Discriminación y amenazas obligan a familia a huir de El Salvador

'No queríamos aparecer en la portada del periódico de nuestro país con la noticia de nuestra muerte", dicen

Ana Hernández y Edwin Pineda con sus hijos Josué y Jonathan Pineda. (Cortesía Vecc Schiafino)

Ana Hernández y Edwin Pineda con sus hijos Josué y Jonathan Pineda. (Cortesía Vecc Schiafino) Crédito: Cortesía

La discriminación que sufría su hijo autista fue una de las razones que llevaron a Ana Hernández y a su esposo Edwin Pineda a huir de El Salvador. Pero el detonante que los hizo salir corriendo fueron las amenazas de muerte que sufrieron al no pagar ‘la renta’ que les pedían los grupos delictivos.

“Teníamos un negocio de venta y reparto de agua, y cuando no accedimos a darles el dinero, me advirtieron que me iban a tirar en una bolsa negra a las puertas de la casa de mi madre”.

A su esposo, los grupos delictivos lo bajaron del transporte público y cuando estaban a punto de ultimarlo a balazos, llegó un vehículo que confundieron con una patrulla y lo lanzaron al piso de una patada, para luego escapar del lugar.

“Pusimos una denuncia, pero en El Salvador no se sabe en quién confiar. Todos están coludidos”.

Ana dice que no querían aparecer en la portada de los periódicos con la noticia de su muerte. Así que decidieron venir a Estados Unidos. “Si uno se va a otra parte de El Salvador, van y te buscan”, dice.

Otra de las razones poderosas que llevaron a Ana y a su esposo a emigrar al norte con sus dos hijos Jonathan de 9 años y Josué de 7 años, fue que el menor sufre autismo severo.

“Se lo detectaron a los 3 años, después de que tuvo tres convulsiones y de mucho insistir con los médicos para que lo revisaran ya que el niño se tardó bastante para caminar y no hablaba. Me decían que le diera tiempo, pero yo no lo veía bien. Cuando al fin recibió atención médica, lo evaluaron como si fuera un niño sordo”.

Ana Hernández con su hijo Josué. (Cortesía Vecc Schiafino)

Fue hasta tiempo después que se confirmó que Josué no tenía problemas auditivos, y le dieron el diagnóstico de autismo.

En el proceso de descubrir qué tenía su hijo y buscar tratamiento, Ana dice que fue objeto de burlas, malos tratos y humillaciones hasta del personal médico.

“Una psicóloga me dijo brutalmente sin ninguna consideración que mi hijo tenía desordenado el cerebro. Debido al autismo, el niño se frustra cuando ve mucha gente. En las clínicas le gritaban ‘niño loco’ y lo discriminaban”.

Ana y su familia salieron de El Salvador el 27 de abril de 2019. “Cruzamos México en bus y carro durante 9 días. Me daba miedo el camino por todas las historias que se escuchan y sabíamos que veníamos arriesgando la vida, pero estábamos entre la espada y la pared. No podíamos quedarnos en El Salvador. También allá nuestras vidas peligraban”.

Durante el viaje, le preocupaba cómo iba reaccionar Josué al largo recorrido. “A veces el niño no podía contener sus emociones y las personas que nos traían, me regañaban”. Incluso, dice que la amenazaron con dejarla en el camino si no calmaba al menor.

“Al llegar a la frontera, mi esposo y yo nos separamos, y cada uno tomó a un niño. Josué y yo pasamos 11 días en un albergue después de que migración nos mantuvo 6 días retenidos. Fue una zozobra terrible no saber nada de mi esposo y mi hijo mayor. Ellos solo estuvieron un día en un albergue y 6 días en manos de migración”.

Cuando fueron liberados, una hermana de Ana que vive en Los Ángeles, les dio techo temporalmente. En la actualidad rentan su propio espacio en el Valle de San Fernando.

Lo más difícil en estos casi 2 años que llevábamos aquí, es no tener un permiso para trabajar. En ocasiones nos sentimos discriminados por no contar con documentación ni hablar un inglés fluido”.

Ana Hernández con su esposo Edwin Pineda y sus hijos Jonathan y Josué. (Cortesía Ana Hernández)

Su esposo trabaja como plomero y ella se queda en la casa con sus hijos.

“Yo espero tener pronto un permiso para trabajar. Aunque es difícil porque no tengo con quien dejar a mi hijo con autismo. No mucha gente quiere cuidar a estos niños porque creen que son agresivos y sienten miedo”.

Lo que la alegra es que su hijo Josué recién comenzó a recibir terapia para el autismo.

Mi sueño es tener un estatus legal y darles una mejor vida a mis hijos”.

A través del Centro de Niños Refugiados del Valle de San Fernando, Ana recibió asistencia económica para pagar el depósito a un abogado de migración que lleva su petición de asilo.

