Madre sobreviviente de asalto y secuestro se reunifica con su familia

Necesitan de tus donativos para salir adelante en su nueva vida en Los Ángeles

La familia Rodríguez, solicitantes de asilo, se reunifican en Los Ángeles. (Araceli Martínez/La Opinión)

La familia Rodríguez, solicitantes de asilo, se reunifican en Los Ángeles. (Araceli Martínez/La Opinión) Crédito: Araceli Martínez | Cortesía

La familia Rodríguez se reunificó en Los Ángeles tras vivir una pesadilla en su país natal, Guatemala donde la madre fue víctima de asalto sexual, pero también en México, ella y sus  dos hijos menores fueron secuestrados y abandonados a su suerte, en medio de la nada.

Ahora necesitan de tu ayuda para reponerse del impacto económico de la extorsión sufrida por el secuestro. Puedes ayudar con donativos en la cuenta de GoFundMe: Assistance for  migrant mom’s search of better life.

La historia de Mariano y Clara Rodríguez comienza en Guatemala donde vivían con sus hijos Juan, Mario Manuel y David Aniceto. Debido al ambiente hostil y a las carencias económicas que sufrían, Mariano decidió venir a Estados Unidos a trabajar.

Nunca imaginó que al quedar sola, su esposa se iba a enfrentar a lo que Mariano llama un “grave problema”.

“En el pueblo había una persona que me debía dinero y quedó de ir a entregarlo a mi esposa. Eso fue en enero del 2020. Él fue por la noche cuando mi hijo mayor no estaba, y golpeó y abusó de mi esposa”.

Tras cometer el delito, el hombre amenazó a Clara con matar a sus hijos, si decía algo. Ella aterrorizada calló la violación sufrida, y más aún cuando se enteró que había quedado preñada. “Yo estaba al límite del suicidio. No sabía que hacer”, dice.

Fue hasta cuatro meses después, en mayo, en medio de la explosión de Covid-19 que le dio la terrible noticia a su esposo. 

“Yo quise salir disparado hacia Guatemala para ayudar a mi esposa y a mis hijos, pero no había vuelos por la pandemia. En julio ya no pude esperar y me fui en camión”.

Clara y Mariano Rodríguez juntos. (Araceli Martínez/ La Opinión)

Apenas llegó a su pueblo, presentaron la denuncia a la policía. “Y me llevé a mi esposa y a mis hijos a otro lugar a donde pudieran estar a salvo del agresor”.

Cuando Clara dio a luz, ella y su esposo decidieron dar en adopción de manera legal al recién nacido.

A principios de diciembre, Mariano regresó a EE UU trayendo con él a Juan, su hijo mayor de 17 años. El plan era que meses más tarde, su esposa y sus hijos menores pudieron también venir al país. “Ya no me sentía a gusto de dejarla allá. Corría mucho peligro”.

Cuando la migra, lo pescó a él y a su hijo cruzando la frontera, solicitaron asilo. “A mi hijo lo tuvieron en dos albergues, uno en Kansas y otro en Arizona. Estuvo ahí más de un mes”.

A Mariano lo transportaron a un centro de detención de Texas. “Fui liberado 20 días después de pagar una fianza de $3,000”.

Días después de salir de la detención, las autoridades de migración le entregaron a su hijo Juan. “Nos reencontramos el 17 de enero”.

Padre e hijo se establecieron en Los Ángeles, donde Mariano se gana la vida como jornalero. “Yo hago de todo, construcción, jardinería, plomería, electricidad. Y también mi hijo y yo somos artistas. Trabajamos como payasos en las fiestas de cumpleaños y convividos. Sabemos hacer juegos, malabares, globoflexia. Nuestro nombre artístico en Guatemala era “Abuelin y Johnito”.

El 8 de marzo, Clara y sus hijos más pequeños dijeron adiós a su vida en Guatemala y emprendieron el viaje hacia el norte. “Fue difícil por los niños, pero me dio mucho valor, ver a muchas mujeres y hombres que venían con sus hijos rumbo a EE UU en busca de una mejor vida y huyendo de la violencia”.

La familia Rodríguez sanos y salvos en Los Ángeles. (Cortesía Familia Rodríguez)

Cuando cruzaron el río Grande y fueron encontrados por los agentes de la patrulla fronteriza en Texas, los llevaron a un centro de detención donde los retuvieron por dos días. “Sin escucharnos, ni pedirnos ninguna información, nos subieron a tres autobuses y nos entregaron a los oficiales de México en la frontera con Tijuana, después de viajar varias horas entre Texas y San Diego”.

Clara recuerda que las autoridades mexicanas les dijeron que tenían un mes de permiso para permanecer en el país o solicitar asilo. “Nos llevaron a un albergue, y al pasar las semanas, en una ocasión que necesitaba comprar ropa para sus hijos, ella y otras mujeres fueron a un tianguis”.

Ahí se le aproximó una mujer que le ofreció llevarla a un shelter evangélico. “Ella me dijo que ahí tenían abogados de migración que trabajaban más rápido; y me habló de Dios y se portó muy bien. Así que me convenció”.

La desconocida la recogió del albergue, no sin antes pedirle el teléfono de su esposo con la excusa de informarle donde iban a estar. “Pero en lugar de llevarnos al shelter, nos dejó en un cuarto de hotel con otra mujer. No nos dejó sacar nuestras mochilas donde iban nuestros teléfonos que porque íbamos a estar unos minutos solamente. Nos dijo que el shelter lo estaban fumigando y por eso no podía llevarnos”.

