de maíz transgénico a un precio menor que el maíz criollo, que muchos pequeños productores locales no solo consumían sino que lo vendían o intercambiaban. Miles de milpas se secaron y disminuyó el ingreso de dinero. Las familias mexicanas dependieron aún más de las remesas.

José Eduardo hace algunos años en los campos agrícolas. (Suministrada)

En 1996, durante la administración del Demócrata Bill Clinton, se inició la construcción del muro fronterizo en California y parte de Arizona. De esta manera, el cruce fronterizo se hizo más difícil, peligroso y más caro. Miles de migrantes que acostumbraban a regresar a sus pueblos de origen una vez al año decidieron quedarse en EE.UU. y establecerse definitivamente. Odilia fue una de esas migrantes que decidió quedarse, después de seis años, pero antes fue por su hijo.

José Eduardo llegó a Madera, (de 65,706 habitantes en 2018), ubicada a 20 millas al norte de Fresno, en 2004, tenía 11 años de edad. Su madre lo llevó a trabajar al campo pero cuando el líder de la cuadrilla se dio cuenta que era apenas un niño le explicó que debería estar en la escuela.

“Cuando llegamos no conocíamos las leyes”, dice José Eduardo. “Pero de esta manera empecé mi educación aquí. Fue muy difícil, es un cambio de vida muy profundo”.

A José Eduardo le gustan los desafíos. Decidió ser buen estudiante y aprender cómo funciona el sistema.

José Eduardo es claro ejemplo de cómo la educación hace la diferencia en la vida. (Suministrada)

Al acercarse la fecha de su graduación de la escuela preparatoria, comprendió que había otro mundo que lo esperaba.

“Pensamos que con la prepa se termina tu educación. Terminas y sales a buscar trabajo”, dice José Eduardo. “La mayoría de nuestros jóvenes no lo entiende. Pero hay un mundo después de la prepa que decidí explorar”.

En ese tiempo José Eduardo comprendió muchas cosas. Entre otras, descubrió lo que significaba ser indocumentado. Pero esto no lo detuvo. Participó en clubes, fue voluntario en eventos y organizaciones locales.

“Cuando tienes 16, 17 años y no tienes documentación, sabes bien que mañana puedes no estar aquí”, dice con un tono solemne. Por eso decidió estudiar, formarse para tener herramientas que podrian ayudarle donde vaya o donde las circunstancias lo lleven.

“Solicité ingresar a varias universidades, pero a nosotros todo nos cuesta dies veces mas”, comenta. “Simplemente no podía pagar”.

Inquieto, curioso, José Eduardo quería algo nuevo, diferente. “Fue entonces cuando me encontré con Fresno Pacific University (FPU)”, dice contento. “Una universidad privada, religiosa”. FPU fue creada por menonitas. Allí lo aceptaron y después del primer año y gracias a sus buenas calificaciones y a su activa participación, recibió una beca completa.

“Ahí coincidí con muchos jóvenes que eran hijos de agricultores del Valle”, dice José Eduardo. “Y supe que habíamos coincidido en sus tierras sin conocernos cuando yo trabajaba en la agricultura”.

Como parte de su educación, decidió tomar cursos en Colombia y Guatemala, completando así su licenciatura en Ciencias Políticas.

“Tuve oportunidad de viajar y conocer lugares y culturas diferentes, se aprende mucho así”, dice entusiasmado. El fue el primero en su familia —tiene cuatro hermanos— en completar una carrera universitaria y de viajar a otros países. “Quiero pasarle este interés a mis hermanos y a los jóvenes de mi comunidad, la educación es crucial, la llevas contigo”.

Al regresar a Estados Unidos no le permitieron ingresar. Por un error administrativo en sus trámites de solicitud de residencia, José Eduardo tuvo que esperar en México la resolución de este problema. Durante casi tres años vivió en Tijuana. Pero es aquí donde pudo probar que la educación la llevas donde vayas y puede ayudarte en situaciones inesperadas. José Eduardo Fue contratado como profesor en la Universidad Tecnológica de Tijuana. “Fue una experiencia muy enriquecedora, diferente. Y aprendí mucho en ese tiempo”.

Después de resolver su situación, y después de cinco años, regresa a Madera.

“Me reencontré con mi familia y mis amigos”, dice emocionado José Eduardo. “Noté que la mayoría de mis amigos estaban en mejor situación social, algunos ya estaban incursionando en la política. Mi generación de inmigrantes, jornaleros, pobres, superó muchas barreras y dificultades. Hoy muchos ya son profesionales o tienen negocios”.

Para este joven adulto de 27 años, la tarea es motivar a los más jóvenes a que se eduquen y se superen. Y para esto la política juega un papel muy importante.

“Quiero que escuchen y respeten a mi gente, sin el trabajo de los jornaleros no hay comida”, dice José Eduardo. “Trabajo para alguien que escucha, y cuando se habla de inmigrantes y de los jornaleros mi voz es respetada”.

Actualmente, José Eduardo trabaja en la oficina del asambleísta estatal Joaquín Arámbula (Dem-distrito 31).

“Ya no estamos en las sombras, podemos y debemos sentarnos a la mesa y hablar con quienes toman decisiones importantes y exigir que nos escuchen”, asegura con convicción. “Quiero seguir en la política, me gusta abogar por mi gente”.

Finalmente, José Eduardo destaca que, aunque lentamente, se observan cambios sociales positivos en el Valle de San Joaquín —si bien rico por la producción agrícola, quienes producen esa riqueza viven en la pobreza y la marginación.

“Como ya no podemos viajar y decidimos quedarnos aquí, tuvimos que integrarnos manteniendo nuestra cultura, lenguas y tradiciones. Aportamos a la sociedad, y queremos que nuestros hijos se eduquen, que mejoren su situación socioeconómica”, afirma José Eduardo.

“Lo podemos lograr, tenemos que invertir en nuestra familias y, sobre todo, en nuestras comunidades”, agrega.

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