“El centro me ha ayudado además con clases de inglés y me dan comida”.

Y confía que le cuesta mucho ver las noticias de la llegada masiva de niños no acompañados y familias de refugiados a la frontera sur. “Me da alegría y tristeza porque se ve tan fácil venir para acá, pero no lo es”.

A pesar de todas los desafíos con los que lidia cada día en este país, dice que refugiarse en Estados Unidos ha valido la pena.

Hay momentos en los que sueño que estoy en El Salvador y me persiguen, y quisiera correr y venirme de allá”.

Mujeres refugiadas trabajando en el Centro de Niños Refugiados del Valle de San Fernando. (Cortesía Centro de Niños Refugiados del Valle de San Fernando)

Apoyo para refugiados

El Centro de Niños Refugiados del Valle de San Fernando en el que Ana ha recibido apoyo, comenzó a funcionar en julio de 2015 como un ministerio de la Iglesia Metodista Unida para ayudar de manera holística a los refugiados, explica Mayra Medina Núñez, su directora. 

Y aclara que no es un albergue sino un lugar que ofrece servicios sociales a los menores no acompañados y a las familias de refugiados y solicitantes de asilo.

“Las necesidades son múltiples en especial en el área legal sobre todo porque las familias de refugiados no tienen idea de cómo trabaja el sistema migratorio”, dice Medina.

Uno de los programas esenciales que ofrecen es educar a las familias sobre sus derechos. “Solicitar asilo para quienes huyen es un derecho legal aprobado por el Congreso. Al hacerlo no infringen la ley”.

Otros apoyos son dos consultas gratuitas con abogados de migración con experiencia en esta clase de procesos.

“Antes de la pandemia, dábamos becas a las familias para que pagaran el depósito a los abogados por entre $1,000 y $1,500, pero después de COVID-19, tuvimos que ajustar el presupuesto y solo lo estamos dando ahora a los menores no acompañados”.

Con la llegada masiva de familias y menores no acompañados a la frontera, explica que no han notado un cambio enorme en la demanda de servicios. “Creemos que se debe a que la mayoría aún están siendo procesados. Cuando los entreguen a sus patrocinadores, vamos a tener más trabajo”.

Mayra Medina, directora del Centro de Niños Refugiados del Valle de San Fernando capacitando a las familias en busca de asilo. (Cortesía Centro de Niños Refugiados del Valle de San Fernando)

Algunos servicios sociales que ofrecen a los recién llegados son referencias a médicos, escuelas, vivienda y salud mental.

“Tratamos de hacer el enlace con los servicios que los ayudan a superar el desorden postraumático y asimilarse a los cambios porque han huido de sus países por un problema y han recorrido un camino muy difícil para estar aquí”.

También les proporcionan ropa, útiles escolares y una despensa semanal. “Llegan con la mochila puesta. En algunos casos, les proveemos pañales, leche fórmula y tarjetas de regalo “.

Asimismo les ofrecen clases para que aprendan habilidades y les enseñan a desarrollar sus talentos. 

Aún con los desafíos económicos que ha representado la pandemia, Medina dice que se han rebuscado y salido adelante al encontrar nuevos enlaces.

“No dejamos de proveer. Hemos crecido en cuanto a los servicios. Ya tenemos clases virtuales para los niños con una orquesta de Santa Mónica y vamos a ofrecerles clases de percusión, piano y arte”.

Al mes atienden entre 9 y 10 menores no acompañados. “En 2019, ayudamos a 119 personas. En 2020 vimos un descenso en el número de refugiados al atender a un promedio de 5 por mes. La mayoría son menores indígenas mayas de Guatemala. ”.

Ante la ola de familias y menores no acompañados que buscan refugio y asilo en la frontera sur, pidió compasión.

Yo sé que es muy fácil juzgar a los padres de familia, pero uno tendría que vivir su desesperación para entender. Nadie quiere dejar a su familia ni el lugar donde nació y creció. ¿Quién quiere vivir de arrimado y ser refugiado? Estos niños salen porque quieren salvar la vida”.

Mujeres refugiadas apoyan al Centro de Niños Refugiados del Valle de San Fernando. (Cortesía Centro de Niños Refugiados del Valle de San Fernando)

Caminata virtual

Debido a que por la pandemia, el año pasado no pudieron hacer su cena anual de gala para recaudar fondos, el 30 de abril, el día que se celebra a los niños en Latinoamérica, el Centro de Niños Refugiados de San Fernando hará la caminata virtual “Dejando Huella 2021”.

Del 30 de abril al 7 de mayo estamos convocando a la comunidad a que se registre para caminar 5 millas en el lugar que más les guste, con lo cual estarán donando directamente al centro”.

El link para registrarse  es: https://refugeechildrencenter.org/virtual-walk-fundraiser/

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