Sin embargo, las horas pasaban y no iban por ella y sus hijos. “La mujer en el cuarto me tranquilizaba y me decía que no me preocupara por nada, y nos llevaban galletas para calmar el hambre de los niños que se entretenían con las caricaturas de la televisión”.

Clara desconoce cuántas horas la mantuvieron retenida porque había dejado en su mochila su teléfono celular y no había ningún reloj. “Cuando por fin llegaron por ella para llevarla al shelter, la subieron a un vehículo que se tardaba mucho en llegar y no parecía tener un destino final. Les pregunté, cuánto tiempo más faltaba para que llegáramos al albergue”.

No acababa de preguntar, cuando una de las mujeres que iba en el vehículo, le arrancó del cuello una cadena de plata y le sacó el dinero que llevaba en el bolsillo del pantalón. “El carro se paró de repente y me pidieron que me bajara”.

Lo único que recuerda es que a su alrededor había solo monte, estaba nublado y hacía mucho frío. “Caminamos y corrimos lo más que pudimos, por miedo a que regresaran por nosotros y nos hicieran daño. Hubo un momento en que mi hijo menor me dijo que ya no podía más y estaba muy cansado”. 

Y en medio de las montañas, les agarró la noche. “No se podía ver nada. Temblábamos de frío. Teníamos sed y hambre. Mis hijos y yo nos abrazamos y empezamos a llorar”.

Al amanecer, siguieron caminando hasta dar con una población. “La primera persona que encontramos fue a una muchacha, a quien le expliqué todo lo que me había pasado y le pedí que me dejara usar su teléfono para llamar a mi esposo”.

La familia Rodríguez juntos tras enfrentar todo tipo de abusos. (Cortesía Familia Rodríguez)

La muchacha la miró con desconfianza y le dijo que no tenía saldo en su teléfono para hacer llamadas y menos a otro país. “Le supliqué y le rogué que me dejara usar el teléfono. Ella no quería. La pensó mucho. Le daba miedo. A mí también. No sabía si era una persona mala, pero no tenía dónde ir. Le pregunté si tenía redes sociales y me dijo que sí”.

Clara se había aprendido de memoria el teléfono de su esposo para en caso de una emergencia. “A través del WhatsApp, pude contactar a mi esposo y empecé a llorar al contarle que las personas que me habían ofrecido albergue, nos habían robado y abandonado”.

Grande fue su sorpresa cuando su esposo le dijo que esas mismas personas lo habían extorsionado. “Me llamaron para decirme que los tenían secuestrados y si no quería que les pasara algo muy malo, debía darles $5,000 por cada uno, mi esposa y mis dos hijos. Total querían $15,000. Solo pude juntar y pedir prestado $11,000 a cambio de trabajo”.

Mariano recuerda que la llamada de extorsión se la hicieron desde Tijuana, pero el dinero lo entregó a una persona aquí en Los Ángeles afuera de un McDonalds. “Era un hombre latino, alto, medio gordo”.

Cuando su esposa lo llamó para decirle que estaban a salvo, pero sin dinero y teléfono, recordó que durante su estancia en Tijuana, había conocido a un chofer de camiones, una persona que le había dado buena espina y que le dijo que conservara su número telefónico.

“Le llamé de manera urgente. Le pedí que recogiera a mi esposa y mis hijos y le pagaría lo que fuera necesario. La muchacha que le había prestado el teléfono le dio la ubicación de donde se localizaban”.

El chofer del autobús fue por Clara y a sus hijos y los llevó a su casa con su familia. “Ahí estuvieron un mes. Yo le pagué $200 al chofer por la estancia”.

La familia Rodríguez felices de superar todas las adversidades en su camino hacia EE UU. (Cortesía Familia Rodríguez)

Mientras que en Los Ángeles, él se volvía loco tocando todas las puertas posibles en busca de ayuda para reunificarse con su esposa y sus hijos. “Entre los maestros de la secundaria Roybal a donde asiste mi hijo mayor y la organización Esperanza nos canalizaron con la organización Al Otro Lado quien logró que mi esposa y mis hijos pudieran entrar al país”.

Uno de sus patrones le regaló el pago de un Uber para que los trajera de San Diego a Los Ángeles.

La tarde del 18 de mayo, Mariano y Clara se reencontraron. “Fue un momento de felicidad inexplicable. Estoy muy contento porque ya todos estamos juntos y porque mi esposa y mis hijos están vivos”, dice Mariano.

“Realmente me siento amado y que no estoy solo porque la escuela Roybal y mucha gente nos ha ayudado con dinero para pagar la renta, con comida y para que todos estemos juntos de nuevo”.

Su sueño es lograr el asilo y que sus hijos vayan a la universidad. “Para mi ya no hay esperanza de educarme. Ya tengo 35 años, pero voy a trabajar muy duro para que mis hijos tengan la educación que yo no tuve”.

La maestra Lupe Carrasco Cardona de la secundaria Roybal fue quien abrió la cuenta en GoFundMe para apoyar a la familia y no ha descansado en sus esfuerzos para asistirlos. “Esta recaudación de fondos es para juntar los $11,000 que perdieron en la extorsión que sufrieron en México”.

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