Nunca será cómodo vivir entre traidores a su propia democracia
David Torres es asesor de medios en español de America's Voice
Las nuevas imágenes del ataque al Capitolio dan cuenta, ni más ni menos, que de una acción concertada. Explicadas hasta el más mínimo detalle por parte de los legisladores que, como millones de estadounidenses en este momento, desean que la justicia se haga cargo del expresidente Donald Trump por el daño que le ha hecho a su propio país y a sus instituciones democráticas, causan una extraña combinación entre escozor y escalofrío.
Identificadas paso a paso las partes involucradas en esta refriega histórica convertida en insulto nacional, no queda duda de que la incitación a la violencia y a la insurrección provino de una mente enferma de poder que fue alimentando paciente y públicamente este escenario durante meses, en los que en definitiva su poder y su influencia iban en picada al haber optado por la supremacía, el racismo y la xenofobia como parte de su política antiinmigrante.
Y es curioso que ni los más avezados de sus seguidores —ni por supuesto los más bisoños, que conforman una legión bastante rara e intolerante— no se hayan dado cuenta no solo del manejo psicológico en el que los involucró el exmandatario, sino de que “su lucha” nunca fue cambiar el sistema para beneficio colectivo, como otras revueltas en la historia de la humanidad, sino únicamente hacer retruécanos provenientes de su ignorancia constitucional para beneficio meramente personal, a fin de perpetuarse en el poder.
En pocas palabras, su “revolución de invierno” resultó tan falsa como toda su presidencia.
No se sabe aún cuál será el resultado de este segundo juicio político contra Trump, aunque el escenario es ya previsible debido a la composición del Senado (50-50) y a la vehemencia con la que todavía algunos legisladores republicanos —¿en realidad republicanos?— defienden al considerado peor presidente que haya tenido Estados Unidos en su historia,
Pero ese no es el punto exactamente en el momento histórico que vive esta nación de inmigrantes, sino la proyección a futuro que de todo ello emane.
Es decir, mientras que las diversas fuerzas pro inmigrantes lograron colocar el tema migratorio entre las prioridades del nuevo gobierno de Joe Biden, las fuerzas antiinmigrantes fueron expuestas tal cual son: no entendieron el nuevo derrotero de la historia mundial, ni se percataron de que el neofascismo es una anacronía imperdonable para un siglo XXI que tiende a modificar nuevamente la correlación de fuerzas y, al mismo tiempo, a tender puentes que equilibren el entendimiento entre sociedades, más que entre gobiernos.
Esto es, si alguna enseñanza, por ejemplo, ha dejado la pandemia de coronavirus es mostrarnos la vulnerabilidad de los sistemas políticos, pero sobre todo que sin una interacción coordinada y más humanitaria no se puede ir muy lejos como género humano.
De tal modo que la codicia que intentaba poner Trump como ejemplo de “americanidad” fracasó por completo, poniendo a Estados Unidos al nivel de cualquier otro país del planeta. Es decir, el tiempo de las hegemonías, al menos la estadounidense, estaría llegando a su fin.
Pero mientras esto ocurre, quienes aspiraban a lograr una democracia como la de George Washington o Abraham Lincoln —antaño tan elogiada y ahora tan puesta en duda—, están siendo testigos de cómo la clase política estadounidense actual está lidiando precisamente con la democracia: un grupo tratando de destruirla, mientras el otro tratando de rescatarla, en la medida de sus posibilidades.
Y sin embargo, hay un país y un mundo ahí afuera que necesitan respuestas, más que confrontaciones. Es decir, están a la expectativa de cuál será el siguiente paso en la democracia estadounidense, o cuál va a ser la nueva ruta del país, luego del juicio político. Por supuesto que ahora hay un nuevo presidente, con políticas pro inmigrantes muy claras, pero si esta vez el Senado permite a Trump salirse con la suya de nuevo, tal vez toda la historia de Estados Unidos habría sido en vano.
De tal modo que si se quiere evitar el naufragio de la democracia tal como la conocemos, es el momento justo de cerrar todos los accesos al movimiento supremacista que ha revivido el anterior gobierno antes de que se refuerce, amenazando de nuevo los valores, las instituciones y todo lo que integra esta democracia… si es posible mantenerla.
Porque no cabe duda de que vivir en medio de traidores a su propia democracia nunca resultará cómodo.