Cuando el crimen organizado usa las capillas de cuarteles
En México, en los últimos tres sexenios fueron asesinados alrededor de 50 sacerdotes, mientras que el período con más muertos en la iglesia católica ha sido con el gobierno de Enrique Peña Nieto con 26 decesos
MEXICO.- Cuando el sacerdote José Luis Segura Barragán vio entrar a un puñado de hombres armados a la pequeña capilla de Zicopo, Jalisco, donde se encontraba dando una misa, supo que era el fin de una Era.
La Era en que los criminales tenían por límite la casa de Dios en una zona profundamente religiosa como lo es la región occidental de México.
En contraste estaban ahí aquel 22 de junio pasado impartiendo el sermón y la eucaristía ante sicarios portadores de AK47: el estilo velado de decirle “cállate”, “no eres bienvenido” como no son bienvenidos muchos curas en México en los últimos tiempos porque son críticos, porque estorban o quedan en medio de fuegos cruzados.
Unos días atrás de la intimidación al padre José Luis Barragán dos sacerdotes jesuitas fueron asesinados, Javier Campos Morales, de 78 años, y Joaquín Mora, de 80, en Cerocahui, Chihuahua cuando un hombre herido intentó refugiarse en la iglesia donde éstos se encontraban.
“Yo iba a dar un comunicado de protesta cuando llegaron”, recuerda en entrevista con este diario desde un lugar que hoy por hoy prefiere mantener en secreto por su propia seguridad.
Según el centro católico multimedial, en los últimos tres sexenios han sido asesinados 50 sacerdotes. El período que más registra fue el de Peña Nieto con 26 muertos; seguido del de Calderón con 17. En lo que va del mandato de López Obrador, han sido abatidos un total de siete sacerdotes.
“Las personas se lo pensaron para entrar pero luego entraron y yo de todos modos leí el comunicado de protesta por la muerte de los jesuitas frente a ellos”.
Localizar a Segura Barragán ya no es tan fácil como hasta hace poco que se le veía rondar por el municipio con sus 30 años de sacerdocio arriba. Ahora, la comunicación es a través de varios filtros desde diversas cuentas de redes sociales.
“Ya no tienen límites”, recuerda. “Es un sacrilegio: luego dijeron que a ver si seguía hablando como lo había hecho si me llevaban a otra parte y me trataban de ese modo, yo le dije que tenía que decirlo y ellos debían respetarlo”.
Los hombres armados lo dejaron ir, pero la advertencia estaba hecha. “Ya no quieren que digamos nada y ahora… ¡profanan al Santísimo!”, detalla.
Después episodio, el padre fue con su superior, el obispo de Apatzingán, en Michoacán, donde se encuentra la diósesis, para comunicarle que planeaba denunciar. Y aunque Cristóbal Ascencio García tuvo dudas al principio, acabó dándole la razón.
“Quieren ocupar las parroquias para esconder armas o droga o parapetarse en las peleas entre grupos, a algunas capillas hasta les han aventado granadas”.
— ¿Han convertido a las capillas en cuarteles?
— Sí. Aquí las organizaciones están inestables, están un tiempo y si el sacerdote no coopera con ellos, presionan para que los padres se vayan y lleguen otros más acordes a sus intereses.
José Luis Segura dice que él no puede “darse el lujo de tener miedo”, no lo tuvo cuando apoyó el levantamiento de autodefensas en Michoacán hace nueve años para enfrentar las extorsiones y por eso denunció ante el Ministerio Público, aunque sea un acto simbólico con pocas probabilidades de investigación.
Por otro lado, tiene que reconocer que las iglesias ya no funcionan como santuarios, que la gente ya no encontrará ahí un lugar donde los perseguidos podían refugiarse de las autoridades o de otras figuras de poder.
Resta aguardar por la mediación de los sacerdotes frente a una estrategia del gobienro que considera un fracaso, a su juicio:
“La política de abrazos, no balazos deja en el desafuero a las personas más pobres”, detalla.
En este sentido, la respuesta del presidente López Obrador ha sido la crítica dura hacia las organizaciones religiosas, particularmente los jesuitas. En la conferencia matutina del 30 de junio declaró:
“¿Qué quieren los sacerdotes, que resolvamos los problemas con violencia? ¿Vamos a apostar a la guerra? ¿Por qué no actuaron con Calderón de esa manera?, ¿Por qué callaron cuando se ordenaron las masacres cuando se puso en práctica el mátalos en caliente?”.
Antes los reportes de amenazas y extorsión, el mandatario cuestionó la veracidad de los reportes y apuntó que podría tratarse de “información engañosa”.
Esta relación provocó la reacción indignada de otros párrocos. Por ejemplo, Juan Luis Hernández, jesuita y rector de la Universidad Iberoamericana Torreón reclamó que: “AMLO está cegado con estrategia de abrazos, no balazos”.
Esta relación tirante entre diversos grupos católicos y el gobierno obradorista puede explicarse como una de las diversas desavenencias dadas entre el Estado mexicano y la jerarquía católica.
Roberto Plancarte, especialista en religiones y creencias en el mundo moderno del Colegio de México, aclara que le relación entre la Iglesia y el Estado mexicano históricamente ha sido muy delicada.
“Hay que distinguir dos cosas de la relación. Por un lado cuando la Iglesia tiene un intervencionismo político, cuyos fines persiguen una agenda concreta, y cuando la Iglesia se mete en temas sociales, como cualquier actor en sus esferas”, detalla.
“En los casos recientes corresponde con lo segundo porque la situación afecta a su clero, a su jerarquía y a su grey”.
El analista considera que la preocupación católica actual no es arbitraria: hay estudios de organizaciones principalmente jesuitas que infieren que estos ataques están relacionados con el crimen organizado.
El estudio del Centro Multimodal Católico registró que no sólo los sacerdotes están expuestos ya que también religiosos y misioneros laicos que en labores sociales han sido agredidos. En un comunicado publicado el 9 de noviembre de 2021, el centro comunicó que durante ese año “al menos 17 de ellos han sido asesinados y 20 secuestrados”.
El reclamo del padre Segura Barragán seguirá vigente. Hace unos días regresó a Zicopo a hacer algunas confirmaciones y no hubo problemas pero el reclamo está ahí por parte de lo que él llama “iglesia militante”, de los creyentes atorados en el fuego cruzado y de todas las víctimas de la violencia.
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